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Molde para catedral de Burgos. |
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Molde para acueducto de Segovia. |
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Molde identificador. |
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Molde para torero herido. |
FOTOGRAFÍAS: Moldes alfareros de la familia Calvo. (Eliseo Rubio). Páginas de la revista Exposiciones y actividades. Museo Etnográfico de Castilla y León.
Os traigo hoy, queridos amigos y seguidores
de este Cajón de Sastre, una historia que tiene que ver con reconocidos
alfareros de la capital burgalesa. Perdonad que en ella me vea involucrado.
Ocurrió a finales de 1983, una noche en que nos encontrábamos cenando cuatro
amigos del Grupo Edelweiss en el bar-restaurante Arriaga. Fue en aquella
ocasión en que mi buen amigo Félix, a la sazón maitre-camarero del desaparecido
y mítico establecimiento de la plazuela de Laín Calvo, al servirme el pescado
se ofreció con la seriedad y gran profesionalidad que le caracterizaba: “¿Te lo
limpio?” ¿...?; y a un servidor, poco acostumbrado entonces a semejantes
sutilezas y pillado de sorpresa, no se le ocurrió otra cosa que preguntar: ¿qué
pasa, está sucio? (¡Ah, el Arriaga!, mi recuerdo también para Julio). Fue a los
postres de aquella cena y de aquella simpática anécdota cuando se presentó otro
amigo para comunicarnos que acababan de demoler las viejas instalaciones y
construcciones de un alfar en la Calle Alfareros, al parecer para levantar en
su lugar bloques de viviendas (hoy calle Frías). El amigo, recién llegado de la
demolición, nos habló de montones de escombros en la calle en los cuales
afloraban abundantes moldes de yeso y escayola (unos enteros, otros
fragmentados), aquellos moldes que la saga de los Calvo (Alejandro,
Francisco, Simón...) utilizó a lo largo
de su muy dilatada actividad artesana en Burgos. Uno, que es muy sentido para
estas cosas del patrimonio histórico, y que además se había criado por aquellos
barrios, unas veces combatiendo en terribles dreas allá por el Molino de Viento, otras calentándose en los duros inviernos en los caleros de Tano, cuyos hornos se
encontraban junto a la mencionada alfarería, sintió un profundo escalofrío al
escuchar la noticia; fue una puñalada de la que tardé en recuperarme. Decidimos
salir de estampida, había que ir para allá por ver si se podía salvar algo del
naufragio. Era muy avanzada la noche (creo recordar que más de las doce)
cuando, sorpresivamente, nos vimos escalando y escarbando en montañas de
escombros para recoger los moldes blancos que iban surgiendo en la negrura,
unos a flor de tierra y otros más enterrados. Qué dolor. Tristes, pero a la vez
emocionados por rescatar piezas que creíamos únicas e irrepetibles, debimos
levantar la voz más de lo que por entonces era permitido cuando los vecinos
duermen. Y así, alguna ventana se abrió, alguien nos sorprendió en nuestra muy
sospechosa actividad y llamó a la
policía. Los guripas llegaron al poco y nos interrogaron sobre lo que hacíamos
allí. Nos identificamos, lo explicamos y se nos aconsejó que desistiéramos en
la operación porque aquellas no eran horas. Así lo hicimos. Y así quedó la
cosa, hasta que al día siguiente volvimos al lugar de la escombrera. Era el
mediodía, unos chavales del barrio jugaban subiendo y bajando por los montones.
Al principio comenzamos la búsqueda de moldes nosotros mismos, pero alguien del
grupo pensó que era mejor dar una propina a los chicos y que fueran ellos los
que, con más tiempo, se encargaran de la rebusca. Así quedamos, y así fue cómo,
al día siguiente, pudimos recuperar algunas piezas más. Al poco de esto, los
escombros del alfar desaparecieron, y con ellos parte de la memoria de los
Calvo y del barrio de Los Alfareros.
Convencidos de que las piezas recuperadas
tenían valor etnográfico y arqueológico, las ofrecimos al Museo Arqueológico,
por pensar que a falta de un museo etnográfico y antropológico en la capital
(algo muy lamentable y que habría que subsanar) sería el lugar más indicado
para conservarlas, pero no fueron aceptadas en esta institución, y no se nos
ocurrió ninguna otra. Pasó el tiempo, y en 2007 yo mismo hice una entrega de
las piezas más notables que obraban en mi poder al Museo Etnográfico de
Castilla Y león, en Zamora, donde fueron mostradas en exposición temporal. En
la revista “Exposiciones y actividades. Invierno-primavera 2008”, editada por
dicho Museo, se “solicitaba encarecidamente que si en un futuro llegara a
crearse algún museo de carácter etnográfico o artístico en la ciudad de Burgos,
las piezas pudieran regresar a la capital del Arlanzón”. “Es una razón de peso
que respetamos por entero”, decía la revista, como puede verse en una de las
páginas que adjunto.
Fantástica historia. La casualidad hizo que estuvieras en el momento oportuno. Estas piezas entre los escombros es una muestra más de todo el patrimonio artístico que habrá ido a la basura por caer en manos desconocidas y carentes de conocimiento, y luego se guardan como oro en paño otras estupideces pensando que tienen un tesoro entre sus manos.
ResponderEliminarSaludos.
Buenas noches, Elías Rubio Marcos:
ResponderEliminarQué suerte que pudieseis recuperar algunas piezas de esa saga de alfareros burgaleses.
En la antigua Academia de Dibujo los alumnos aprendían a amar el arte. La copia del torero moribundo de Rossend Nobas .
Con qué pocos recursos trabajaban: el molde del Acueducto tomando como modelo una fotografía.
Saludos.
P.D.: Y retomando la anécdota de la cena, nuestra Ciudad era ‘un pañuelo’ en el que todos de algún modo nos conocíamos.
¡Cuántos recuerdos! Mi abuela materna trabajó en ese restaurante.
Qué amable Félix, el maître del Arriaga. Cómo apreciábamos todos en mi casa a su estupenda familia.