Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

viernes, 30 de enero de 2015

LAURENTINO MUELAS, EL MAESTRO DE ALBA


Presa del Oca. En este lugar estuvo Alba. . 


FOTOGRAFÍAS: Presa de Alba (abril 2009). Desfiladero de Alba. (2011).

Indagando sobre el maestro Antonio Benaiges y su labor en la Escuela de Bañuelos de Bureba, de lo cual tengo intención de hablar en próxima entrada, me ha venido a la memoria otro maestro que se dedicó con pasión a sus alumnos. Me refiero al docente y pedagogo Laurentino Muelas, que ejerció en el ya desaparecido pueblo de Alba, escondido  lugar en las fragosidades de los Montes de Oca, al menos entre 1923 y 1936. Como recuerdo y homenaje a este héroe de la enseñanza, reproduzco la referencia  que hago en mi libro Los pueblos del silencio, así como también otra que acabo de encontrar rastreando en Internet, y que aparece publicada en el Boletín de la Sociedad Española de Historia Natural.

En la primera publicación decía que

“La primera escuela y el primer maestro llegaron a Alba  en 1923, poco después de que esta institución pública se estableciera en el pueblo hermano de Ahedillo (también desaparecido). En aquel año asistían a sus clases doce alumnos. Laurentino Muelas, fue el último maestro que vivió en el pueblo, un personaje que ha pasado a convertirse en leyenda en la zona. Se dice de él que fue un hombre de ideas renovadoras, pragmático, cuya docencia estaba encaminada más a enseñar a los niños albeños a cómo sobrevivir en un medio tan hostil  que las letras o la aritmética. Se fue del pueblo el 16 de julio de 1936, muy poco ates de estallar la Guerra Civil. Después fueron maestras quienes, viviendo en Villafranca, atendieron la escuela de Alba”.


Por su parte, en el citado Boletín, el geólogo José Royo y Gómez, en un informe de carácter científico dirigido a sus compañeros socios de la Escuela de Geología de Madrid, escribía lo siguiente:


«SOBRE EL MANCHÓN CRETÁCICO DEL RÍO OCA (BURGOS).—He recibido últimamente del maestro de la Escuela Nacional de Alba, Montes de Oca (Burgos), D. Laurentino Muelas, un paquete de fósiles recogidos por él en compañía de sus discípulos encima del desfiladero del río Oca. Este paquete viene como ampliación de otro que tuvieron la bondad de regalarme durante una visita que hice en 1932, siéndome grato hacer constar mi agradecimiento por esta atención. Al mismo tiempo deseo llamar la atención de mis consocios sobre lo provechosa que les pudiera ser en sus excursiones una visita a las Escuelas nacionales, en cuyas colecciones obtendrán muchas veces preciosas orientaciones”.

Y mas:



“... En la sesión anterior tuve el honor de transmitir a la SOCIEDAD la comunicación que nuestro distinguido consocio Sr. Aitken, de Londres, me había hecho sobre el manchón cretácico del río Oca (Burgos), la que contiene una lista de fósiles clasificados por el competente personal del Museo Británico, y facilitados por el maestro de la Escuela Nacional de Alba, Montes de Oca, D. Laurentino Muelas. A los pocos días de presentar dicha comunicación, el Sr. Muelas tuvo la atención de remitirme, para el Museo Nacional de Ciencias Naturales, una serie de fósiles de la misma localidad, o sea de encima del desfiladero del río Oca, cuyo estudio me ha permitido confirmar lo expuesto por el Sr. Aitken”.

           



Desfiladero del río Oca. Paso de Villafranca hacia Alba. 


A la vista de estos informes uno puede imaginar al maestro Laurentino Muelas recogiendo fósiles con sus alumnos por aquellos montes y riscos bañados por el río Oca, explicándoles que todo lo que veían sus curiosos ojos fue un día mar, algo que no conocían y que ni siquiera sabían lo que era; imaginar también sus paseos con el geólogo de Madrid armado de piqueta. Aquello sucedió cuando en Alba había casas en pie, cuando había población, cuando el río discurría libre, sin el freno del actual pantano. Ahora ya no hay nada, solo alguna referencia escrita, pocas e insignificantes ruinas de la aldea y la leyenda del maestro. Sobre esto último, hace años me contaron en Villafranca Montes de Oca que hubo ricos de este pueblo, al cual perteneció Alba, que por la calidad de su enseñanza preferían llevar a sus hijos a la escuela de Laurentino Muelas, incluso con lo la enorme dificultad que suponía llegar al pueblo hoy desaparecido. Hasta tal punto la leyenda del maestro se hizo grande.  



Niños de Alba en 1930





martes, 27 de enero de 2015

DE ESCUELAS Y MAESTROS DE PUEBLO

                                                   
La cocina de la maestra tenía dos fogones.
       

 FOTOGRAFÍAS: Cocina y pasillo en vivienda de la maestra. Esfera del viejo reloj. (Tomadas en enero de 2015).

A veces ocurre que nos ponemos en carretera sin rumbo fijo, sin saber dónde vamos ni lo que queremos ver, y puede y suele suceder que nos salgan liebres aquí y allá a poco que nos fijemos y salga también a flote nuestra  curiosidad. A los dos días de la última nevada, yo mismo salí en busca de paisajes blancos, como suelo tener por costumbre, y me salieron dos escuelas, la primera en Quintanaloranco y la segunda, en Bañuelos de Bureba. Me desvié al primer pueblo porque me lo imaginé a primeras horas de la mañana totalmente dormido y con sus calles nevadas, lo cual tiene su encanto. Recorrí todo su callejero, subiendo y bajando de tacón por aquello de los resbalones, y solo vi casas dormidas, como imaginé que estarían sus habitantes. El tiempo detenido. Me llamó la atención un edificio de buena piedra, con torre relojera en medio rematada en campana de horas y minutos musicales. Guardando las debidas distancias, me recordó a la de Villamayor de los Montes, sí, la del reloj Canseco que aquí vimos. Será el Ayuntamiento, o las escuelas, me dije, o un multiusos, como tantos proliferan ahora en pueblos que han muerto o están a punto de morir. Despoblación. Al poco, vi subir un todo terreno por la calle Mayor. Hice una señal al conductor para que se detuviera, y se detuvo en el hielo. Hubo suerte, era el señor Alcalde; con él pude acceder al flamante edificio, que además de cumplir ahora como Ayuntamiento y centro médico, fue antes escuela y casa de los maestros, y además de todo eso, es ahora “la Peña”. Subimos a lo alto de la torre por ver la maquinaria del reloj, pero esta ya había desaparecido, y en su lugar funciona (cuando funciona) un simple aparatejo electrónico (¡qué habrá sido del ordenado y viejo nido de ruedas dentadas!) Mejor no preguntar. Para subir al cuarto del reloj hay que pasar por dos viviendas; “la de abajo era la de la maestra, y la de arriba, la del maestro”. Recorrimos las dos. En la de la maestra me llamó la atención su cocina económica; nunca antes había visto una con dos fogones adosados, “el uno era para leña y el otro para paja”, me dijo el edil. Las habitaciones de la maestra, hace tiempo sin aliento, sin  tareas ni cuadernos, eran ahora almacenes de trastos empolvados. Un antiguo mapa deshilachado de los ríos aquí, un retrato de Franco apoyado en la pared de una alcoba ciega allí, un lavabo portátil de aguas gélidas para el aseo mañanero de la maestra, una habitación sin cama, y algún trasto más que no recuerdo, cosas ahora inservibles que fueron para el servicio de la enseñanza. Olvido. Y salimos. Y las escaleras nos llevaron al piso-vivienda del maestro, donde el guano de las palomas todo lo invade. “Es que hace tiempo que nadie sube aquí”. Y además, “es que el maestro tenía conejos” en su casa. Hambre. La esfera del viejo reloj, erguida sobre la basura fósil de los conejos, duerme ahora con una aguja caída, como si quisiera detener un tiempo difícil pero feliz.


Se desmontó el viejo reloj y se detuvo el tiempo 


El maestro y la maestra de pueblo, héroes de un tiempo raído, una raza que se extinguió. Quizá un día los encuentre, y entonces les preguntaré cómo fueron sus vidas dedicadas en Quintanaloranco.

Al bajar a la planta, accedimos a la peña-bar, que todavía conservaba el calor de la noche de brisca y dominó. En un lugar junto a la barra vi colgado un calendario animado con la fotografía de un aula escolar. “Es la escuela de Bañuelos”, dijo mi acompañante. Sí, ya veo. ¡Ah, la escuela de Bañuelos, la famosa escuela!, recordé. Parecía que los hados se hubieran puesto de acuerdo para que aquella mañana de nieve todo girara en torno a las escuelas. Bien que lo agradecí, pues así, por fin, podría visitar la del maestro que enseñó con una imprenta, la que tanto anhelaba conocer.  


Ya no huele a humo y el pasillo
parece más largo sin la maestra



    
             LOS CONEJOS DEL MAESTRO

 (1): Este cuento-descripción que acabo de inventar bien podría haber sido escrito en 1934-36 por un niño de la escuela de Bañuelos de Bureba y editado con la técnica Freinet en la imprenta que el maestro Antonio Benaiges implantó en este pueblo burgalés como método de enseñanza.


La casa de la maestra tiene un pasillo largo y una cocina al fondo. La cocina es de hierro. Tiene dos fogones, uno se enciende con leña y otro con paja. La leña y la paja la llevamos los niños para que la maestra no tenga que ir a buscarla al monte.

La maestra se llama Matilde y nos dijo que era de un pueblo de León que se llama Astorga.

 Encima de la casa de la maestra está la casa del maestro, que cría conejos en una habitación. Una vez, estábamos en clase y se le escaparon todos los conejos y tuvimos que ir a buscarlos los niños con el maestro. Un conejo se escondió en la habitación del reloj y no lo encontramos, y lo encontró el tío Santos cuando subió a dar cuerda al reloj.

El maestro nos dice que pasa mucho hambre y que por eso tiene los conejos, pero no sé si será verdad porque los maestros son señoritos.     


PRÓXIMA ENTREGA: 
"LA ESCUELA DE BAÑUELOS DE BUREBA, LOS NIÑOS IMPRESORES"





jueves, 22 de enero de 2015

Y LLEGÓ LA NIEVE


Y por fin llegó la nieve.

Alegres batallas


FOTOGRAFÍAS: Batalla de bolas de nieve en la Escuela de Arte. (el 22 de enero de 2015) 

Montes Obarenes. Sierra de la Demanda (Tomadas el 23 de enero 2015)


 Cuando ya algunos no esperábamos una nevada en la ciudad, por aquello del cambio climático y el mucho tiempo pasado sin su cálida presencia, he aquí que la nieve no se la comió el lobo y vino hoy a la chita callando con nocturnidad. Los chicos de la Escuela de Arte de Burgos se tiran bolas como siempre se hizo y sus figuras animadas nos recuerdan alguna pintura de Brueghel el Viejo. ¿Qué tendrá la nieve que nos hace niños, qué magia emana de ella que nos rejuvenece y nos invita a soñar?



APÉNDICE

Pero la misma nevada tuvo mayor intensidad en el norte de Burgos. Desde los altos de Las Lomas, entre Castrillo y Bañuelos, hoy he podido disfrutar de estas dos panorámicas. A un lado, los Montes Obarenes, y enfrente,  la Sierra de la Demanda. Tengo dudas de que haya otro mirador en Burgos tan espectacular. Muchas gracias, señora Nieves.



Montes Obarenes

Al fondo, la Sierra de la Demanda


viernes, 16 de enero de 2015

JUAN BARTOLOMÉ EN OJO GUAREÑA


Juan Bartolomé en la Sala de las Maravillas
Juan Bartolomé en Ojo Guareña


FOTOGRAFÍA: Juan Bartolomé en la  Sala de las Maravillas, en Ojo Guareña (Tomada en 1964 por Aurelio Rubio).


Quizá a algunos que le conocieron y compartieron su actividad espeleológica, la muerte de Juan Bartolomé, ocurrida en 2010, les pasara  desapercibida, como a mí me ocurrió. Y bien que lo siento, pues con este espeleólogo y doctor en medicina burgalés, y con Aurelio Rubio, mi hermano mayor y también fallecido, tuve ocasión y honor de compartir, en 1964,  siete días bajo tierra en Ojo Guareña, en una expedición dedicada a fotografiar la parte más bella y espectacular de este complejo cárstico, la conocida como Sector Huesos-Siete Lagos. En aquellas subterráneas y fotográficas jornadas, dirigidas por mi añorado hermano, poco sabía y poco llegué a saber de Juan Bartolomé, pues entonces yo era un tímido y joven principiante de la espeleología y harto tenía con superar  con alguna dignidad los obstáculos que se me presentaban y maravillarme con los insólitos lugares que tenía  el privilegio de contemplar.

Así, pues, debo decir con pena que soy el único superviviente de aquella expedición. Compartimos los tres el duro suelo como cama, con simples sacos de dormir cerca del borde del último de los Siete Lagos, durante seis noches (cada día más largas), de silencio y oscuridad solo rotos por el goteo intermitente de las estalactitas y los fogonazos del magnesio y de las lámparas de vacublitz. Juan Bartolomé era entonces alto y delgado, como los grandes pinos de la sierra burgalesa de donde era natural; recuerdo su imagen, entonces desbarbada, posando allí donde Aurelio le indicaba, ya fuera al borde de una sima o camuflado entre bosques de estalactitas y estalagmitas, y cómo, al activar el flash delante de sí, su figura se recortaba y agrandaba convirtiéndose en una columna más de la espectacular Sala de las Maravillas. 

Después de aquellas jornadas en Ojo Guareña, en la que se obtuvo una espléndida serie fotográfica en blanco y negro, no volví a coincidir más con Juan. Supe, con el paso del tiempo, que estuvo en la Antártida en alguna  expedición científica y que su figura alcanzó gran relieve por las numerosas, importantes y solidarias actividades que llevó a cabo en distintos lugares del mundo. Hoy he podido seguir sus huellas a través de Internet, en las muchas referencias biográficas que se publicaron tras su muerte. 

Aunque con retraso, descansa en paz, compañero Juan Bartolomé, tu memoria es la de un hombre de acción.  

viernes, 2 de enero de 2015

VENTANAS EN LA NIEBLA (AHEDO DE LINARES)


Ahedo entre la niebla

Ventana con escudo

Y la ventana se hizo balcón

Hidalguía del olvido

Cuando el sol las ilumina, los escudos
se encienden 


FOTOGRAFÍAS: Ahedo de Linares desde el Alto de Retuerta. Ventanas de Ahedo de Linares (Tomadas en diciembre de 2014).


No, no es humo lo que se ve, es la niebla bajo el sol, es un pueblo bajo la niebla, es Ahedo de Linares al despejar, desde el Alto de Retuerta en Sotoscueva.  Dentro de la niebla hay casas, y en las casas, ventanas de  siglos de bien labrar, con maneras de artistas olvidados y escudos que marcaron época. Y fue que fueron ventanas y se transformaron en balcones, para aprovisionarse de luz, quizá. Dos ventanas blasonadas había en Ahedo y las dos se abalconaron, poniendo bolas arriba y bolas abajo. Cuando despeja la niebla en Ahedo y funciona el sol, dos ventanas se iluminan para marcar hidalguías pasadas.