FOTOGRAFÍAS: El cielo del páramo sobre el portillo. Camino de Pesadas a Caderechas. Mirada desde el Portillo de Huéspeda. Ermita de Santa Marina. Ermita de Santa Marina. Camino del Portillo de Huéspeda. Camino del Portillo de Huéspeda. Paredes y corrales del páramo. (Tomadas el 12/12/09)
Allí donde termina el frutero valle de Caderechas por el oeste, comienza la barrera natural que le separa del Páramo de Masa y de los pueblos de Los Altos, aquellos pueblos que, por ser vecinos, estuvieron obligados a mirar por encima del hombro a los caderechanos. Desde la ermita de Santa Marina, convertida hoy en un testimonial muñón, se aprecia con nitidez cómo la depresión del páramo se precipita en pronunciada pendiente hacia Caderechas y sus pueblos. La panorámica es espectacular, inolvidable en un día despejado.
Para aprovecharse de los ricos pastos del páramo, incluso de las pocas tierras cultivables de los fondos de los vallejos parameros, y para dar salida a sus afamadas frutas, los vecinos de Hozabejas, Madrid de los Trillos, Rucandio, Huéspeda y otros pueblos caderechanos necesitaron superar la barrera natural que tenían delante de sus narices. Fue así cómo abrieron caminos por escarpadas pendientes, caminos o sendas montañeras que llegaban a confluir en collados en la cumbre a los que se llamó portillos. Los rebaños de ovejas y pastores de los lugares citados confraternizaron con los de Pesadas y otros pueblos de “arriba”. Un buen número de apriscos o corrales de piedra, cerradas de las ovejas, así como chozos de pastores, pueden verse aquí y allá como testimonios pétreos de la febril actividad que se vivió en el páramo hasta que comenzó la despoblación, que es como decir hasta que empezó el morir de los pueblos.
El Portillo del Infierno y el Portillo de Huéspeda, son los dos accesos más señalados para subir al páramo. El primero lo utilizaron los vecinos de Hozabejas, y el segundo, que confluye a pocos metros de la ermita de Santa Marina, los del pueblo que le da nombre, Rucandio y Madrid de los Trillos.
A vosotros, queridos amigos y seguidores de este cajón de sastre, amigos de lo auténtico, os invito a asomaros desde el borde hacia Caderechas, allí veréis que no hace falta salir de Burgos para sentir la mayor de las emociones: sentiréis cercanos los Picos de Europa, en su versión Montaña Palentina, La Demanda, Amaya..., ¡veréis el mundo! Y os invito también a que os detengáis a contemplar las ruinas de los apriscos, paredes parlantes levantadas con mimo y arte ahora imposibles. A sus pies, no habréis de esforzaros mucho para sentir las noches estrelladas de vigilia pastoril y los aullidos del lobo del páramo, siempre merodeante.
Para aprovecharse de los ricos pastos del páramo, incluso de las pocas tierras cultivables de los fondos de los vallejos parameros, y para dar salida a sus afamadas frutas, los vecinos de Hozabejas, Madrid de los Trillos, Rucandio, Huéspeda y otros pueblos caderechanos necesitaron superar la barrera natural que tenían delante de sus narices. Fue así cómo abrieron caminos por escarpadas pendientes, caminos o sendas montañeras que llegaban a confluir en collados en la cumbre a los que se llamó portillos. Los rebaños de ovejas y pastores de los lugares citados confraternizaron con los de Pesadas y otros pueblos de “arriba”. Un buen número de apriscos o corrales de piedra, cerradas de las ovejas, así como chozos de pastores, pueden verse aquí y allá como testimonios pétreos de la febril actividad que se vivió en el páramo hasta que comenzó la despoblación, que es como decir hasta que empezó el morir de los pueblos.
El Portillo del Infierno y el Portillo de Huéspeda, son los dos accesos más señalados para subir al páramo. El primero lo utilizaron los vecinos de Hozabejas, y el segundo, que confluye a pocos metros de la ermita de Santa Marina, los del pueblo que le da nombre, Rucandio y Madrid de los Trillos.
A vosotros, queridos amigos y seguidores de este cajón de sastre, amigos de lo auténtico, os invito a asomaros desde el borde hacia Caderechas, allí veréis que no hace falta salir de Burgos para sentir la mayor de las emociones: sentiréis cercanos los Picos de Europa, en su versión Montaña Palentina, La Demanda, Amaya..., ¡veréis el mundo! Y os invito también a que os detengáis a contemplar las ruinas de los apriscos, paredes parlantes levantadas con mimo y arte ahora imposibles. A sus pies, no habréis de esforzaros mucho para sentir las noches estrelladas de vigilia pastoril y los aullidos del lobo del páramo, siempre merodeante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo se admiten comentarios constructivos. Los comentarios anónimos, o irrespetuosos, no serán publicados, tampoco los que no estén correctamente identificados.