Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

martes, 25 de diciembre de 2012

SANTOS IBEAS, MAGO DE LA LUZ Y EL CINE

Santos Ibeas, memoria de la luz.

Fábrica de luz de la Compañía de Aguas
en la plaza de Alonso Martínez. 

Santos Ibeas en una prueba ciclista en Lerma.
Como ganador, conquistó
una dinamo para su bici.

Transformador de la Central Eléctrica
de Castañares.
Véase en demolición el viejo
 Palacio Arzobispal.

¡Tantos testimonios, tantas confidencias, tanta generosidad! Llegué a tiempo de conoceros, de rescatar una parte de vuestra memoria, y con ella la de la ciudad. Hecho la vista atrás y os veo a todos, en mis sueños, como  sombras mágicas del pasado, habitando ventanas y balcones, aceras y tejados, de día y en la oscuridad, en los aullidos del invierno que nos afirma, de puente a puente. Os veo y recuerdo como hacedores de lo que fuimos y de lo que somos. Gracias.  

FOTOGRAFÍAS: Santos Ibeas. (Gentileza de Santos Ibeas). Interior de la fábrica de la Compañía de Aguas de Burgos. Transformador de la Central Eléctrica de Castañares ((A.D.P.BU.).  


Agosto de 1995, 5 de la tarde. El calor hace que el balcón de la sala donde nos encontramos esté abierto de par en par a la Plaza Mayor. Santos Ibeas, testigo y luminoso protagonista de la mayor parte de este agonizante siglo, rebusca afanoso en los cajones de sus recuerdos una fotografía en la que, asegura, debe aparecer su padre trabajando en el interior de la fábrica de luz que la Compañía de Aguas de Burgos tenía en la plaza de Alonso Martínez. “¡Si la tengo que tener –exclama contrariado-, pero ahora no la encuentro!”. No importa, su memora histórica abarca los tiempos arqueológicos de la luz eléctrica en Burgos.  No hace mucho, Santo hubo de revivir también para este cronista dormidas historias de cine en el Salón Parisiana, no en vano fue su segundo cámara. Hoy, de nuevo, reverdece mocedades al recordar su trayectoria profesional como electricista. Fue uno de los pioneros, y compañero de fatigas de Miguel Bravo, el legendario mantenedor de El porvenir de Burgos, la fábrica de luz escondida en los cañones del Ebro.

 “Mi padre era electricista de la Compañía de Aguas, y cuando le tocaba guardia en la fábrica, yo, siendo un chaval de diez o doce años, le llevaba la cena, y mientras él cenaba yo me quedaba sentado viendo funcionar las turbinas.  Aquello era muy bonito, porque no veías el agua, sólo el bloque hermético de hierro fundido. Me acuerdo también de las dinamos y de sus escobillas, que en vez de ser de carbón eran de cobre..., es que entonces la corriente era continua”.

Así recuerda este burgalés sus inicios en el universo de la electricidad. Pura tradición familiar. Pero sólo tradición de padre, porque la luz eléctrica no llegaba más lejos en el tiempo. Su abuelo, a lo sumo, podría haber sido farolero del aceite o del gas en el XIX. Conoce, pues, como nadie hoy la evolución tecnológica del alumbrado eléctrico en Burgos, y lo mismo puede hablar de las bombillas de filamento de carbón –“que daban una luz muy apagada”-, que de las bujías, “porque en los primeros tiempos la intensidad de las bombillas se medía por bujías; lo del watio fue más tarde, aunque watios y bujías venían a ser la misma cosa”.

Santos vivió muy de cerca la época de reñida competencia entre las tres productoras de electricidad que hubo en Burgos hasta los años treinta: Compañía de Aguas, Electra de Castañares y El Porvenir de Burgos. Tan cerca como que, “de chaval”, trabajó para la segunda de ellas: “Por ahí si tenía 13 años cuando ya iba a ayudar a reparar los hilos y postes que se rompían en La Quinta cuando, por tormentas o vendavales, caían árboles  o ramas sobre ellos”. En aquella época, “la turbina primitiva de la Central de Castañares, que era de rodete, se cambió por una moderna que trajeron de Suiza, y al mismo tiempo se montó un alternador también nuevo. Todo ello bajo la dirección del ingeniero de la central, Juan Espinosa. Recuerdo que la transmisión del eje de la turbina al alternador se hizo con una correa de eslabones hecha con cuerda de camello; era muy silenciosa, no se oía nada”.

Aquellos artefactos, la turbina, al alternador y la correa de camello, todos ellos en aparente buen estado, se encuentran en un edificio ahora amenazado de ruina. ¡Qué espléndido papel haría este conjunto lucernario en algún museo de arqueología industrial!.

UN RECADO PARA RAQUEL MELLER 

También por entonces (hacia 1920), Santos aprendió a andar en bicicleta, incluso llegó a ganar una carrera en Lerma: “con una bici que pesaba un demonio. De premio me dieron una dinamo para la luz de la bici”. Y fue, precisamente, ese dominio a lo Indurain lo que le valió que la Electra de Castañares le empleara como lector de contadores eléctricos, en sustitución de  “un hombre de más de sesenta años que estaba a cargo de la central  y que el pobre ya no podía subir las escaleras de las casas. Porque, claro, entonces no había ascensores. El único edificio que tenía ese lujo era el Hotel París, que estaba frente al Condestable”. 

Al nombrar el Hotel París, brillan los ojos tras las gafas de Santos. Como un tesoro escondido en su vieja memoria, guarda el día en que “estando trabajando ya en el Salón Parisiana, me mandaron llevar un recado a Raquel Meller, que estaba hospedada en el Paría. Recuerdo que entré en su habitación y la vi allí, en el tocador, medio desnuda y arreglándose”.

Leyó, pues, el viejo electricista los contadores de la Central de Castañares, ejercicio en el que “empleaba tres días”, y nadie antes pudo hacer semejante trabajo  por la sencilla razón de que “con la corriente continua no se podían poner contadores, y la alterna se empezó a producir en la Electra de Castañares.  Antes de ponerse los contadores se cobraba a tanto el alzado, es decir, un tanto por bombilla instalada, gastaras lo que gastaras. Generalmente, las casas venían a tener, como mucho, dos o tres bombillas instaladas de 10 o 15 watios, entre otras cosas, porque las centrales no producían suficiente potencia”.

LUCES DE LA ALDEA

Ya consumado instalador electricista, Santos llenó de luz infinidad de hogares burgaleses, de la ciudad y de los pueblos. Sobre estos últimos explica: “Antes de ponerse [la central] de El porvenir de Burgos, en Quintanilla de Escalada, ya había pueblos con pequeñas centralitas de electricidad. Los rodetes de los molinos se aprovechaban para mover las dinamos que producían la corriente. Había incluso quien iluminaba sus casas con dinamos de los coches. Yo mismo hice una instalación con una de éstas a un amigo de Santa María del Invierno, y le puse bombillas de 5 o 10 watios, que era, pues fíjate, casi como estar a oscuras”.

Eran otros tiempos”, sueña, mientras continúa buscando en los cajones la fotografía tazada y sepia de su padre al pie de las turbinas de la Compañía de Aguas.

Publicado en Diario 16 Burgos, el 11 de noviembre de 1995


sábado, 22 de diciembre de 2012

FELICES DÍAS, AMIGOS

FOTOGRAFÍA: Arco de la Villa (Tomada en febrero de 2012). 

En algún lugar de este Cajón de Sastre ya comentamos las posibilidades que tiene el antiguo Patio del Sobrado, antaño lugar de mercado y ahora integrado al campus de la Universidad burgalesa, para convertirse en un corral de comedias. Por su historia, siempre asociada al Hospital del Rey, notable arquitectura tradicional, morfología y amplitud, le harían idóneo para actividades culturales al aire libre, si las casas arruinadas, algunas con siglos de antigüedad y escudos en sus fachadas, fueran debidamente restauradas. Acceder al Patio del Sobrado por el Arco de la Villa es introducirse en la noche de los tiempos, a un lugar lleno de magia y evocaciones..., en este momento también de escombros, lamentablemente. Por eso hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, quiero reivindicar para la ciudad una dignificación mayor del patio y su pasaje, ahora prácticamente vacíos y sin aprovechamiento, y a través del artístico y blasonado arco enviaros mis mejores deseos para estas fiestas y el año nuevo. 

domingo, 9 de diciembre de 2012

ALFAREROS BURGALESES, MEMORIA DE UN RESCATE

Molde para catedral de  Burgos. 

Molde para acueducto de Segovia.

Molde identificador.  

Molde para torero herido. 
FOTOGRAFÍAS: Moldes alfareros de la familia Calvo. (Eliseo Rubio). Páginas de la revista Exposiciones y actividades. Museo Etnográfico de Castilla y León. 
Os traigo hoy, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, una historia que tiene que ver con reconocidos alfareros de la capital burgalesa. Perdonad que en ella me vea involucrado. Ocurrió a finales de 1983, una noche en que nos encontrábamos cenando cuatro amigos del Grupo Edelweiss en el bar-restaurante Arriaga. Fue en aquella ocasión en que mi buen amigo Félix, a la sazón maitre-camarero del desaparecido y mítico establecimiento de la plazuela de Laín Calvo, al servirme el pescado se ofreció con la seriedad y gran profesionalidad que le caracterizaba: “¿Te lo limpio?” ¿...?; y a un servidor, poco acostumbrado entonces a semejantes sutilezas y pillado de sorpresa, no se le ocurrió otra cosa que preguntar: ¿qué pasa, está sucio? (¡Ah, el Arriaga!, mi recuerdo también para Julio). Fue a los postres de aquella cena y de aquella simpática anécdota cuando se presentó otro amigo para comunicarnos que acababan de demoler las viejas instalaciones y construcciones de un alfar en la Calle Alfareros, al parecer para levantar en su lugar bloques de viviendas (hoy calle Frías). El amigo, recién llegado de la demolición, nos habló de montones de escombros en la calle en los cuales afloraban abundantes moldes de yeso y escayola (unos enteros, otros fragmentados), aquellos moldes que la saga de los Calvo (Alejandro, Francisco,  Simón...) utilizó a lo largo de su muy dilatada actividad artesana en Burgos. Uno, que es muy sentido para estas cosas del patrimonio histórico, y que además se había criado por aquellos barrios, unas veces combatiendo en terribles dreas allá por el Molino de Viento, otras calentándose en los duros inviernos en los caleros de Tano, cuyos hornos se encontraban junto a la mencionada alfarería, sintió un profundo escalofrío al escuchar la noticia; fue una puñalada de la que tardé en recuperarme. Decidimos salir de estampida, había que ir para allá por ver si se podía salvar algo del naufragio. Era muy avanzada la noche (creo recordar que más de las doce) cuando, sorpresivamente, nos vimos escalando y escarbando en montañas de escombros para recoger los moldes blancos que iban surgiendo en la negrura, unos a flor de tierra y otros más enterrados. Qué dolor. Tristes, pero a la vez emocionados por rescatar piezas que creíamos únicas e irrepetibles, debimos levantar la voz más de lo que por entonces era permitido cuando los vecinos duermen. Y así, alguna ventana se abrió, alguien nos sorprendió en nuestra muy sospechosa  actividad y llamó a la policía. Los guripas llegaron al poco y nos interrogaron sobre lo que hacíamos allí. Nos identificamos, lo explicamos y se nos aconsejó que desistiéramos en la operación porque aquellas no eran horas. Así lo hicimos. Y así quedó la cosa, hasta que al día siguiente volvimos al lugar de la escombrera. Era el mediodía, unos chavales del barrio jugaban subiendo y bajando por los montones. Al principio comenzamos la búsqueda de moldes nosotros mismos, pero alguien del grupo pensó que era mejor dar una propina a los chicos y que fueran ellos los que, con más tiempo, se encargaran de la rebusca. Así quedamos, y así fue cómo, al día siguiente, pudimos recuperar algunas piezas más. Al poco de esto, los escombros del alfar desaparecieron, y con ellos parte de la memoria de los Calvo y del barrio de Los Alfareros.  

Convencidos de que las piezas recuperadas tenían valor etnográfico y arqueológico, las ofrecimos al Museo Arqueológico, por pensar que a falta de un museo etnográfico y antropológico en la capital (algo muy lamentable y que habría que subsanar) sería el lugar más indicado para conservarlas, pero no fueron aceptadas en esta institución, y no se nos ocurrió ninguna otra. Pasó el tiempo, y en 2007 yo mismo hice una entrega de las piezas más notables que obraban en mi poder al Museo Etnográfico de Castilla Y león, en Zamora, donde fueron mostradas en exposición temporal. En la revista “Exposiciones y actividades. Invierno-primavera 2008”, editada por dicho Museo, se “solicitaba encarecidamente que si en un futuro llegara a crearse algún museo de carácter etnográfico o artístico en la ciudad de Burgos, las piezas pudieran regresar a la capital del Arlanzón”. “Es una razón de peso que respetamos por entero”, decía la revista, como puede verse en una de las páginas que adjunto. 





   

domingo, 2 de diciembre de 2012

LOS DEGOLLADOS DE ROJAS

Descarnado castillo de Rojas. 

Ventana oteadora en el castillo de Rojas. 

Ruinas con extraña ventana. 

Picón de los degollados. 


FOTOGRAFÍAS: Castillo de Rojas (Tomadas el 17-11-2012).  

Ahora que has aplacado tu ira, y que yo me muestro en sosegado sirimiri, ven junto a mí, Aire, recostémonos en el socallado del poniente y recordemos algo de lo que vimos y vivimos en este alcor  de desolación. Sí, Lluvia, tu memoria y la mía son hermanas, van de la mano, nuestros descansos no son fáciles en estas lomas y picones de colores extraños, acepto, pues, tu invitación. Pasado otro siglo más, rememoremos, declararemos como testigos de aquellos hechos que sucedieron cuando el rey Pedro, que decían XI, llegó de Briviesca a este castillo en son de paz. Lo recuerdo bien, amigo Aire, porque nuestra memoria no se resquebraja con el paso de siglos y ni siquiera de milenios. Por esta saetera libre de daños, donde ahora estamos recostados, y por otras que ya desaparecieron, se dispararon saetas al coronado y a quienes le acompañaban. ¡Qué osados, tirar contra el Rey! Los dos recordamos al rebelde que ocupaba circunstancialmente el castillo, un tal Diago Gil de Fumada, poca cosa, uno que estaba en nombre de López Díaz de Rojas, de los Rojas de siempre, dueños y señores, que a la sazón lo eran también de Poza, y de Cavia. Pero acércate más, Lluvia, mira por este hueco de mis resoplidos, observa cómo, abajo, los escudos y pendones reales paran las flechas que llegan de las hendiduras, y las piedras que caen desde el almenar. Ah, con qué saña combatieron los reales a los insurrectos traidores, hasta yo temblaba al ver el encarnizamiento, antes de la noche. Lo recuerdo bien, señor de los vientos y señor de estar ruinas, desde una solitaria nube vi cómo, al poco, el citado Diago determinó rendirse al monarca a condición de que ni a él ni a los hombres que con él combatían se les hiciese daño. Aceptó el rey, los dos lo vimos, los dos fuimos testigos, ¿verdad, Lluvia?, pero al fin y a la postre, el rey es un hombre y su palabra vale lo mismo con corona que sin ella. La guarnición del castillo se entregó y fue prendida, tomó posesión el rey y los suyos, que al fin podrían pasar la noche bajo techo. ¡Ah!, pero cuando Pedro tuvo el dominio del bastión, cuando se vio fuerte con el poder de las alturas y al amparo de las murallas, renegó de su palabra y promesa. Preguntó, eso sí, a los hijosdalgo que le acompañaban si los rebeldes habían incurrido en traición, y como todos respondieron afirmativamente, ordenó que se les degollara. Bien que lo recuerdo, Aire, sueño todas las noches con  el brillo del hacha al amanecer, con el correr de la sangre de Diago Gil y de otras diecisiete cabezas cortadas, en el patio de armas. Sí, Lluvia, yo mismo todavía me estremezco al ver los cuerpos desmembrados arrojados a un barranquillo cerca del castillo de Rojas, en un día aciago de 1333. 

 De Ecos de la lluvia y el aire