Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

miércoles, 2 de octubre de 2013

DE VILLADIEGO A PARAGUAY


Palacio del siglo S.XVI en Villadiego. 

Placa conmemorativa junto al Palacio de los Velasco.


FOTOGRAFÍAS: Palacio de Bernardo de Velasco y Huidobro, en Villadiego (2011). Placa conmemorativa junto al palacio (2013). Río Paraguay. Mercado de Pettirosi. Caacupé. (2002).  

De nuevo he visitado Villadiego, que como ya os he dicho en entradas anteriores,  queridos amigos, hay algo en este lugar que me llama una y otra vez. Debe ser la paz que se respira en sus calles, sus rincones y plazuelas rezumantes de historia y sosiego, debe ser que aquí encuentro la vida detenida, los lunes, los martes, los miércoles... Las ciudades son como los niños, que no nos gusta que crezcan cuando tienen dos y tres años, pero crecen, y se hacen inhóspitas a veces. Villadiego se quedó en niño. Todo viene a cuento porque en el recorrido reciente por la villa con unos amigos, pude ver un detalle que aún no conocía; me refiero a una placa conmemorativa, instalada recientemente frente al que llaman Palacio de los Velasco y que se refiere al 200 aniversario de la independencia de Paraguay y al último Gobernador del país guaraní, Bernardo de Velasco y Huidobro, seguramente el constructor de este magnífico palacio del siglo XVI. La leyenda de la placa me hizo preparar las maletas y viajar por la memoria de mi estancia en Paraguay, de eso hace ya casi una docena de años. Al leer Paraguay en Villadiego, en este lado del Gran Océano, como un resorte, vinieron a mí historias e imágenes que llevo y llevaré siempre en el bolsillo del corazón: los bañados asuncenos en las orillas del río Paraguay, los camalotes deslizándose sobre su hijo Pilcomayo, El Chaco del otro lado, las misiones jesuíticas, la Guerra de la Triple Alizanza y sus consecuencia infanticidas, la de El Chaco, el Supremo dictador Francia, los palmerales, los colectivos, los copetines, los menonitas, la desigualdad, las indiesitas y sus abalorios en las calles, los trabucos en las farmacias, los caminos y hormigueros rojos, los claveles de aire, Clorinda y su frontera del fin del mundo, Caacupé, los amigos... Cerré los ojos al pie de aquella placa de Villadiego, en aquella plaza que visitó el Embajador guaraní en España, y las imágenes regresaban como si nunca se hubieran ido. Por eso hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, se me deslizan estas pequeñas notas que tomé hace once años luz, recuerdos de un viaje y de un país que aprendí a querer. 


Río abajo, los camalotes se deslizan
 por el Paraguay, por donde llaman Puerto Sajonia. 

Los colores de Caacupé. 


  
De “MEMORIAS DE AMÉRICA”

(Agosto, 2002)


En el mercado de Pettirosi

[...]. Son las 11 de la mañana, hora paraguaya. Cuatro burgaleses ponemos rumbo al mercado de Pettirossi. ¡Ah, qué gran mercado! ¡Qué colorido! ¡Qué humanidad tan sana! Toldos multicolores y abigarrados, viejecitas mestizas (a mí todas me parecían indias) vendiendo toda suerte de hierbas del campo, lo que en Paraguay llaman el yuyu y, que debe ser la obligada medicina de los pobres (sin menospreciar ni olvidar sus valores tradicionales). Pettirossi es un laberinto de calles fijas, con puestecillos de paredes y techos de tela, aunque también los hay de fábrica. Perderse en este dédalo de humilde consumo es sentir el pálpito de un pueblo que, aunque sencillo, todavía no ha perdido sus señas de identidad. En Pettirossi, gente viene y gente va, puede encontrase todo lo que no es superfluo, al contrario que en nuestro mundo, que es primero en despilfarro. Reclaman nuestra atención las tenderas, mujeres paraguayas afables, viejecitas mestizas, con facciones profundamente indígenas. Nos ven pasar, fisgar y, con decisión pero sin agresión, se dirigen a mi compañera:


Mamita, ¿qué buscas?,  o  ¿Qué buscas, mamita? o  Mamita, ¿qué te vendo?

Y los vendedores de chipa, que son legión, con su cantinela:

¡Chipa, chipa: cuatro por mil! (guaraníes). [...].


Artesana tabaquera en el
mercado de Pettirosi..

Mercado multicolor de Pettirosi, en Asunción.



Misión  jesuítica de Trinidad

[...]. En Encarnación, Rob, nuestro amigo, anfitrión y guía, continuó sorprendiéndonos para bien. Le expusimos nuestros planes de ir a visitar la reducción jesuítica de Trinidad, y él, antes de que nos diera tiempo a pedirle información de cómo llegar a este Patrimonio de la Humanidad, ya se había ofrecido a llevarnos con su propio coche. El paisaje se presentaba hermoso camino de Trinidad. Suaves vallejadas, pobladas de inmensidad de árboles, de especies desconocidas para nosotros, envueltos en una tenue bruma, embellecían la antesala de la misión. Pensaba yo en aquellos momentos que no era extraño que los jesuitas se fijaran en este lugar para fundar y levantar su reducción. Aquello bien pudo ser el Edén.
Ya en la Misión, observamos que, aunque todo está muy bien cuidado, no hay estructura turística ni parafernalia semejante a la de los más importantes lugares de peregrinaje turístico. Ello me sorprende, y en cierto modo me agrada, aunque ponga de manifiesto que el turismo en Paraguay está aún en mantillas. El acceso es humilde: una pequeña edificación de la Dirección General de Turismo del Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones donde se sacan los billetes y una mesita en la entrada con algunos folletos sencillos de la misión jesuítica declarada Patrimonio de la Humanidad, nada más. Emocionados, nos adentramos en la gran explanada cuadrada, de mullido césped, a cuyos lados se  encuentran las ruinas, y dimos rienda suelta a la imaginación. Sobre nuestras cabezas el cielo se abría con un azul intenso, y el sol brillaba en su plenitud, todo lo cual acentuaba el contraste entre la roja piedra arenisca de las ruinas y el exuberante verde que las rodea. Sobre ésta y otras reducciones socializantes ya habíamos leído algo en Burgos (recuerdo un precioso trabajo de Roa Bastos) y teníamos una idea aproximada de cómo funcionaban; sin embargo, nuestra imaginación se dejaba llevar hacia la película The Mission y hacia su excepcional banda sonora. Y así, jesuitas un pelín progresistas en medio de la selva invadida, bandeirantes de esclavos, gobernantes portugueses y españoles repartiéndose tierras que no eran suyas, indios desnudos construyendo iglesias y tocando el violín, iban desfilando por nuestro ensueño, en nuestra visita por el conjunto [...].


Explanada y ruinas de la misión guaraní de Trinidad.

Misión de Trinidad.
Arte de las misiones jesuíticas.



sábado, 28 de septiembre de 2013

¡POBRE PARRAL! (II)


Tras el botellón universitario (2008).
Tal que así queda El Parral  cada noche de botellón.

Botellón en el campus. (2008). 

FOTOGRAFÍAS: Restos de botellón universitario. (2008).   

Hoy (27-9) he vuelto a pasar por El Parral, y...  Ayer, cuando de noche regresaba a casa, oí desde el coche vocerío en su interior. Vaya, ya están de juerga los universitarios, me dije. ¡Pero si acaban de empezar el curso! Me extrañó, pero así me quedé. Pero esta mañana, atravesando el parque, que es Patrimonio Nacional, me he encontrado con lo que ya viene resultando habitual y sonrojante para la ciudad: todo el praderío y mobiliario (excepto los contenedores) rebosante de inmundicias de la noche. He visto a los servicios de limpieza recogiendo la basura (era mediodía y llevaban haciéndolo desde las siete de la mañana), y me han contado que ayer fue la “fiesta de las novatadas”. Ah, es una fiesta nueva, no la conocía; ya me había acostumbrado a las de “Químicas”, “Politécnica” y alguna más, pero esta debía ser de reciente creación. Me dicen los operarios de la limpieza que los universitarios y agregados llevan celebrando dicha fiesta (mejor sería decir botellón) todos los días de esta semana, y que el Parral queda cada noche tal cual queda después de la Fiesta del Curpillos. Pues qué bien, Patrimonio Nacional y Ayuntamiento consintiendo la degradación de un histórico y entrañable espacio, que es de todos. En fin, que siento tristeza y necesitaba desahogarme, perdonad que lo haga con vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, que nada tenéis que ver con este desastre ambiental. Me pregunto si producir basura y arrojarla para que otros la recojan es una de las asignaturas que se imparten hoy en colegios y campus. Pues nada, nada, cum laude para todos.


La escena de personal municipal (o contratado) recogiendo inmundicias (lo cual nuestros dineros nos cuesta) contrastaba con la que ofrecía una brigada de obreros consolidando la cerca de El Parral, Patrimonio Nacional y sin duda patrimonio histórico, aunque ya se llevaran el “cuenta ovejas”.  




miércoles, 25 de septiembre de 2013

EL PARADOR DE VILLALTA


Una reciente remodelación de la carretera C-629
ha dejado a Villalta apartada. Ya no se pasa junto a sus ruinas.

El esqueleto del parador de Villalta
aún permanece en pie.

Si el viejo Parador de Villalta hablara...


Dintel con inscripción

PARADOR DE AGUSTÍN
GONZÁLEZ
AÑO DE 1787

FOTOGRAFÍAS: Parador de Villalta (Tomadas en septiembre de 2013). 


En origen, Villalta fue tan sólo un par de ventas en el camino  del pescado, un lugar donde pernoctar cuando el páramo de Masa se ponía negro más por las nevadas que por las noches. Aquellas ventas se llamaron “del Cuerno”, y en ellas dicen los que no lo vieron que pernoctó el mismísimo emperador Carlos V, en su viaje de Laredo a Yuste. Bueno, bueno, uno se imagina a todo un emperador durmiendo en aquel cuerno paramero (daría lo mismo que fuera en Pesadas de Burgos), en las condiciones que cabe imaginar de las antiguas ventas, y se echa a temblar o le da la risa. En fin, el caso es que el emperador sobrevivió y pudo llegar por el camino del páramo hasta el monasterio jerónimo de Fresdelval, lo cual ya tuvo su mérito. Pero a lo que íbamos, en torno a aquellas “Ventas del Cuerno” y con el paso del tiempo, llegaron a crecer casas, convirtiéndose en un conjunto que se llamó Villalta (¡una villa alta!, ¡una villa en medio del páramo!), un pueblo de altas soledades, de celliscas y soles de desierto; un lugar que, lamentablemente, tras varios siglos de existencia, vemos hoy abandonado y en ruinas. Digamos, entonces, que Villalta fue  siempre un pueblo de servicio a viajeros, pues otra explicación no tiene.  Y de ello son testigos las ruinas de un antiguo Parador, el que todavía hoy se pueden ver a la entrada del pueblo (o a la salida, según se vaya o vuelva), junto a la carretera C-629, aquella que un día fue camino de pescado y más tarde llamaron Carretera de Burgos a Bercedo. Un parador, no lo olvidemos, precursor de los actuales Paradores Nacionales, y que merecería un respeto mayor que el que ahora le prestamos. Desde hace tiempo vengo reclamando que estas ruinas del siglo XVIII, como representantes de paradores, mesones, posadas y ventas de los caminos, y a la memoria de Villalta, sean puestas en valor consolidando la noble fachada que aún se encuentra en pie. La inscripción en el dintel de una ventana, con la fecha (1787) y el nombre del dueño del parador (Agustín González) pone la nota conmovedora e histórica en tanta desolación. Haría falta muy poco dinero para dicha consolidación, aunque ya sé que el romanticismo es hoy una prédica en desiertos mayores que el de Villalta.

lunes, 23 de septiembre de 2013

TRAS LA HUELLA DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE NOCEDO A POZA DE LA SAL

En el horizonte está Nocedo. 

Nocedo han dejado atrás, pisan firme con tesón,

soñando en poder volver, todavía sin llegar,
portillos de infierno, nieblas de perdición,
los muleros avanzan, cabalga el mayoral.


Fuente Tistierna (cerca de Villalta).

Pueblo abandonado en el Páramo de Masa.


Ya asoma Villalta, parador de nunca más,

es mitad del camino, pronto la noche caerá.
hay que llegar a Poza, antes del estrellar,
los muleros avanzan, cabalga el mayoral.


Camino de Nocedo a Poza. 

Reflejos en el páramo. 

Mirador sobre el diapiro.

 Salineros de Poza, que ya bajan los muleros,
mirad por Alto Oero, antes que dejéis la sal,
vienen del ancho páramo, descansar quieren sin más.
los muleros avanzan, cabalga el mayoral. 


FOTOGRAFÍAS: camino Nocedo-Poza de la Sal. Fuente Tistierna. Villalta. Caja de los Espejos. Mirador de La Bureba sobre el diapiro. (Tomadas en septiembre de 2013). Contraluz en el monumento a Félix Rodríguez de la Fuente en el portillo de Poza. (2008).  


... Los muleros de “El Peseta”, con su mayoral al frente de la reata, tras dejar atrás Nocedo, continuaron su larga marcha en dirección a Miranda de Ebro. Pero esta ciudad en feria de marzo (San José) aún quedaba lejos. A punto de caer la tarde, todavía sus decididos pasos estaban llegando a las proximidades de Villalta. Apuraron el paso por el camino recto de Nocedo a Poza para llegar a buena hora a la villa salinera, donde habrían de pasar la noche, su única noche en la ruta. Llegados a Fuente Tistierna, es muy probable que salieran del camino para dar de beber a su reata. Ni un segundo más. Y bien que Villalta estaba a la vista, con el viejo Parador de Agustín González, pero allí nada se les había perdido. Atravesaron la carretera Burgos-Bercedo y continuaron por el camino del Páramo de Masa, espiritual llanura, sobre pisadas que ya conocían bien, las suyas de los años anteriores. No muy lejos han visto ya el Alto Otero, y lo agradecen. El sol acababa de esconderse allá por la Peña Amaya, con rojo atardecer un día, con nieve de tempestad otro. El portillo de Poza por fin estaba a su alcance. Abajo, algunos salineros, reparadores de última hora, vieron cómo bajaban por la cuesta, en fila de a uno, el mayoral montado en su caballo y el criado en la yegua, con el cencerro conductor, delante; la reata mular, en orden militar, detrás. Cuando llegaron a la villa pozana, la noche era total. Allí cenaron, allí durmieron... 


En la retrospección no hemos dado cuenta del bosque de molinos eólicos que hoy ha crecido en el páramo, despistando el camino de los muleros que ahora seguimos. Un bosque de metal que algún día, después de siglos de dar vueltas, o de menoss años, se convertirá en chatarra para desguace. ¿Quién lo desguazará entonces? Su murmullo al girar rompe hoy el sosiego del páramo, aunque los contraluces de la tarde embellecen el horizonte. Una construcción de piedra, chapa oxidada y espejos, en una ladera del Alto Otero, parece puesta para emitir señales y contactar con inteligencias de otros planetas. ¿O quizá es una de obra de arte, o un multiplicador de molinetes? Demos rienda a la  imaginación. Para rematar el camino, asomémonos al mirador de La Bureba y soñemos, ¿habrá otro tan extraordinario? 




Contraluz en el portillo de Poza de la Sal. 


domingo, 15 de septiembre de 2013

TRAS LAS HUELLAS DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE VALDELATEJA A NOCEDO



Los muleros remontaban por el 
camino de Siero.

De los páramos de Sargentes bajaban a la
hendidura de Valdelateja.
Este pueblo poco se parece hoy
 al que encontraron los muleros.

Al ascender , los muleros podían
echar la vista atrás y contemplar este panorama.

Los muleros llegan a Siero...

... y encuentran las primeras ruinas. 


Atalaya de Santa Centola y Elena. 

Aparece el camino empedrado...

... con sus contrafuertes. 

Ya nadie utiliza  los caminos entre pueblos.


FOTOGRAFÍAS: Valdelateja. Ruinas de Siero. Camino de Valdelateja a Nocedo. Nocedo. (Tomadas en septiembre de 2013),  



Recapitulemos. Siguiendo la ruta que transitaron los muleros cuando se dirigían a las ferias de Miranda de Ebro, nos habíamos quedado en la ermita de San Antonio, en Valdelateja. Así que, siguiendo las indicaciones de “El Peseta”, el más famoso tratante de mulas del norte de España, habíamos recorrido ya en nuestro viaje un primer tramo, el que tras haber salido de San Martín de Elines nos había dejado en la citada ermita, a la entrada de Valdelateja. Pues bien, hoy continuamos el viaje, y lo hacemos como ellos lo hicieron hasta la mitad del siglo pasado, cruzando el Rudrón y ascendiendo por el camino de Siero. Uno se imagina hoy este empinado sendero, uno de los más conocidos de la provincia, ocupado por reatas de mulas de más de treinta unidades, y no puede por menos que maravillarse. El mayoral, montado a caballo, hacía de  guía; él encabezaba la comitiva mular porque conocía mejor los senderos y trochas por  haberlos recorrido tantas veces. Miranda estaba aún lejos. Era marzo, habían salido de amanecida, recorrido los páramos de Sargentes, y todavía faltaba mucho para llegar a Poza de la Sal, donde hacían noche. San Martín-Poza, en efecto, era una de las dos etapas con las que cumplimentaban la ruta de Miranda. Una barbaridad, sólo apta para gente esforzada, gente de otro tiempo y de epopeya, tan dura  como las rocas de los caminos que hollaban. Nosotros seguimos hoy sus pasos borrados hasta donde nuestras fuerzas nos lleven. Remontamos hasta Siero, hoy apenas una sombra de lo que fue; de este lugar desaparecido sin memoria, sólo el cementerio de Valdelateja y una casa quedan en pie, pegados a la iglesia arruinada, quizá aquella casa de la que vio salir humo “El Peseta”, seguramente ya en los últimos estertores del pueblo. Arriba queda la ermita de Santa Centola y Elena, destino casi único para los senderistas modernos. Pero no era éste un lugar de entretenimiento para los muleros, ¡bastante les importaba a ellos la historia y el arte!, lo dejaban atrás y continuaban su ascenso, lo más rápido que podían, camino de Nocedo, un hito habitado en su ruta. Nosotros seguimos sus pasos, con más parsimonia, con lentitud, pues el espectáculo que se nos ofrece a medida que remontamos es de ovación y bien merece una y mil  paradas. Echamos la vista atrás, sobre el empedrado del camino, y vemos un espectáculo natural como pocos, lo que antes nos parecía alto y esforzado de remontar ahora lo vemos muy bajo y con deseos de volar; Valdelateja, el Rudrón, Siero y su nido de Santa Centola, quedan hundidos entre cañones, enmarcados por farallones calizos de estratos con encefalograma plano. El camino de Nocedo a veces parece sendero y a veces Camino Real, en ocasiones comido por la maleza y otras veces luciendo empedrados y contrafuertes, dignas obras de titanes. Es un camino para subir a las tierras altas, donde fue y es posible sembrar, un camino que los muleros supieron aprovechar. Hemos remontado. Ya el paisaje es paramero, propio para llamarse nava, los rastrojos grisáceos nos sugieren que son tierras en barbecho. Un par  de kilómetros más y hacemos un alto para respirar los vientos que llegan del lejano norte, por donde divisamos alturas conocidas, como los castros de Bricia, Tureña, Cielma... Tras recorrer, escondidos, un tramo entre carrascas, encontramos refugio en un núcleo de apriscos para el ganado abandonados, son cercados de piedras hincadas que semejan cromlechs, pegados a roquedos protectores. Aunque no es creíble que los muleros hicieran lo propio, pues Poza todavía quedaba lejos y no era cuestión de entretenerse. A un tiro de fusil, o quizá de piedra, hacia el sur, ya asoma el campanario de la iglesia de Nocedo. Quién sabe si los muleros rezarían en este escondido rincón burgalés.


Los muleros llegaban a Nocedo.
Todavía quedaba mucho para Poza  de la Sal,
 su primera noche antes de llegar a
Miranda de Ebro.

En un tramo, el camino discurre bajo las sombras
del bosque de carrascas.  


Nocedo.
Los vecinos de este pueblo vieron pasar las reatas.

       Las reatas de “El Peseta” siguieron camino de Villalta. En nuestra retrospección histórica, vimos cómo las figuras de los cuadrúpedos se perdían por tierras de dólmenes y menhires, encajonadas entre dos lomas... Veremos cómo y por dónde llegaron estas sombras de los caminos.

 

TRAS LAS HUELLAS DE LOS MULEROS. RUTA DE MIRANDA DE EBRO. TRAMO DE VALDELATEJA A NOCEDO



Los muleros remontaban por el 
camino de Siero.

De los páramos de Sargentes bajaban a la
hendidura de Valdelateja.
Este pueblo poco se parece hoy
 al que encontraron los muleros.

Al ascender , los muleros podían
echar la vista atrás y contemplar este panorama.

Los muleros llegan a Siero...

... y encuentran las primeras ruinas. 


Atalaya de Santa Centola y Elena. 

Aparece el camino empedrado...

... con sus contrafuertes. 

Ya nadie utiliza  los caminos entre pueblos.


FOTOGRAFÍAS: Valdelateja. Ruinas de Siero. Camino de Valdelateja a Nocedo. Nocedo. (Tomadas en septiembre de 2013),  



Recapitulemos. Siguiendo la ruta que transitaron los muleros cuando se dirigían a las ferias de Miranda de Ebro, nos habíamos quedado en la ermita de San Antonio, en Valdelateja. Así que, siguiendo las indicaciones de “El Peseta”, el más famoso tratante de mulas del norte de España, habíamos recorrido ya en nuestro viaje un primer tramo, el que tras haber salido de San Martín de Elines nos había dejado en la citada ermita, a la entrada de Valdelateja. Pues bien, hoy continuamos el viaje, y lo hacemos como ellos lo hicieron hasta la mitad del siglo pasado, cruzando el Rudrón y ascendiendo por el camino de Siero. Uno se imagina hoy este empinado sendero, uno de los más conocidos de la provincia, ocupado por reatas de mulas de más de treinta unidades, y no puede por menos que maravillarse. El mayoral, montado a caballo, hacía de  guía; él encabezaba la comitiva mular porque conocía mejor los senderos y trochas por  haberlos recorrido tantas veces. Miranda estaba aún lejos. Era marzo, habían salido de amanecida, recorrido los páramos de Sargentes, y todavía faltaba mucho para llegar a Poza de la Sal, donde hacían noche. San Martín-Poza, en efecto, era una de las dos etapas con las que cumplimentaban la ruta de Miranda. Una barbaridad, sólo apta para gente esforzada, gente de otro tiempo y de epopeya, tan dura  como las rocas de los caminos que hollaban. Nosotros seguimos hoy sus pasos borrados hasta donde nuestras fuerzas nos lleven. Remontamos hasta Siero, hoy apenas una sombra de lo que fue; de este lugar desaparecido sin memoria, sólo el cementerio de Valdelateja y una casa quedan en pie, pegados a la iglesia arruinada, quizá aquella casa de la que vio salir humo “El Peseta”, seguramente ya en los últimos estertores del pueblo. Arriba queda la ermita de Santa Centola y Elena, destino casi único para los senderistas modernos. Pero no era éste un lugar de entretenimiento para los muleros, ¡bastante les importaba a ellos la historia y el arte!, lo dejaban atrás y continuaban su ascenso, lo más rápido que podían, camino de Nocedo, un hito habitado en su ruta. Nosotros seguimos sus pasos, con más parsimonia, con lentitud, pues el espectáculo que se nos ofrece a medida que remontamos es de ovación y bien merece una y mil  paradas. Echamos la vista atrás, sobre el empedrado del camino, y vemos un espectáculo natural como pocos, lo que antes nos parecía alto y esforzado de remontar ahora lo vemos muy bajo y con deseos de volar; Valdelateja, el Rudrón, Siero y su nido de Santa Centola, quedan hundidos entre cañones, enmarcados por farallones calizos de estratos con encefalograma plano. El camino de Nocedo a veces parece sendero y a veces Camino Real, en ocasiones comido por la maleza y otras veces luciendo empedrados y contrafuertes, dignas obras de titanes. Es un camino para subir a las tierras altas, donde fue y es posible sembrar, un camino que los muleros supieron aprovechar. Hemos remontado. Ya el paisaje es paramero, propio para llamarse nava, los rastrojos grisáceos nos sugieren que son tierras en barbecho. Un par  de kilómetros más y hacemos un alto para respirar los vientos que llegan del lejano norte, por donde divisamos alturas conocidas, como los castros de Bricia, Tureña, Cielma... Tras recorrer, escondidos, un tramo entre carrascas, encontramos refugio en un núcleo de apriscos para el ganado abandonados, son cercados de piedras hincadas que semejan cromlechs, pegados a roquedos protectores. Aunque no es creíble que los muleros hicieran lo propio, pues Poza todavía quedaba lejos y no era cuestión de entretenerse. A un tiro de fusil, o quizá de piedra, hacia el sur, ya asoma el campanario de la iglesia de Nocedo. Quién sabe si los muleros rezarían en este escondido rincón burgalés.


Los muleros llegaban a Nocedo.
Todavía quedaba mucho para Poza  de la Sal,
 su primera noche antes de llegar a
Miranda de Ebro.

En un tramo, el camino discurre bajo las sombras
del bosque de carrascas.  


Nocedo.
Los vecinos de este pueblo vieron pasar las reatas.

       Las reatas de “El Peseta” siguieron camino de Villalta. En nuestra retrospección histórica, vimos cómo las figuras de los cuadrúpedos se perdían por tierras de dólmenes y menhires, encajonadas entre dos lomas... Veremos cómo y por dónde llegaron estas sombras de los caminos.

 

jueves, 12 de septiembre de 2013

INDIANOS BURGALESES IMPULSORES DE ESCUELAS

FOTOGRAFÍAS: Zócalo de Puebla (México, junio 2013). "Escuelas Aquilino Puerta" en Monasterio de Rodilla (septiembre 2013). 


Escuelas Aquilino Puerta en Monasterio de Rodilla.
Junto a la N-1.

El nombre del indiano  y el año de construcción (1906)
figuran en el frontón de la fachada principal.



En mayo de 2012 guardábamos en este Cajón de Sastre una entrada dedicada a las escuelas de Atapuerca, aquellas que fueron costeadas por el indiano, natural de este pueblo, Pablo García Vilumbrales. Era una entrada más de las que aquí venimos dedicando a los “burgaleses de ultramar, a aquellos paisanos de nuestras ciudades y pueblos que decidieron un día cruzar el gran océano para llegar al “nuevo continente” y buscar allí el medio de vida que en nuestro país se les negaba (esta música me suena). Unos, los más, fueron de “maleta al agua”, expresión que se utilizó para denominar a aquellos emigrantes que murieron pobres allá, o regresaron pobres acá tras sufrir toda suerte de calamidades; otros, los menos, son los que tuvieron más suerte y lograron amasar alguna fortuna. De aquel indiano de Atapuerca os contaba, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, que habiendo hecho fortuna en México, trabajando en Puebla como director en la fábrica de tabacos “El Pabellón”, de Penichet y Cía, donó antes de morir un buen capital para que en su pueblo natal se construyeran escuelas públicas para niños y niñas. Y ya que he mencionado a Puebla, esa maravillosa ciudad Patrimonio de la Humanidad, la cual tuve el privilegio de visitar el pasado mes de junio, quiero referirme a las gestiones que llevé a cabo en el Archivo Histórico de allá y con personas eruditas de la ciudad para recabar información sobre dicha fábrica y si pudiera ser sobre nuestro paisano García Vilumbrales. Nada encontré, salvo una pobre referencia, en documento de  1909 y sin relación al indiano de Atapuerca, a Juana Oropesa, “señora de Penichet”. Quizá lo más notable de mis gestiones fue el haberme encontrado con el señor Vicente, colaborador en la Biblioteca (en la Palafoxina, no, en la otra) de la ciudad, un hombre de 83 años con un familiar que, según nos expresó, llegó a trabajar en la fábrica de tabacos “El Pabellón”. Pero allí acabó todo, la fábrica había desaparecido y ni documentos ni fotografías se conservaban; el viento de los océanos, o las fumarolas del Popocatepel, en activo por aquellos días, todo se lo había llevado, incluida la memoria. Nos queda, eso sí, el buen recuerdo de las maravillas de Puebla y de la magnífica acogida que nos fue dispensada.



Una vista del zócalo de Puebla.
Visitamos el Archivo Histórico de la ciudad
siguiendo las pistas del indiano de Atapuerca.
Bello edificio de Puebla (México).
Ojalá hubiera sido la fábrica de tabacos "El Pabellón".


Hoy, queridos amigos, vengo con otro emigrante de ultramar que, al parecer, debió triunfar allende los mares. Un indiano burgalés, de Monasterio de Rodilla, del que hasta el momento y después de haberme entrevistado con diversas personas mayores, paisanas suyos, y visitado el Ayuntamiento, nada he podido averiguar, salvo su nombre, Aquilino Puerta, y eso porque se halla escrito en la fachada de las escuelas de Monasterio y en una placa del callejero. Nadie en este pueblo sabe nada de este indiano, la oscuridad sobre su vida es total. Se cree que vivió en Argentina, pero ni eso es seguro. Lo único seguro es que antes de morir dejó una cantidad de dinero para que se crearan unas escuelas en su pueblo, para niñas y niños. Todo el mundo sabe que él fue el benefactor, pero ahí queda todo. Tampoco nos aporta gran cosa un artículo publicado en 1927 en el diario ABC, en el que se hace mención a distintas escuelas levantadas con dinero de indianos en otros pueblos burgaleses, todos del norte de la provincia. Respecto a las de Monasterio, lo único aportado por dicho diario es esta escueta nota: “Don Aquilino Puerta entrega a Monasterio de Rodilla un grupo escolar que se presupuestó en 60.000 pesetas”. Este grupo escolar, de preciosa arquitectura, combinación de piedra y ladrillo,  fechado en 1906, es el que estuvo funcionando hasta hace quince años. En sus últimos tiempos fue “Colegio Público Comarcal”, y a él acudían niños de los pueblos cercanos a Monasterio (Santa María del Invierno, La Brújula, Quintanavides, Santa Olalla...). Lucía Pascual, maestra que fue por está época en el centro escolar, a quien entrevisté hace unos días en una residencia de la capital, se encargaba no sólo de dar clase a los niños, sino también de recogerlos en sus casas en un autobús que ella misma conducía. A eso se llama dedicación.


Una placa en el callejero, como agradecimiento
al indiano benefactor de Monasterio de Rodilla.


Ya sin actividad docente, las “Escuelas Aquilino Puerta” han sido  transformadas para “edificio de usos múltiples”. Entre el anecdotario de centro de enseñanza cabe señalar una nota triste, y es la muerte de un escolar atropellado por un camión en la carretera que hoy conocemos como N-1. Ocurrió en 1942, cuando el patio de recreo había sido convertido en huerto con arbolado y los niños salían de recreo a la parte que da a dicha carretera, que ya por entonces debía tener su tráfico. Por otro lado, cabría destacar  los paralelismos entre las escuelas de Monasterio y de Atapuerca. Los dos conjuntos tenían bloques separados para niñas y niños y entre los dos bloques, como parte central, se encontraban las viviendas del maestro y la maestra. Y si uno observa bien, verá que los dos conjuntos escolares se parecen mucho, como si hubieran sido hechos en la misma época y siguiendo unas directrices técnicas de modelo. Sin embargo, un cuarto de siglo separa la construcción de uno y otro: Monasterio de Rodilla, 1906 y Atapuerca, 1932.  Quizá el de Monasterio, por ser el más antiguo, sirvió de modelo para otros. Lo iremos viendo. 


Largas hileras de camiones pasan hoy junto al bello edificio
de las viejas escuelas de Monasterio de Rodilla.