FOTOGRAFÍAS: Valle de Valdivielso. Merindad de Río Ubierna. (Tomadas en 2010).
UNO
Introduje la cámara por un hueco de la casona arruinada y disparé al azar. Antes había pegado un ojo en el resquicio y pude ver que dentro todo era espesamente negro, tan negro y lúgubre como el olvido del pueblo vacío; no sabía lo que la cámara podría encontrar. Sería, pues, una sorpresa cuando descargara las fotos en mi ordenador. Profanaba la oscuridad y la memoria de la noble casa, lo sé, pero quería probar el hacer de la máquina al enfrentarse con la soledad de un espacio oscuro, sin mi mirada y sin mi dirección. Y vaya si lo vio, la máquina lo vio todo. Captó una escena de la despoblación, una más de las que en su día me helaron el corazón. Una mesa, una silla, una cómoda de orinal destartalada, dos garrafones, y cascotes de una ruina plena de vida. Debió ser un instante especial para la habitación oscura, sorprendida en su silencio por el fogonazo del flash. Debieron conmoverse los enseres que dieron calor a unos habitantes que huyeron de la aldea hace años. La mesa con el hueco del brasero, la silla, la desvencijada cómoda, una ventana al patio sombrío de las zarzas...
DOS
El derribo de la casa dejó a la vista dos cruces, dos crucifijos que fueron protectores de los que durmieron en su compañía. ¿Se paró la máquina cuando aparecieron? No, los colosos mecánicos no entienden de religiones ni tradiciones, tampoco de historias vividas, continuaron borrando el pasado hasta convertirlo en un solar. Fin de una época.
Las fotografías hablan por si solas. Esas imágenes son entrañables.
ResponderEliminarTienes una gran sensibilidad por todo lo que te rodea, y me encanta.
Felicidades por ello.
Un abrazo.