MOMENTOS, RECUERDOS, SENSACIONES
(A mis compañeras de viaje)
MOMENTO PRIMERO
Carrera en Estambul
Aeropuerto de Atatürk. Media
noche en Estambul, noche cerrada. Los
aeropuertos de las ciudades grandes son parecidos, todos tienen un
pasillo transportador que llevan a una salida de cristal donde se agolpan los
taxis, en el caso turco, amarillo-anaranjados. El taxista, el primero que nos
sale al paso, tiene cara de bonachón, y bigote, como casi todos los turcos que
veremos, (alguien nos dijo a orillas del Mármara que lo llevan para gustar a las mujeres ?). Le enseñamos un
papel con la dirección escrita a la que nos tiene que llevar. ¿Üsküdar?
¿Kuzguncuk? Titubea y asiente extrañado. ¿Cuánto?: 50 liras. Ok. Arrancamos y el buen
hombre, que por su aspecto nos parece que debería estar ya jubilado, arranca
como una exhalación. Rueda a una velocidad que nos parece endiablada, casi
suicida; que sea lo que Alá-Dios quiera, será nuestro destino. En la marcha vemos desfilar millones de
luces, una altas, otras más bajas, en altos, en hondonadas, algunas brillan en la negrura del agua, imaginamos que del Mármara, o del Bósforo, aún no
estamos situados.
Cruzamos el puente y nos encontramos en Asia. |
De pronto, aparece un gran puente coronado por luces
diminutas y azules. Lo atravesamos y nos encontramos en Asia. ¡Asia!, qué
nombre tan especial y bello, parece salido de un harén de azulejos y arabescos perfumados.
Ayer estábamos en Madrid, comiendo en el Paseo de las Acacias, hoy llegamos a Üsküdar, tan desconocido: ¡qué diría Marco Polo! Es muy tarde, la vida parece
apagada en este ¿distrito-barrio? turco-asiático, a miles de kilómetros del
salón de nuestra casa, junto al Bósforo. El taxista se detiene, lee de nuevo la
dirección, está extrañado de que alguien busque hotel en Kuzguncuk, un barrio
de Üsküdar y un lugar de Estambul al que quizá nadie hasta ese día le había
pedido que le llevara. Aquí debe ser... pero no está seguro... detiene el
coche, mira el mapa callejero, duda, pregunta a otros taxistas que hacen guardia
nocturna: “es esta calle de al lado”, señala uno. La calle es más bien estrecha, con algún coche subido en las aceras, con
casas tirando a bajas, algunas de tipo otomano, con mucha madera en las
fachadas; a estas horas de silencio y luz ambarina parece misteriosa. Con nuestras voces, los gatos durmientes, en su refugio de la noche debajo de los coches,
erizan las orejas, y algunos perros ladran no muy lejanos. Comprobamos el
número: es aquí, sí, esta es la casa. El taxista, cada vez más perplejo.
Llamamos al timbre con las maletas a nuestros pies, en la calle. ¿Qué hacemos
nosotros, aventurera pero sencilla familia burgalesa, a tan avanzada hora de la
noche en este lugar tan remoto que Alá bien guarde? Tardan un poco en contestar,
alguien ha abierto una ventana de la casa y ha dicho alguna palabra en español.
A pesar de haber cobrado su carrera, el buen taxista sigue todavía ahí, se
siente protector y piensa que aún estamos a tiempo, que debemos habernos
equivocado, que eso no parecía un hotel multiestrellado hacia los que normalmente se dirige en sus carreras para turistas, quizá... “¿The hause is friend?”, chapurrea. Yes, yes, Thank you, reímos agradecidos. Ensoñaciones. De noche
todos los gatos son pardos.
Navegando por el Bósforo, bajo el gran puente. |
MOMENTO SEGUNDO
Desayuno en Kuzguncuk
Esta noche, entre sueños, he creído
oír voces que llegaban de la calle; al mismo tiempo, he sentido ladridos de
perros alborotados que parecían salidos de todo Estambul y se agregaban para formar coro y concierto. En la niebla del duermevela he creído, creo
que con muy buen criterio para ser un sueño, que era el muecín en su turno
quien provocaba la algarabía canina, y no me equivocaba, mi compañera me ha visto sonreír en mi sueño y me lo cuenta al despertar. Desde la ventana
de la habitación he visto, ya bien amanecido, la calle que anoche nos pareció
tan extraña. Nada anormal, la luz radiante que la ilumina le da un cariz
totalmente amable. Al final estrecho de la calle, por una banda vertical azul turquesa, he visto desplazarse desde mi ventana, muy lentamente, una gran
mole. ¡Pero qué...! Me he restregado los ojos: ah,
es un buque gigante navegando por el Bósforo. Hay deseos en el equipo de salir
cuanto antes a la calle, nos colocamos los ojos de escudriñar hasta el más
mínimo detalle y salimos más contentos que unas castañuelas serranas de la
sierra. Estambul nos espera, con
todos los ingredientes de una ciudad histórica como ninguna y una geografía
privilegiada también como pocas. Procede desayunar. En una calle paralela a la
nuestra vemos en las aceras, a las puertas de pequeños establecimientos, algunos
turcos sentados, con su bigotes y sus característicos gorritos, charlan al
tiempo que toman su té en vasitos de cristal acampanados. Hay también en las
aceras, junto a pequeños comercios de delicias turcas, algunas mesas
pequeñas, con bancos muy bajitos para los parsimoniosos tomadores de té. No es
un mal sitio para hacerlo nosotros, estamos en un barrio genuinamente
turco-estambulino, y además en continente asiático, y decidimos que allí nos
quedamos, que desayunar en Asia no se hace todos los días, menos si eres burgalés. La mañana es
sumamente apacible, azul y nítida, con unos 20 grados, y el ambiente es de
barrio-barrio, acogedor, exótico para nuestros ojos castellanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Solo se admiten comentarios constructivos. Los comentarios anónimos, o irrespetuosos, no serán publicados, tampoco los que no estén correctamente identificados.