La Montaña Caída de Valdeconejos. |
Camino de Valdeconejos. Al fondo puede verse La Montaña Caída. |
FOTOGRAFÍAS: Montaña Caída en el término de Ros (Tomadas en febrero de 2025)
El derrumbe de La Montaña Caída de
Valdeconejos pudo suceder por el día, pero también por la noche. Personalmente más
me inclinaría por esto último, pues siempre he tenido la impresión (no entiendo
por qué razones) de que cuando se desploma y desgarra una montaña, o se mueve o desplaza
la tierra en lugares solitarios y apartados de los núcleos de población, lo
hace con nocturnidad y sin testigos, salvo las aves nocturna que anidan cerca (Deslizamiento de Tamayo). No es
muy científica esta apreciación, lo sé y me disculpo. En cualquier caso, fuera por
el día o fuera por la noche cuando la montaña colapsó, nadie podría haber oído
el estruendo que debió producirse, de tan alejada como está de Ros (el lugar
poblado más cercano) y dada la existencia de montañas y vallejadas que se interponen en el eco.
Consultadas las personas más mayores de dicho lugar, nadie supo decirme ni la
fecha ni el momento exacto en que se produjo el derrumbe. Hay coincidencia, eso
sí, en que debió tener lugar a finales de los años setenta del siglo pasado,
entre 1977 y 1979.
Fácil de imaginar es que tuvo que
ocasionar gran ruido, dada la magnitud del “pedazo” de montaña desprendido,
cuya huella vemos hoy como si hubiera ocurrido hoy el derrumbe. La blancura del descarnado resultante es bien visible y a gran distancia pues contrasta con el gris del
resto de la montaña.
Lo que hoy se conoce como La Montaña Caída
(quizá antes del suceso geológico no recibiera nombre alguno) era hasta el momento de su derrumbe un
lugar rocoso refugio de pastores con sus rebaños. Al parecer había oquedades
suficientes para el cobijo, así como también grietas profundas en la base, lo que,
sumado al reblandecimiento de la capa margosa en que se sustentaba la capa de piedra, a consecuencia de que los años citados fueron muy húmedos, propició el colapso.
No sé a vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, pero a mí lo que de verdad me impresiona de este sucedido es el momento preciso del silencio violado cuando se rompe la montaña, sobre todo si los únicos testigos de ello pudieron ser las estrellas y los búhos; hay algo mágico y a la vez tétrico en él que me produce emociones profundas. Siento que la tierra tiene su propia autonomía, que, sin nuestra colaboración, puede modificar cuando quiere la virginidad del paisaje de siglos que nos fue tan familiar, con crudeza y en tan solo un instante, en realidad, algo parecido a lo que ocurre con los terremotos.
Sobre tan peregrinas ideas meditaba cuando, por
el camino de Valdeconejos, iba acercándome en soledad a la Montaña Caída de Ros.
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