Santos Ibeas, memoria de la luz. |
Fábrica de luz de la Compañía de Aguas en la plaza de Alonso Martínez. |
Santos Ibeas en una prueba ciclista en Lerma. Como ganador, conquistó una dinamo para su bici. |
Transformador de la Central Eléctrica de Castañares. Véase en demolición el viejo Palacio Arzobispal. |
¡Tantos testimonios, tantas confidencias, tanta
generosidad! Llegué a tiempo de conoceros, de rescatar una parte de vuestra memoria, y con
ella la de la ciudad. Hecho la vista atrás y os veo a todos, en mis sueños,
como sombras mágicas del pasado,
habitando ventanas y balcones, aceras y tejados, de día y en la oscuridad, en
los aullidos del invierno que nos afirma, de puente a puente. Os veo y recuerdo
como hacedores de lo que fuimos y de lo que somos. Gracias.
FOTOGRAFÍAS: Santos Ibeas. (Gentileza de Santos Ibeas). Interior de la fábrica de la Compañía de Aguas de Burgos. Transformador de la Central Eléctrica de Castañares ((A.D.P.BU.).
Agosto de 1995, 5
de la tarde. El calor hace que el balcón de la sala donde nos encontramos esté
abierto de par en par a la Plaza Mayor. Santos Ibeas, testigo y luminoso
protagonista de la mayor parte de este agonizante siglo, rebusca afanoso en los
cajones de sus recuerdos una fotografía en la que, asegura, debe aparecer su padre
trabajando en el interior de la fábrica de luz que la Compañía de Aguas de
Burgos tenía en la plaza de Alonso Martínez. “¡Si la tengo que tener –exclama
contrariado-, pero ahora no la encuentro!”. No importa, su memora
histórica abarca los tiempos arqueológicos de la luz eléctrica en Burgos. No hace mucho, Santo hubo de revivir también
para este cronista dormidas historias de cine en el Salón Parisiana, no en vano
fue su segundo cámara. Hoy, de nuevo, reverdece mocedades al recordar su
trayectoria profesional como electricista. Fue uno de los pioneros, y compañero
de fatigas de Miguel Bravo, el legendario mantenedor de El porvenir de
Burgos, la fábrica de luz escondida en los cañones del Ebro.
“Mi padre era electricista de la Compañía
de Aguas, y cuando le tocaba guardia en la fábrica, yo, siendo un chaval de
diez o doce años, le llevaba la cena, y mientras él cenaba yo me quedaba
sentado viendo funcionar las turbinas.
Aquello era muy bonito, porque no veías el agua, sólo el bloque
hermético de hierro fundido. Me acuerdo también de las dinamos y de sus
escobillas, que en vez de ser de carbón eran de cobre..., es que entonces la
corriente era continua”.
Así recuerda este
burgalés sus inicios en el universo de la electricidad. Pura tradición
familiar. Pero sólo tradición de padre, porque la luz eléctrica no llegaba más
lejos en el tiempo. Su abuelo, a lo sumo, podría haber sido farolero del aceite
o del gas en el XIX. Conoce, pues, como nadie hoy la evolución tecnológica del
alumbrado eléctrico en Burgos, y lo mismo puede hablar de las bombillas de
filamento de carbón –“que daban una luz muy apagada”-, que de las
bujías, “porque en los primeros tiempos la intensidad de las bombillas se medía
por bujías; lo del watio fue más tarde, aunque watios y bujías venían a ser la
misma cosa”.
Santos vivió muy
de cerca la época de reñida competencia entre las tres productoras de
electricidad que hubo en Burgos hasta los años treinta: Compañía de Aguas,
Electra de Castañares y El Porvenir de Burgos. Tan cerca como que, “de chaval”,
trabajó para la segunda de ellas: “Por ahí si tenía 13 años cuando ya iba a
ayudar a reparar los hilos y postes que se rompían en La Quinta cuando, por
tormentas o vendavales, caían árboles o
ramas sobre ellos”. En aquella época, “la turbina primitiva de la
Central de Castañares, que era de rodete, se cambió por una moderna que
trajeron de Suiza, y al mismo tiempo se montó un alternador también nuevo. Todo
ello bajo la dirección del ingeniero de la central, Juan Espinosa. Recuerdo que
la transmisión del eje de la turbina al alternador se hizo con una correa de
eslabones hecha con cuerda de camello; era muy silenciosa, no se oía nada”.
Aquellos
artefactos, la turbina, al alternador y la correa de camello, todos ellos en
aparente buen estado, se encuentran en un edificio ahora amenazado de ruina.
¡Qué espléndido papel haría este conjunto lucernario en algún museo de
arqueología industrial!.
UN RECADO PARA RAQUEL MELLER
También por
entonces (hacia 1920), Santos aprendió a andar en bicicleta, incluso llegó a
ganar una carrera en Lerma: “con una bici que pesaba un demonio. De premio
me dieron una dinamo para la luz de la bici”. Y fue, precisamente, ese
dominio a lo Indurain lo que le valió que la Electra de Castañares le empleara
como lector de contadores eléctricos, en sustitución de “un hombre de más de sesenta años que
estaba a cargo de la central y que el
pobre ya no podía subir las escaleras de las casas. Porque, claro, entonces no
había ascensores. El único edificio que tenía ese lujo era el Hotel París, que
estaba frente al Condestable”.
Al nombrar el
Hotel París, brillan los ojos tras las gafas de Santos. Como un tesoro
escondido en su vieja memoria, guarda el día en que “estando trabajando ya
en el Salón Parisiana, me mandaron llevar un recado a Raquel Meller, que estaba
hospedada en el Paría. Recuerdo que entré en su habitación y la vi allí, en el
tocador, medio desnuda y arreglándose”.
Leyó, pues, el
viejo electricista los contadores de la Central de Castañares, ejercicio en el
que “empleaba tres días”, y nadie antes pudo hacer semejante trabajo por la sencilla razón de que “con la
corriente continua no se podían poner contadores, y la alterna se empezó a
producir en la Electra de Castañares.
Antes de ponerse los contadores se cobraba a tanto el alzado, es decir,
un tanto por bombilla instalada, gastaras lo que gastaras. Generalmente, las
casas venían a tener, como mucho, dos o tres bombillas instaladas de 10 o 15
watios, entre otras cosas, porque las centrales no producían suficiente
potencia”.
LUCES DE LA ALDEA
Ya consumado
instalador electricista, Santos llenó de luz infinidad de hogares burgaleses,
de la ciudad y de los pueblos. Sobre estos últimos explica: “Antes de ponerse
[la central] de El porvenir de Burgos, en Quintanilla de Escalada, ya había
pueblos con pequeñas centralitas de electricidad. Los rodetes de los molinos se
aprovechaban para mover las dinamos que producían la corriente. Había incluso
quien iluminaba sus casas con dinamos de los coches. Yo mismo hice una
instalación con una de éstas a un amigo de Santa María del Invierno, y le puse
bombillas de 5 o 10 watios, que era, pues fíjate, casi como estar a oscuras”.
“Eran otros
tiempos”, sueña, mientras continúa buscando en los cajones la fotografía tazada
y sepia de su padre al pie de las turbinas de la Compañía de Aguas.
Publicado en Diario 16 Burgos, el 11 de noviembre de 1995
Publicado en Diario 16 Burgos, el 11 de noviembre de 1995