FOTOGRAFÍAS: Olmo seco en la ermita de la Virgen de los Remedios, de Arauzo de Torre (Tomadas en mayo de 2014)
Un día
llegué a romper dos brocas de hierro al intentar perforar un tablón de olmo.
Fue entonces cuando descubrí la dureza y el poder de este árbol. La puerta de
mi casa tiene elementos de olmo, tiene siglos de existencia y no sabe ni ha
sabido de carcomas ni degradaciones. Fue hecha cuando las olmedas eran tan
numerosas en Burgos que no encontraban competencia seria. En cierta ocasión,
cayó en mis manos una escritura de censo del siglo XVI, encontrada en un desván,
y puedo deciros, queridos amigos, que a cada poco del legajo se daban pelos y
señales de olmedas, por todos los puntos cardinales y rincones del término. Hoy, prácticamente difuntas
aquellas olmedas, en algunas lindes llegan a secarse
retoños después de uno y mil empeños de resurrección. Lo intentan todos los años, pero no consiguen hacerse mayores, no alcanzan ni la pubertad, y ya
mueren. Las casas de mi pueblo todas tienen porciones de olmo, en tablazones o
en vigas, es el testamento de este árbol del poder y la fuerza.
Al
olmo seco de Arauzo de la Torre le llaman El Olmo de la Ermita
(una injusticia, pues tendría que llamarse la ermita del olmo, ya que antes fue
el árbol), pero tiene méritos suficientes para ser catalogado como olma, título
y ADN superiores, dado su poderío y grandeza. Qué dolor que muriese con la
enfermedad maldita. ¿Y cómo, habiendo vivido tantos siglos y milenios, los
olmos de repente enferman y mueren? ¿Actividad humana quizá? Maravilla es que,
inexplicablemente, ahí esté el monumento, la vieja olma de Arauzo de Torre,
inhiesta de puro milagro, esperando que de ella alguien haga leña algún aciago
día. Milagro es que aún no se haya hecho, como sucedió con sus hermanas
añoradas de Riocavado, de Cascajares, de Vizcaínos... y tantas otras. Consérvese.
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