FOTOGRAFÍAS: Campos de Castilla y Muñó (Abril, 2013). Amigos (valle de Valdivielso, 1996).
Recientemente, un par de amigos burgaleses se propusieron rescatar del olvido un
suplemento cultural que, durante algunos años, acompañó un día a la semana a
Diario 16 Burgos, medio de comunicación escrito, ya desaparecido, en el que
tuve la gran suerte de colaborar. Querían rescatar lo que aportó a Burgos
aquella revista de papel periódico, y para ello pensaron en quienes en ella
escribimos. Algunos aceptamos a dar nuestra versión de lo que el suplemento significó
en nuestras vidas. Al final, sumando un puñado de nostalgias, salió en mayo de este año un pequeño libro-homenaje que, como no podía ser de otra manera, se tituló “El Dorado de Castilla”. Yo
les conté mis sentimientos sobre aquella experiencia periodístico-cultural,
otros contaron los suyos.
Se
me ofrece que cuente mi experiencia en El Dorado de Castilla. Y yo,
tozudo y rectilíneo como soy, no veo la forma de deslindar lo que representaron
para mí este suplemento cultural y Diario 16 Burgos, una experiencia
imborrable en un mundo desconocido. En mi caso, como creo que en el de todos
los colaboradores que desfilaron por este periódico, se trataba de participar,
de echar una mano, con la modestia de los no profesionales, para que un nuevo
medio en la ciudad, una diferente y regeneradora voz, pudiera tener un
recorrido que otros experimentos anteriores, con semejantes pretensiones, no
tuvieron. Me parece oportuno recordar que muchos de los colaboradores, por no
decir la mayoría, no éramos periodistas, aunque bien es cierto que algunos,
tras años de errores y aprendizaje, llegamos a creernos del gremio en Diario
16 Burgos. Pero a lo que vamos, en realidad, cuando en aquella
prehistoria escribía mis artículos y reportajes para este diario, lo digo con
total sinceridad, no lo hacía pensando en fronteras establecidas entre páginas
y contenidos, pues lo mismo me daba que mis aportaciones vieran la luz en un
suplemento cultural, que emparedadas entre noticias locales, que cerca de las
necrológicas, aquellas que siempre se negaron a D.16. A fin de cuentas, lo
importante era colaborar, en la medida de lo posible, en el crecimiento de la
criatura. Por eso, y lo digo con todo el cariño y respeto, más hubiera querido
escribir sobre el periódico en su conjunto que sobre un suplemento como El
Dorado, por muy luminoso y brillante que el objeto llegó a ser. Así hubiera
podido recordar y agradecer a José Ángel Esteban, subdirector en la égida de
Arsenio Escolar, que fue quien me llamó por primera vez (octubre de 1989) para
ofrecerme colaborar con el recién nacido; también a Patxi Larrosa, director que
sucedió y que acogió siempre con ternura y paciencia mis peregrinas ideas
colaboracionistas (¡hasta un crucigrama dominical, “bastante burgalés” y a toda
página, me permitió el bueno de Patxi, ahí es nada!). Después de los anteriores
recaló en la dirección de D.16 José Luis Estrada. Llegó de León con Esther
Bajo, reconocida periodista, compañera e ideóloga, con tantas ganas de lucha
por sacar adelante el periódico como los anteriores, si no más. Y este Director
y esta Redactora Jefe me permitieron de todo. Por su benevolencia rompedora
llegué a disponer hasta de ¡cuatro páginas! para desarrollar mis artículos, una
barbaridad, un exceso, lo nunca visto. Cómo agradecer... Y puesto que me lo
permitían, yo abusaba de ellos y de los lectores, también de los maquetadores,
y de los fotógrafos; primero en el suplemento Dossier, después en Alfoz,
y más tarde en El Dorado de Castilla, el que hoy evocamos desde una
distancia de muchos años, tan lejano que parece un sueño. De José Luis Estrada,
que recientemente nos dejó, para nuestro gran desconsuelo, los que le conocimos
muy de cerca podríamos escribir y no parar, y siempre con las palabras más
agradecidas y sentidas para un hombre bueno que, desde su puesto de mando en el
periódico, trató de insuflar aire fresco allí donde había tanta contaminación.
Junto con Esther Bajo, madre y gestora del suplemento, José Luis acogió en El
Dorado de Castilla formas de expresión nuevas, a escritores y artistas que
tenían algo que contar y que decir pero que no disponían de canales apropiados
para sus desfogues culturales, gente rara y liberal los más, poetas, pintores,
cineastas, etnólogos, historiadores, novelistas, críticos, agrupaciones...,
toda una pléyade que no estaba en el establishment de la cultura en
Burgos pero que se movía y revelaba en las sombras.
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Añoranza. |
Pocos
años después del cierre definitivo de D.16, en un ejercicio de inútil
nostalgia, pasé por los locales que el periódico tuvo en la calle Maese Calvo y
pude contemplar, a través de los sucios ventanales, un desolador panorama. El
espacio vacío, sin mesas ni sillas, sin ordenadores, sin periodistas estresados
y a punto de infarto, sin nada que recordara lo que allí se fraguó y vivió,
salvo una inmensidad de papeles y periódicos salvajemente desparramados por el
suelo, me hizo sentir una gran desazón. Allí, en aquel no lugar, hubo durante
años una lucha diaria por la supervivencia, por sacar adelante un proyecto de
prensa libre, único y seguramente irrepetible. Quizá allí, entre aquel
revoltijostio de papel mancillado, se encontraban galeradas de artículos
olvidados, quizá alguna perteneciente a algún trabajo mío para El Dorado,
que mi amiga Laura picó y maquetó; podría ser que hablaran de resineros, de canteros, de ferrones, de fábricas de
luz, de boineros, mineros, buhoneros..., de tantas actividades enterradas en el
olvido, con protagonistas convertidos en muertos vivientes. Quizá también,
debajo del alfombrado de papel se encontrara alguna rancia fotografía de un
tren de vapor, o una cuartilla arrugada, torpemente mecanografiada y con título
de arqueología industrial o de pueblo abandonado. Y eso me llevó a pensar en la
brevedad de las cosas, pero también en esa barbarie que hace que los lugares abandonados
sean tan pronto presas de la destrucción, llámese una redacción de periódico o
el acuartelamiento de un polvorín, por poner sólo un ejemplo; aquel polvorín de
Hontoria que visité con Esther Bajo y cuyo vandalismo tanta impresión nos
causó. En fin, las instalaciones mueren y se destruyen, pero la memoria y las
ideas no, hasta ahora.
Elías Rubio Marcos
3 de abril de 2013