Emiliano Díez en la solana de su casa de Quintanilla de Escalada. |
Fábrica de luz El Porvenir de Burgos |
Canal de la central, por cuyas tinieblas navegó Milo tantos años para acudir a su puesto de trabajo. |
FOTOGRAFÍAS: Emiliano Díez, 2009. Central eléctrica de El Porvenir (foto Vadillo, circa 1920). Túnel del canal de la central, 2010.
El pasado
día 13 de diciembre murió Emiliano Díez, “Milo”, como popularmente se le
conocía a este entrañable amigo en toda la zona del Ebro-Rudrón, especialmente
en Quintanilla de Escalada, de donde era natural. Conocí a Milo hace ya un cuarto de siglo, cuando
recababa datos sobre la fábrica de luz “El Porvenir de Burgos”, en la que
trabajó durante cuarenta años. La última vez que tuve ocasión de conversar con
él fue en 2009, en la Quintanilla de
sus amores, bajo su balcón, siempre florido, junto al puente. Fue aquel día que
me habló de cómo, desde su privilegiado observatorio, vio bajar desde el páramo
las reatas de El Peseta, camino de Valdelateja, por una senda o camino que aun
tengo pendiente de visitar y recorrer. Aquella fue la última vez, ya digo.
Para los que
no tuvisteis acceso a su vida y milagros, rememoro a continuación un pequeño
fragmento de mi libro Burgos en el recuerdo I, que habla de la epopéyica misión que tuvo
encomendada Milo para que llegara la
luz a tantos lugares burgaleses.
“(...)Emiliano
Díez pertenece a la familia de los “rubios” (por el color de su pelo), de
Quintanilla de Escalada, y todos en esa zona del Ebro-Rudrón le llaman
cariñosamente Milo, Una afección en la garganta, quizá producida por las
sequedades de la sala de máquinas de El Porvenir, le llevó a una jubilación
anticipada, pero que no ha afectado a su jovial carácter.
Milo ha
desarrollado una luenga y densa actividad laboral que bien podría inscribirse
en el capítulo de las exóticas. Durante cuarenta años tuvo que acudir a su cita
en El Porvenir de Burgos, oculta en las fragosidades del cañón del Ebro. No
acudía a su trabajo en coche, ni en
bicicleta, ni siquiera cubría andando los cuatro kilómetros que separan
Quintanilla de la central eléctrica, pues fue una barca su medio. Con ella, el chuzo y un rebuño de cotton
encendido, para iluminarse al pasar el túnel, navegó un día sí y otro también
bajo tierra, tantos años, a su encuentro con su escondido puesto de trabajo.
Allí, entre impresionantes riscos y el atronador ruido de turbinas y
alternadores, como un ermitaño de las máquinas, veló para que se hiciera la
luz, eléctrica, en Burgos.
(...) Obrero
de El Porvenir medio día, instalador y reparador de averías y cobrador de
recibos el otro medio, conoce cada pueblo y cada rincón de los valles de
Valdebezana, Manzanedo y Zamanzas. Conoce también a su habitantes, y éstos le
quieren a él, por su honestidad y por haberles dado un día la luz con la que
alumbrar sus más apartados rincones. Por eso no es de extrañar que Milo,
cobrador de los recibos de la luz, en ausencia de los abonados de los pueblos,
por sus tareas en el campo, tuviera la facilidad y el privilegio de tomar el importe de los lugares más
insospechados en los que la gente rural suele guardar los dineros. Era, pues,
un hombre que sabía demasiado.
(...) Sonríe
Emiliano al recordar al Resti y a la Balbina, de Munilla de Hoz de Arreba, que
no paraban aquella primera noche de conectar y desconectar el interruptor,
admirados por el fenómeno de la luz eléctrica”.
Gracias, Milo.
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