Casona de Villargámar (Vista al poniente) Durante un tiempo sirvió como vivienda y negocio hostelero. Aquí tuvo su venta o ventorro Ojeda. |
SIETE VECINOS EN VILLARGÁMAR
Mucho ha cambiado el especto del gran
patio de Villargámar. Las humildes casas que había adosadas al muro que da al
camino, cuando los capuchinos compraron la propiedad a la viuda de Azuela,
fueron derribadas por los mismos
frailes. Emilio Arce recuerda todas las casas que había y a todos los vecinos
que vivieron en ellas, un total de siete vecinos. “Los frailes lo tiraron todo,
y aquello que teníamos nosotros se hundió cuando la guerra porque era viejo”,
se refiere a la casa donde él y sus seis hermanos nacieron. Recuerda bien la disposición
de las viviendas, también al vecino que vivía en el molino, “un tío mío que se
casó con un hermano de mi mujer, que sembraba también las tierras de la granja;
ahí tenía las mulas. Quitao que a Ojeda, los he conocido a todos [los
vecinos]. Y sigue describiendo: “Aquí había cuadras…, aquí vivía el del bar y
el hortelano [se refiere a la casona], aquí
salía el bar…, por aquí había una entrada….”.
¿Un bar?
VENTORROS EN VILLARGÁMAR, EL DE OJEDA Y EL DE LA POLILLA
Lo que leéis, queridos amigos: ¡un
bar! Pero no un bar cualquiera, entonces no se llamaban bares, se los conocía
como ventorros, y eran merenderos, algunos amenizados con organillos, que se
ponían a las afueras de la ciudad. María Cruz Ebro cita media docena de ellos
en sus Memorias de una burgalesa (“El Charro”, “La Sangre”, “Frutos”,
“Pachobarri”, “Fuente Bermeja”, “El Capiscol”), y los burgaleses más mayores
recordarán bien El Ventorro Madre Juana, en la carretera de Arcos, o el de La Hogaza,
en la carretera de Villarcayo cerca del cruce con Fresdelval, por citar dos muy
conocidos. Según cuenta Emilio, en Villargámar hubo dos ventorros, uno era el
de Ojeda, que debía tener su acomodo en la casona, era regentado a principios
del siglo XX por Félix Ojeda y Casilda Carcedo (Diario de Burgos, 5/2/2012) y
fue germen de lo que hoy es el afamado restaurante Ojeda de la capital
burgalesa. “Se fueron de aquí en 1914, se marcharon de aquí a donde están ahora
-cuenta Emilio. No sé cuándo vinieron
aquí. Aquí tenían el bar. El primer bar que tuvo Ojeda era aquí. Lo sé porque
venía un día en el periódico, y porque un hijo de uno de los Ojeda que está en
la Caja Rural y que tenía mucha amistad con él, un día vino con su madre y me
dijo “aquí teníamos unas parras”, y le dije: “mira donde están”.
Después de que Ojeda abandonara Villargámar,
para asentarse en su actual ubicación, el ventorro pasó a manos de un tal
Avelino, “Yo conocí a uno que se llamaba Avelino, recuerda Emilio, uno que
cogió el bar después. No sé cuánto
estuvo, porque cuando la guerra le mataron por comunista. Un poco sí le conocí, vivió en la misma casa
que vivió Ojeda”.
Emilio Arce señala el lugar donde estuvo el ventorro de Ojeda, y el de Avelino. "Abajo de aquella ventana estaba la cocina". |
El casi centenario nos habla de otro ventorro junto a la Granja Villargámar: “Ahí abajo, en esa casa que está medio hundida, o hundida del todo, había otro bar, el Ventorro la Polilla, que le llamaban así a la que lo llevaba, “La Polilla”. Tuvo su sentido la ubicación de este ventorro junto al Camino de Villargámar, pues era lugar de paso para los que de Villacienzo y Renuncio se dirigían a Burgos y sus ferias, y en su momento pudo servir a los muchos obreros que trabajaron en la construcción del ferrocarril Santander-Mediterráneo.
MUJERES EN “MONTE SANO” PELANDO YEROS EN LA NOCHE
Emilio Arce no solo trabajó las
tierra de Villargámar, tenía además fincas en las laderas de Monte Sano, junto
al Polvorín de la Rebolleda, y necesitó
de obreras para trabajarlas: “Yo he llevado a montones de mujeres, llevaba to
los años a las fincas mías. Igual las tenía [contratadas] quince o veinte días,
allí y aquí. Las contrataba por aquí, de todas las mujeres de los barrios que
había por aquí viviendo. Las había del Hospital del Rey, las había de la
fábrica sedas y las había de[l barrio] San Pedro. Ellas mismas se encargaban
[de buscar las obreras], si necesitabas diez, ellas se encargaban, se lo decías
a una y ella llamaba a otras. Yo las llevaba para arrancar los yeros, a últimos
de julio, que entonces se quedaban secos y ya no los podías regar (porque
entonces no había máquina pa regar), para arrancarlos. Venían igual a
las cuatro [de] la mañana o a las cinco, de noche, porque en el momento que les
daba el sol [a los yeros] ya se desgranaban. Solo eran mujeres. Se traían el
bocadillo, y a la hora de almorzar, si estaban ocho horas, pues media hora [para
comer]”.
Mujeres trabajando en Monte Sano a finales del XIX (Archivo Cortés) |
Ruinas de molino junto al camino de Villargámar. Llegó a molturar fécula de patata (Fuente: Diccionario Madoz). |
Sigue interesantisimo el artículo, ya tengo fichados la casona y el molino, para algún día...
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