Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

martes, 28 de junio de 2016

UN CONSTRUCTOR DE CHOZOS PASTORILES EN LA RAD


La Rad

Jesús Corral, el último constructor de chozos de pastor, 
 junto a uno de sus casitos

En un territorio de piedra, el casito parece una roca más

Un casito de corral. Antes que Jesús hubo otros pastores y otras
maneras de pastoreo en el páramo de La Rad. A veces las ovejas
hacían noche  en corrales y el pastor
 dormía junto a ellas en chozas.  
 


Una técnica del Neolítico pero efectiva


FOTOGRAFÍAS: Casitos pastoriles en el páramo de La Rad (Tomadas en junio de 2016)

  
          Como os prometí, queridos amigos de este Cajón de Sastre, he vuelto a los páramos del Tozo, concretamente a los que se despliegan entre Moradillo, La Rad y Santa Cruz del Tozo. Ya antes de mi reciente viaje a México había caminado por ellos y había localizado una serie de chozos pastoriles que llamaron mi atención por la manera en que estaban construidos. Aquel día prometí volver, pues tuve la suerte y el gozo de haberme encontrado en La Rad con la persona que los construyó, algo ciertamente insólito. Aquel encuentro significaba mucho para mí, pues estando acostumbrado a ver chozos de toda índole y por toda la provincia, jamás pensé que habría de encontrarme algún día con alguien vivo que se dedicó a hacerlos. 


Las historias de Jesús

          En La Rad vive desde hace 74 años Jesús Corral Arroyo, un súper-hombre que lo único que debe echar en falta en la vida es tiempo, horas para el trabajo. Es uno de esos colosos de la otra vida, infatigable, que no sólo se dedica a no estarse quieto sino que conoce como nadie la historia de su pueblo, y de los más cercanos, y la transmite con generosidad. Conoce, porque lo vivió, el paso por su pueblo de los muleros con sus reatas cuando iban a la feria de Villadiego, y de ello me contó pelos y señales. Me habló de cuando, desde un alto de su pueblo, vio salir una gran columna de humo negro del lugar del Molino Rasgabragas, sí, de aquel mítico molino de Isaac Arce en el hondón del Rudrón que tenía juego de bolos y convocaba los domingos a las gentes de los pueblos cercanos, de Ceniceros, Moradillo, San Andrés, Santa Cruz, La Rad... Vio, digo, la gran columna de humo cuando un aciago día de 1972 la aceña se quemó. Sobre el suceso, Jesús recuerda cómo su hermano bajó de inmediato con su coche para ver lo que ocurría y al llegar encontró que el fuego en la aceña era ya intratable y el tejado en aquel momento se estaba derrumbando.

          Cuando ascendíamos al páramo en busca de sus chozos, Jesús fue señalando viejos caminos que en su día fueron muy frecuentados pero que hoy ya pertenecen al olvido, todos con sus dificultades e historias de paso. Uno de estos caminos fue el que las gentes del otro lado del Rudrón utilizaron, según mi acompañante, hasta tiempo no muy lejano para ir a coger el coche de línea a la carretera de Aguilar. ¿Tan largo y montaraz camino para coger el autobús a Burgos?, me resultaba difícil de creer. “Sí, sí, yo los veía ir y volver al pasar por La Rad. Es que por la carretera [a Tubilla] era el doble de kilómetros que por aquí. Solían traer un borriquillo, y a veces iban dos, y a lo mejor salían a esperarles en un burro, otras veces no...”. Aquel relato despertó en mi nuevas inquietudes y me prometí escribir un capítulo sobre estos caminos del Rudrón, podría ser ocasión para abrir la abandonada carpeta de “Pasos de Montaña en Burgos” que aquí llevamos guardada.

          Más historias salieron entre chozo y chozos visitados (Jesús es una fuente inagotable), como la del campanero de Santa Cruz del Tozo, que también merecería un capítulo aparte. “Me acuerdo que tenía un camión que ponía:
  

JULIO PÉREZ BALLESTEROS

FUNDICIÓN DE CAMPANAS

Santa Cruz del Tozo


Aquí [a La Rad] venían los campaneros [de Santa Cruz] a por ceniza de encina. Cogían [maderos] de casas y tejaos que llevaran años caídos, porque la encina es buena, muy buena [para eso], pero tenía que estar seca, muy seca. Y lo tenían guardado seco hasta otra fundición; lo que más querían era eso. Es que esas vigas eran casi todas de encina”.


Campaneros y campanas en la fábrica de Santa Cruz


Pero era ya tiempo de conducir a Jesús por el asunto que nos llevaba, sus casitos pastoriles, esos refugios de piedra que salpican el páramo, entre el pinar comido por la procesionaria, el lapiaz y los brezales: “Ahora los llaman chozos, pero aquí siempre se han llamado casitos”.


Historia viva de La Rad

Esperando que amaine la lluvia, o que las ovejas despierten 
de su siesta de cuatro horas cuando aprieta el sol

Comprueba el estado de los travesaños


De pastores, ovejas y chozos

          Antes de nada conviene recordar que en tiempos de plena población en La Rad cada vecino tenía su propio rebaño de ovejas, más o menos nutrido, y que todas pastaban juntas en el mismo páramo cuidadas por una pastor contratado por el pueblo. Mas llegó el tiempo de la despoblación, los vecinos y los rebaños fueron desapareciendo, hasta el punto de que llegó el momento en que solo quedó el de Jesús Corral, bien es verdad que muy numeroso, de casi mil cabezas. Fue entonces cuando Jesús tuvo que ejercer de pastor, subir al monte con su rebaño y experimentar en carne propia los problemas que el pastoreo acarreaba. No solo eran las inclemencias del tiempo lo que tenía que solventar, viento, lluvia, nieve, soles justicieros, sino el control y continuo trasiego de las ovejas hacia zonas nuevas de pasto. Y esto con ser muy importante no lo era tanto como tener que atender, en los días paritorios de las ovejas, que los corderos fueran atendidos por las madres, pues a veces solía ocurrir que las primerizas, las de primer parto, perdían el olfato y rechazaban su cría, o que “igual se ponían a parir y se quedaban atrás [los corderos] y ya no se encontraban”. Así, se le ocurrió que metiendo la oveja con su cordero en un casito y tapando la entrada con espinos y aulagas, para que ninguno de los dos pudiera salir, no les quedaba otro remedio a madre e hijo(a) que conocerse y aceptarse mutuamente. Para todas las contingencias citadas Jesús, en un principio, reparó algunos casitos antiguos que encontró en estado de ruina, pero una vez se hizo experto en reparaciones, construyó otros enteramente nuevos, hasta un total de 24, distribuyéndolos estratégicamente en distintas partes del monte.
         
Construidos en los años sesenta, en los ratos libres que le dejaba el rebaño, que era cuidado por cuatro mastines, los casitos de Jesús llaman la atención por su cubierta de tierra donde crece la hierba salvaje. Sobre una capa de plástico negro, “de esos de forrar fardos”, y soportada por gruesos travesaños de pino o roble, cada cubierta alcanza un grosor ciertamente considerable. Y es que, ya que no dominaba la técnica y el arte de la falsa bóveda de piedra, como lo dominaban los constructores de las chozas de Orbaneja del Castillo, recurrió a este práctico y laborioso sistema de cubrición.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la humedad va aceptando a los travesaños, por lo que Jesús lleva a cabo ahora labores de mantenimiento, sustituyendo alguno cuando es necesario. Es un esfuerzo y una voluntad que hoy parece tener poco sentido, pues hace años que se desprendió del rebaño, pero él sigue en su empeño conservacionista. Cuando Jesús falte, ya no habrá nadie que se ocupe de su obra.


sábado, 25 de junio de 2016

AMAPOLA, LINDÍSIMA AMAPOLA






FOTOGRAFÍAS: Campos de Peñahorada (Tomadas en junio de 2016)


Pueden pasar años sin verse una amapola en los campos de Burgos, y por el contrario, sin saber por qué, hay otros en los que florecen por doquier y en abundancia. Las amapolas, como las setas, son caprichosas, deben salir  cuando están cansadas de entierro, nunca cuando nosotros lo deseamos. Ellas sabrán que tejemanejes se traen. Pero mirad, queridos amigos, en estos primerizos días del verano es un deleite recorrer nuestros campos, perderse por los pueblos. Las amapolas embellecen cunetas y sembrados como pocas veces se ha visto. Aprovechad el momento, nos os perdáis el rojo espectáculo.



viernes, 17 de junio de 2016

ARTE DESDE EL CIELO





FOTOGRAFÍAS: Tomadas en junio de 2016


Somos artistas en la tierra sin saberlo, solo cuando volamos comprobamos nuestras habilidades creativas y nos creemos que lo somos. Con nuestras sembraduras vamos creando mosaicos geométricos, retales que aprisionan pueblos y que se tornan de un color u otro según las estaciones, un arte campesino sin firma e infravalorado. Cuando uno llega a Madrid por el aire, sobre todo después de haber volado por el inmenso océano, y contempla desde el aire la obra en tierra firme, no puede sino sorprenderse. Es uno de los atractivos cuando uno se aproxima a Madrid por el cielo, admirar nuestros campos trazados, pintados o en barbecho. Un goce para los sentidos.


miércoles, 15 de junio de 2016

RECUERDOS DE YUCATÁN (Y II), UN PASEO ARDIENTE POR MÉRIDA


FOTOGRAFÍAS: Tomadas en mayo de 2016

Ardo en deseos de encontrarme de nuevo con los chozos pastoriles de los páramos de La Rad (¡ah, los páramos de Burgos en primavera, con sus cielos de alondras ancladas!), pero permitidme, queridos amigos de este Cajón de Sastre, que antes de ofreceros noticias de ello, culmine en imágenes mi paseo reciente por el Yucatán. 
Siguiendo con las haciendas henequeneras, de las cuales os mostré una en ruinas, hoy os invito a disfrutar de otra,  de una recuperada, maravillosamente recuperada como hotel, ya en las cercanías de Mérida. Quien nos acompañó en su recorrido, haciendo de cicerone con dulce amabilidad maya, nos presentó los distintos espacios recuperados, incluso los dormitorios, en uno de los cuales debió dormir nuestra Reina Sofía; aunque, particularmente, lo que más me llamó la atención en esta ejemplar recuperación fue lo que llaman “Sala de Máquinas”, un edificio tan elegante que para sí lo hubiera querido un palacio real. Se llama sala de máquinas porque conserva el nombre de cuando en realidad lo fue, que cada henequenera tuvo la suya propia. 


Sala de Máquinas restaurada en hacienda henequenera
cercana a Mérida.
Exquisita restauración de un conjunto fabril.

Una chimenea henequenera entre flores de bugambilla.
Perteneció al horno de quemar deshechos del henequén.

 

Todavía impresionados por la hacienda que acabábamos de dejar atrás, de la cual dejo cumplida testimonio gráfico, llegamos a Mérida. Aquí, el intensísimo calor apenas si nos dejó disfrutar de tantas cosas maravillosas como debe tener la capital del Estado de Yucatán. Aun así, buscando cada resquicio de sombra y aliviándonos en establecimientos acondicionados, pudimos conocer lo principal, su catedral, la Universidad Autónoma de Yucatán, con su soberbio patio de arcos mixtilíneos, la casa-palacio renacentista de los Montejo, conquistadores de Yucatán y de la ciudad, la cuidada e inmensa avenida con el mismo apellido (Paseo de Montejo), y en ella las casas de los hacendados que se enriquecieron con el henequén, espectaculares mansiones que hablan de una época en la que Mérida creció gracias al “oro verde”, pero que no deben hacernos olvidar los sufrimientos descritos por John K. Turner.  


Casa de los Montejo, conquistadores de Yucatán (S.XVI)
(Mirad esas ventanas, ¡que grande sería poder incluirlas 
en el cajón que aquí tenemos de ventanas burgalesas con historia!) 

Patio de la Universidad Autónoma de Yucatán (Mérida).
Los arcos mixtilíneos le dan cierto aire colonial 

Biblioteca de la Universidad yucateca, con bella decoración

Bellos palacetes en el Paseo de Montejo, de Mérida,
probablemente de hacendados henequeneros del S. XIX

Mansión en la gran avenida Paseo de Montejo

Otra de las mansiones en el mismo Paseo



lunes, 13 de junio de 2016

RECUERDOS DE YUCATÁN (I) LA VIEJA HENEQUENERA



Desde la carretera vimos la gran chimenea

Se nos permitió acercarnos a las ruinas

Restos de lo que pudo ser la sala de máquinas.
Sorprenden los arcos conopiales.

bajo el palmeral platicamos con el actual dueño
de la vieja henequenera

Noria para extraer agua del cenote

Pudieron ser almacenes para el henequén, pero también
 viviendas para los obreros.
 


FOTOGRAFÍAS: Henequenera cerca de Izamal (Tomadas en  mayo de 2016)

Lo que son las cosas, dos días antes de mi viaje a México aún estaba por los páramos de La Rad fotografiando chozos de pastor y hablando con la persona que los construyó. Y de repente, apenas cruzado el océano, me encontraba manejando (conduciendo) por las carreteras de Yucatán. Bueno, ¡quién me lo iba a decir! Y es que el mundo se ha hecho hoy tan pequeño... De Yucatán había leído algunas cosas, entre ellas las cartas de relación de Hernán Cortés, donde se describen los primeros encuentros de los conquistadores españoles con los mayas y sus sorprendentes ciudades, las que hoy tanto nos maravillan. Aunque de todo lo leído, lo que más huella me había dejado era el libro de John K. Turner “México bárbaro”, donde el periodista y escritor norteamericano, que fue conocido como  “el periodista de México”, da cuenta de la explotación en régimen de esclavitud de los indígenas (yaquis traídos de Sonora y yucatecos), llevada a cabo por los terratenientes en las grandes haciendas, entre ellas las henequeneras. 

Nada de lo anterior nos había llevado a la cárstica planicie yucateca, creo que más bien fueron Chichén Itza y los lugares turísticos de Cancún y Tulum. Pero a decir verdad, para mí fue mucho más interesante nuestro periplo por tierra adentro de la península que las inacabables playas plagadas de establecimientos hoteleros, donde apenas si quedan accesos libres a la arena. Hago abstracción entonces del mar caliente y del infinito respeto que me merece la ciudad maya (de la que sería incapaz de escribir una sola línea coherente), y relato algunas de las cosas que vimos en el interior, aún más caliente. Partiendo de Cancún, nuestra primera meta fue Valladolid (sin Pisuerga), una de las ciudades coloniales y mágicas de la península en la cual hicimos dos noches. Pero no voy a describir nada de ella, pues buscando en Internet cualquiera puede encontrar pelos y señales. 



LA CONQUISTA ESPIRITUAL DE YUCATÁN, 
LLEVADA A CABO POR DOMINICOS Y FRANCISCANOS PRINCIPALMENTE, 
DEJÓ BELLOS TESTIMONIOS ARQUITECTÓNICOS. HE AQUÍ TRES MUESTRAS

Convento franciscano de San Bernardino de Siena en Valladolid

Convento franciscano de San Antonio de Padua, 
en Izamal, a pleno sol y nocturno con luna llena






Iglesia colonial de Santo Domingo en la localidad de Uayma



De Valladolid, tras la visita a Chichén Itza, nos dirigimos a Izamal, la ciudad amarilla, por el color de sus casas, donde pernoctamos también dos noches. Y aquí, queridos amigos de este Cajón de Sastre, es donde quería yo llegar, pues en esta ruta fuimos a dar con las ruinas de una hacienda henequenera. Una gran chimenea que se alzaba en la llanada y próxima a la carretera, más algunas construcciones aledañas en penoso estado, nos alertaron de que podía tratarse de una de aquellas haciendas que denunció John K. Turner. Sentí una gran emoción ante la posibilidad de hallarme en un lugar protagonista de episodios que en su día tanto me conmovieron con su lectura. Era evidente, por otro lado, que lo que allí veíamos era un testimonio de arqueología industrial, uno más de los muchos que he tenido ocasión de conocer (ya sabéis mi debilidad por esta temática), pero esta vez tan lejos de nuestra tierra burgalesa. Armados de valor, decidimos que había que salir del carro, abandonar el ambiente fresco de su interior y enfrentarnos a tumba abierta con el sol abrasador. La curiosidad pudo más que la comodidad, de modo que nos encasquetamos los sombreros y tras recorrer un recto camino de apenas cien metros llegamos al edificio principal de la hacienda, que parecía recientemente remozado. Un hombre que trabajaba en no sé qué cosa, interrumpió su labor y nos salió al paso. Le  explicamos los motivos de la visita y nos condujo a otra persona que se hallaba tendida en una hamaca, que al parecer era el jefe, el amo de todo aquello. Esta persona podía muy bien habernos despedido con vientos destemplados, entre otras cosas por haberle interrumpido en su descanso hamaquero, pero no lo hizo, al contrario, fue todo cordialidad, y nos sorprendió con sus deseos de contar, de enseñar y de darnos facilidad para hacer las fotos que quisiéramos. Se notaba que más que un jefe era un viejo profesor. Nos habló de su voluntad en recuperar la vieja hacienda, no para obtener fibra del agave, como en su origen, sino como lugar de recreo respetando al máximo la imagen y los restos que encontró. Loable intención, sin duda, en línea con lo que yo mismo vengo defendiendo para tantos yacimientos de arqueología industrial en Burgos. Bajo el palmeral, el profesor nos fue indicando, a veces mostrando, los pocos elementos que aún quedaban: la noria mecánica en el cenote para la extracción de agua, restos de la sala de máquinas, almacenes de la fibra, la gran chimenea del horno donde se quemaban los deshechos... Las haciendas henequeneras fueron muchas en Yucatán, quizá cientos en tiempos de mayor bonanza de lo que se llamó “oro verde”, en ellas se enriquecieron algunos, con ellas crecieron ciudades, como Mérida. Algunas se han recuperado lujosamente como establecimientos hoteleros y para actos sociales, constituyendo ahora un reclamo para el turismo, otras esperan la acción de otro profesor soñador, y otras muchas se han perdido para siempre. Pero del henequén y de las haciendas henequeneras podríamos estar hablando mucho, mucho tiempo, el tema es apasionante, solo quería compartir con vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, la coincidencia de mis lecturas con lo que en Yucatán vimos y vivimos. 



Pacas de fibra apiladas en la bodega de la hacienda de Sanlatah.
(Fotografía obtenida en exposición sobre las henequeneras en Izamal)

      


jueves, 9 de junio de 2016

LA MAGIA DE CHIAPAS, EL CEDRO DE COMITAN Y OTRAS BELLEZAS Y CURIOSIDADES

FOTOGRAFÍAS: Tomadas en mayo-junio de 2016


En breve traeré aquí algunos chozos de pastor esparcidos por los páramos de La Rad, y también a su constructor, con lo que esto tiene de insólito. Pero permitidme, queridos amigos, que antes os ofrezca algunas imágenes con las que todavía sueño tras mi segundo viaje a Chiapas, ese lugar del mundo que ya permanece anclado para siempre en mi memoria. He supuesto vuestra extrañeza por mi tardanza en dar señales de vida en este Cajón de Sastre, por eso, en desagravio, quiero regalaros con este colorido y sorprendente mosaico, que tanto contrasta con nuestra seriedad castellana. Abramos el cofre, pues, y comencemos por un árbol, que para eso, para guardar árboles, este Cajón de Sastre habilitó un particular espacio. En Comitán de Domínguez, una de las grandes ciudades chiapanecas, existe un barrio que llaman El Cedro, rindiendo así tributo a un ejemplar de cedro americano cuya antigüedad nadie conoce. De corteza rugosa y con muñones tumorales en todo su cuerpo, este cedro bien pudo estar cuando los españoles exploraban, fundaban y refundaban aquí y allá por tierras chiapanecas. Pero esto es especular. Y llama la atención que a los pies de la iglesia se encuentre otro robusto y saludable cedro, de piel fina, mucho más joven, insultantemente joven, con apenas cincuenta años de vida según me indicaron, que parece un nieto del anterior. Lo consigno aquí porque el contraste es de llamar la atención.


Joven cedro en Comitán, junto a la iglesia de San Caralampio
   
Cedro americano que da nombre a un barrio de Comitán





Los patios de las ciudades de Chiapas son uno de sus más grandes atractivos, 
y este de Comitán de Domínguez lo es por doble motivo al formar parte del Centro Cultural Rosario Castellanos Figueroa, la gran narradora y poetisa mexicana.


IMÁGENES DE SAN JUAN CHAMULA












       San Juan Chamula es uno de esos lugares que guarda como ninguno las esencias de Chiapas. El sincretismo de su iglesia, donde uno tiene la impresión de hallarse en un santuario maya rodeado de santos,  la indumentaria en el cambio de mayordomías, con los vistosos trajes de los chamulas, las ruinas coloniales en torno a las que aún se entierra, los pintorescos mercados en la calle de gente de Los Altos..., todo rezuma y respira el sabor de tierras lejanas, de otro continente.  



IMÁGENES DE SAN CRISTOBAL DE LAS CASAS



 











Allá donde dirijas la mirada en San Cristobal surge la sorpresa,
produce la admiración y el encantamiento. La iglesia colonial iluminada con el sol de la tarde, una calle tranquila en una mañana de domingo, la plazuela con su templete, las sierras que rodean la ciudad, con su apagado y dominador volcán Huitepec, unos lavabos de maravilloso colorido, una familia indígena sorprendida por la lluvia en la Quinta del Obispo, junto a la abandonada serrería, el mercado de todo lo imaginable en un laberinto cubierto y sin fin, e infinitas cosas más que sería prolijo endosaros.



Indumentaria de los pueblos chiapanecos

Pero ya digo, en próxima entrada os hablaré de chozos pastoriles en La Rad.