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Una ventana eclesiástica |
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Dos cabezas para un hogar |
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¿Un hombre y una mujer? |
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Dos cabezas de madera en el alero y un dintel con inscripción |
FOTOGRAFÍAS: En Manciles (Tomadas en noviembre de 2015).
Si
rebuscamos con paciencia en este ya repleto Cajón de Sastre, queridos amigos,
nos encontraremos con viejas entradas dedicadas a Manciles. En una ocasión
guardamos dos preciosos palomares del Siglo XVIII, en otra, hicimos lo mismo con
un letrero anunciador de un mesón, fechado en 1739, y algo más adelante echamos
al cajón una leyenda inscrita en el dintel de una ventana presumida que ponía
“Viva mi dueño”. Todas esas curiosidades llevábamos guardadas de Manciles. Algo, sin embargo, nos había quedado de ver en este lugar de páramos.
Ayer volví a pasear por sus callejuelas, detenidamente, bajo un agradable sol
invernal y el manto pacífico de los pueblos callados. Fue así cómo descubrí
nuevas y sorprendentes “cosas”, entre todas, dos ventanas, las dos con
méritos suficientes para engrosar la larga lista de ventanas notables que aquí llevamos inventariadas. Una parece
que alumbró a algún eclesiástico, a juzgar por el escudo con llaves cruzadas
que campea sobre el vano (por eso la guardamos en el compartimento de las “ventanas
eclesiásticas”). La otra es muy sencilla, apenas los cuatro sillares que la
enmarcan, de buena labra, le dan una mínima personalidad; ocurre, sin embargo,
que a uno y otro lado del vano, salientes del muro, pueden verse dos cabezas
humanas de piedra, lo cual no deja de ser una singularidad. Una cabeza debe ser de hombre, pues parece cubierta con boina, la otra, debe ser de mujer. Pero,
¿quién puso las cabezas? ¿Qué historia se esconde tras ellas? Nadie me
lo ha sabido explicar. Conjeturando, podríamos decir que fueron puestas por los
constructores de la casa, quizá una pareja de recién casados cuando hicieron
casa, de enamorados que estaban. Y en verdad, muy enamorados debían estar, porque
sobre la ventana del desván, en dos saledizos del alero de madera, tallaron
otras dos cabezas, quizá también las suyas, aunque aún mucho más toscas que las de piedra. Es una pena
que los nombres grabados en el dintel de esta ventana, bajo la sombra del alero, no se alcancen a
leer; de poder hacerlo, sabríamos quienes fueron los enamorados que quisieron
perpetuarse en piedra y madera.
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Casona de Manciles, patrimonio en peligro Qué pena. |