MOMENTO EN CAVUSIN
FOTOGRAFÍAS: Cavusín (Tomadas en mayo de 2010).
Habíamos
dejado el Valle Rosa, cabalgábamos sobre lomos de un elefante volcánico cuando comenzó a llover. Apretamos el paso, allí mismo, raramente, no había nada para cobijarse:
había que bajar al valle de nuevo, seguir y seguir, Göreme quedaba lejano, aún
no era muy tarde y nos guarecimos en una oquedad eremítica. ¡Qué calma y que
sosiego irradiaba el lugar! Los conos de piedra, titanes guardianes de otro
planeta, estaban otra vez delante de nosotros, nuestra sed de aventura seguía
intacta y continuamos por un camino hacia el norte (¿norte?) creyendo que
acabaríamos en Cavusín. Apenas habíamos recorrido mil metros y apareció este
pueblo de los sueños, un lugar cuya imagen de otro mundo tardaremos siglos en
olvidar.
A
la entrada de Cavusín lo primero que vemos es su cementerio, musulmán, por
supuesto. Cientos de lápidas desparramadas, grabadas con
esos preciosistas lazos que más que letras parecen demostraciones artísticas
del mejor modernismo; unas de pie, otras tumbadas, todas las tumbas holgadas en un
campo verde en ladera. Más adelante, surge del pueblo un altivo minarete; de
frente, una gran peña, agujereada hasta el infinito, nos recibe como una
aparición. ¿Es acaso proa del barco del holandés errante hecha piedra?
¡Fantasmagoría!, ¡vade retro, calavera terrible, ojos de cuencas vacías!
Imbuidos de un estado de ansiedad, alguien desconocido se dirige a nosotros en
español. Es un turco que atiende un humilde comercio de recuerdos para
turistas; tiene su novia en Vallecas y mañana mismo se va a Madrid, ¡la
pequeñez del mundo global!
Primero
fueron los eremitas bizantinos quienes taladraron y habitaron en la proa
rocosa, luego, en tiempo otomano, se siguió perforando y haciendo viviendas
trogloditas, más tarde, en la gran nave se construyeron casas, donde habitaron
los cavusinenses hasta tiempo no lejano. El turco que nos habla en castellano nos dice
que en algún determinado momento el gobierno dio orden para que estas viviendas
fueran desalojadas por el peligro que corrían de venirse todas abajo,
posiblemente algún terremoto afectó a todo el conjunto. La emigración haría el
resto, y así nació un pueblo nuevo. Hoy el caserío viejo de Cavusín se
encuentra en deplorable abandono, pudiendo los visitantes curiosos fisgonear
entre las casas abandonadas y aprender, si así lo desean, de la arquitectura
doméstica otomana y rural. Novedosa arquitectura para nosotros, extraños
habitantes de la estepa burgalesa. Las casas no son solo cuevas, también las
hay del tipo híbrido, es decir mitad bajo roca mitad en superficie.
Realizadas con piedra sillar volcánica (no hay otra), pese a su sencillez, sus
fachadas lucen preciosos arcos, recercados y otros y adornos. En fin, una maravilla de arquitectura
tradicional que puede no tardando mucho convertirse en recuerdo.
Básicamente te comentaba esta interesantísima línea de posts de la Cappadocia y que sigo atentamente pues aunque hace muchos años que estuve en Turquía y la ruta turística no incluyó Anatolia, más que nada por cuestiones de precio, fue algo que luego lamenté profundamente. Por eso mi interés por estos lugares fascinantes y sobre todo por la narración tan amena que pones.
ResponderEliminarEn Burgos, muy modestamente, también podemos admirar este tipo de eremitorios. Hace algún tiempo publiqué una entrada que titulé la Cappadocia burgalesa, más que nada en contraposición a pretensiones de otra Comunidad y me salió esto:
http://zaleza.blogspot.com.es/2012/01/la-cappadocia-burgalesa-al-pan-pan-y-al.html
Gracias por deleitarnos con este pedazo de blog.
Saludos cordiales,
Gracias, ZáLeZ, por el comentario. Pues anímate, Capadocia bien vale un nuevo viaje, mejor si no es de aluvión. Por lo demás, en Burgos, Salvo San Miguel de Presillas, nada hay comparable. Aunque bien es cierto que Valderredible se las trae como fenómeno eremítico. Voy a ver con sumo gusto tu entrada, que me recordará sin duda a los dos libritos que publiqué en los ochenta sobre eremitorios burgaleses.
EliminarSaludos cordiales