Viento huracanado. |
FOTOGRAFÍAS: Se desata la tempestad. Efectos del huracán de 1981 en el parque botánico de La Isla, en Burgos.
De un tiempo a esta parte se nos ha hecho familiar la terrorífica
expresión ciclogénesis explosiva, empleada por los informadores del
tiempo meteorológico cuando nos hablan de borrascas de cierta o gran magnitud.
Antes, mucho antes, cuando la vida era en blanco y negro y Mariano Medina nos
contaba que el Páramo de Masa, La Canda y Padornelo estaban cerrados o con cadenas, es muy probable que ya existiera semejante
definición, pero entonces la cosa se quedaba en algo menos impactante, creo
recordar que en simple borrasca, o como mucho, en potente borrasca atlántica.
Hoy, cuando los exhaustivos informativos del tiempo en TV se han convertido en
espacios de gran audiencia, y cuando todo ha de producir emociones fuertes para
que los índices no decaigan, parece que se tiende a magnificar el asunto,
empleándose nombres nuevos, seguro que más científicos, pero también más
mediáticos. El saber no ocupa lugar, desde luego, y por otro lado, seguro que
una alerta por ciclogénesis explosiva habrá salvado más de una vida; es, pues,
algo serio. Me pregunto, de todos modos, cuántas ciclogénesis explosivas
habremos vivido los que ya peinamos canas a lo largo de nuestra vida, seguro
que muchas, aunque no lo sabíamos. ¡Aquellas nevadas y hielos eternos de los 50!, ¡aquella época dorada del frío en Burgos!
En realidad,
todo esto viene a cuento después de haber “descubierto” recientemente una
tormenta huracanada que se abatió sobre Burgos en la víspera de San Juan de
1550 y que a punto estuvo de hacer desaparecer gran parte de la ciudad. Viene
referida en “Crónica del Emperador Carlos V” (Ricardo
Beltrán y Antonio Blázquez, Real Academia de la Historia; Madrid, 1920), y es la pluma de Alonso de Santa
Cruz quien describe los efectos de la misma; veámoslos:
“Asimismo
aconteció en este año, víspera de San Juan en la noche, en la ciudad de Burgos,
que vino sobre la dicha ciudad una nube obscura echando de sí mucha lumbre,
como relámpagos, con muy grandes excesivos aires que derribó la Iglesia
Mayor y un paño del muro de la fortaleza
y el humilladero de Santa María la Blanca, y derribó los arcos del Monasterio
de Santa Dorotea. Y asimismo derribó la torre de la ciudad y un álamo que
estaba junto á San Lucas. Y en San Francisco derribó ciertas almenas que
hicieron mucho daño en las bóvedas de la iglesia, derrocó también la sacristía
del dicho Monasterio, donde se perdieron muchas y buenas piezas del servicio de
la dicha sacristía. Y fueron tan recios los vientos, que hicieron que la gente
tuvo por cierto anclar en ellos muchas malas visiones y fantasmas, y se
llevaron muchos tejados y vidrieras que estaban puestas en las ventanas y
chapiteles de torres. Y en el campo arrancaron y destrozaron muchos árboles muy
grandes, y se tuvo por cierto que si los dichos vientos duraran media hora más
que asolaran casi toda la ciudad”.
Y puestos en
huracanes, cómo no recordar el que tuvo lugar el 30 de diciembre de en 1981, el que diezmó los
parques de la ciudad de Burgos, especialmente el de La Isla. Aquí os dejo,
queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, una muestra de aquel
terrorífico vendaval.
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