Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

martes, 27 de octubre de 2015

LA OBRA DE MANUEL GARRIDO RECOGIDA EN UN LIBRO DE JO FARB HERNÁNDEZ


Una escultura de Manuel parece pregonar el éxito

En este libro se muestran las fantasías de piedra de Manuel Garrido

Páginas del libro, un orgullo para Manuel Garrido



FOTOGRAFÍAS: Portada de libro y obra de Manuel Garrido (Tomadas en octubre de 2015.


           Jo Farb Hernández, profesora norteamericana, del departamento de Arte e Historia del Arte de la universidad estatal de San José (California) y directora de la galería de arte Natalie and James Thompson, es autora de una magna obra sobre las muestras más importantes de España del llamado art  brut  (arte bruto), que ha sido publicada en 2013 con el título Espacios singulares. Desde el excéntrico a lo extraordinario en entornos de arte españoles (Singular Spaces: From the Eccentric to the Extraordinary in Spanisch Art Enviroments) .

            La citada profesora, en sus viajes por España, tuvo ocasión de visitar el jardín de las esculturas de Garrido y, admirada, no dudó en incluir, en un voluminoso libro editado en inglés y  a todo color,  las fantasías de piedra del artista de Villatoro, de cuya vida y obra dejamos aquí constancia en fecha muy reciente. Casi veinte páginas de dicha publicación están dedicadas a él, lo que es todo un honor al provenir el reconocimiento de una de las mayores expertas del mundo.

          No tengo constancia de que la visita de la estadounidense a Burgos, concretamente a Villatoro, fuera recogida en ningún medio local. Por eso, aunque tarde, creo que es de justicia darle el valor que tiene.  En lo que me toca, pues tuve el privilegio y placer de  conocer a Manuel y escribir  sobre su espectacular trabajo hace veinte años, no puedo sino mostrar mi alegría y satisfacción al saber que, a través de dicho libro, será conocido y reconocido mundialmente.

           Enhorabuena, Manuel



Esculturas de Manuel, sueños que perdurarán

lunes, 26 de octubre de 2015

EL PÉNDULO DE VILLATORO

         

Fantasía de Manuel Garrido en su jardín encantado de Villatoro



 FOTOGRAFÍAS: Arte de Manuel Garrido en Villatoro (Tomadas en junio de 1995)

Se reproduce aquí, por motivos que más adelante se justificarán, 
el reportaje publicado en Diario de Burgos el 17 de junio de 1995. 
Han pasado veinte años


Existe en Villatoro una finca muy especial que bien podría llamarse El jardín de las esculturas. Ya el exterior, con una portada y crestería decoradas con todo tipo de sorprendentes figuras de piedra, es un aviso de lo que puede aguardar al afortunado que tenga acceso a su interior. Muchas veces, al pasar delante de ella, llegué a preguntarme quién sería el autor o autores de aquella obra. Y cómo era posible que semejante maravilla, tan cerca de la capital, hubiera pasado desapercibida para el común de los burgaleses. Incomprensible. Durante un tiempo el sueño de una visita se convirtió en una obsesión y un reto para mí. Hasta que, por fin, el pasado 7 de junio tuve la fortuna de conocer al hacedor de tanta escultura, de tanta fantasía labrada. 

Tras unos momentos de espera y después de haber llamado en el timbre, apareció ante mí un hombre de complexión fuerte, de pelo blanco y camisa arremangada. Nos presentamos, él es  Manuel Garrido Villalba, no llegará a los setenta. Noté en su habla la simpatía y el gracejo andaluz. No me equivocaba, pues declaró ser granadino. 


Detalle de la portada


       Cuando le expliqué mi curiosidad por aquel trabajo que se alzaba sobre nuestras cabezas, no culto pero sí algo más que ingenuista, encontré en él una receptividad absoluta y sincera.  Ya dentro del ansiado lugar, se abrió para mí un mundo y un paisaje de fantasía, con árboles de muchas clases, palmeras, castaños, cedros, bambúes, tejos, madroños..., y un estanque con peces de colores...; y entre todo, esculturas por doquier, arriba, abajo, a izquierda y a derecha, vírgenes, santos, animales exóticos, que en cierta manera recordaban a las esculturas románicas... Qué era todo aquello, ¿una especie de Bomarzo burgalés? Dispuesto estaba Manuel a explicarme aquel ensueño, cuando de la vivienda salió una mujer, su mujer, que se acercó para comunicar a su marido que debía ir a recoger a los nietos al colegio.

Marchó Manuel y quedé a solas con Mercedes, granadina también. 
¿Cómo es Manuel?, interrogué. Un hombre hiperactivo, que “no espera a la luna ni espera al sol para ponerse a trabajar”, me dijo.  “Fíjese cómo es, que allá, en Graná, era el primero que llegaba a donde estaba el esparto”. Se refería Mercedes a la época en la que Manuel se dedicaba a la recolección de esa hierba, que, según ella, “se utilizaba para hacer los capachos que llevaban los burros para la recogida de las aceitunas”. 

Manuel es un hombre hiperactivo, sí, pero también creador autodidacta y dotado de una energía especial en cada una de las especialidades en las que destaca. Fue en su tierra pastor de cabras, recogedor de esparto, viverista (trabajó en un vivero de su Granada y acariciaron sus manos muchas de las plantas que adornan el palacio de la Alambra), y constructor de diques en las peligrosas ramblas. Todo eso en la ciudad del Suspiro el Moro, porque cuando llegó a Burgos en 1956, la canalización y exteriorización de su “energía positiva” le llevaron a convertirse en un zahorí de péndulo, después en un “yerbero” (herbolario), y por último, en un escultor de sueños medievales, románicos o góticos, o salidos de las selvas de América Central y del Sur, que de todo parece haber un poco en su imaginativa e inagotable obra. Sin contar su auténtica profesión, que era la de guarda forestal y especialista en plagas.  

De Granada a Burgos pasando por Asturias

¿Cómo recaló en Burgos este polifacético granadino? Mercedes me había explicado que tuvo que salir de su pueblo “en busca de la cagada del lagarto”, expresión utilizada en Granada “cuando alguien sale a buscar trabajo por ahí”. Pero de vuelta del colegio, Manuel mismo contó su historia. Un día de mediados los años cincuenta, quizá cansado de cabras y de hacer diques “para que no se fuera la tierra con las lluvias fuertes”, cogió una rústica maleta de madera de emigrante y, esperanzado, se montó en un tren (“sin billete, porque no tenía dinero para pagarlo”) y emprendió un viaje que habría de llevarle hasta Oviedo. Y de Oviedo a Mieres: “Allí estuve trabajando en las minas, poco tiempo, porque siempre estábamos pringaos de agua y aquello no me gustaba nada”. De las minas se fue Manuel a Avilés, “a meter bloque de cemento en al ría para los cimientos de Ensidesa”. Pero pronto abandonó Asturias, porque “con la crisis de 1955, ENSIDESA cerró”, y el ambiente de huelgas y enfrentamientos se hizo irrespirable para este hombre de campo acostumbrado a los pacíficos jardines agarenos. 

Repoblador de pinos en Burgos 

Ya en tierras burgalesas su trabajo consistió en repoblar de pinos las afueras de la capital, cerca de la fábrica de sedas: “Recuerdo que el primer día de trabajo estaba nevasqueando y me dije: ¡me cagüen diez, pero dónde me he metido yo! Un año y pico estuve en la carretera de Valladolid, plantando pinos y durmiendo en un gallinero con el resto de la cuadrilla, tirados sobre colchonetas”. 

En 1956 comenzaron las repoblaciones y la construcción de senderos en el castillo e Burgos, momento en el que Manuel pudo demostrar sus amplios conocimientos como viverista. Por ello, “Cuando me vieron trabajar me enviaron como encargado de vivero a Villacomparada de Medina, donde estuve siete años. De  allí, a las repoblaciones de Agüera de Montija, donde me nombraron guarda”

Por fin, en 1966 tomó posesión de castillo de Burgos; allí vivió varios años, en una casa que estaba junto a los depósitos de agua, y desde allí extendió sus dominios, sembrando de pinos los montes de Cortes, Villalonquéjar, La Abadeasa, Villalón y otros.  

Un solar en Villatoro

Enterados los guardeses del castillo de la venta de un solar en Villatoro,  decidieron comprarlo para hacer su vivienda definitiva. Recuerda Manuel que en este solar “no había nada, solo unos árboles secos y algunas paredes para tirar rodeadas de cardos”. Pero aquel erial poco a poco fue convirtiéndose en un oasis. En la soledad de los pinos, viviendo en apartadas casetas forestales, el guarda debió soñar cada noche con jardines encantados, añorando quizá la Alambra que un día abandonó, y maduró la idea de construir uno para su morada definitiva y la de su familia. Así llegó 1976, y con este año su inspiración y la primera escultura. Desde aquel día no ha cesado de labrar con mimo y arte personal la piedra, la que adquiría de los derribos. No tiene estudiadas las bellas artes y nunca recibió educación canteril alguna o que tuviera relación con ese jardín encantado que ha logrado crear en Villatoro. Un jardín-museo que quizá en un futuro podrán llegar a disfrutar todos los burgaleses, porque la idea de Manuel es no vender nunca ninguna de sus esculturas, románico-aztecas, como él mismo las define.




Con su péndulo, Manuel Garrido  localiza corrientes de agua


Energía positiva, el péndulo mágico 

En un momento del recorrido por su laberinto escultórico, al mencionarle la palabra energía para definir el trabajo que allí se adivinaba, se detuvo Manuel muy serio, y en tono solemne dijo: “Bueno, pues mire, le voy a decir una cosa [respecto a la energía], yo, con un péndulo, la enfermedad de una persona, cualquier cosa, en la vista, en el oído...., con el péndulo, si usted ha tenido una operación, con el péndulo yo le digo donde la ha tenido; y si usted quiere, ahora mismo  yo le digo si tiene una enfermedad....”. No, no, gracias, que uno es muy aprensivo, acerté a decir tras aquella revelación.

Interrogado por cómo aprendió el oficio de zahorí de aguas y enfermedades, me dio su explicación. Al parecer todo ocurrió en una visita que llevó a cabo en 1968 al monasterio de Bujedo (de Miranda). Allí conoció a un fraile marista que “era uno de los zahoríes más importantes de España”. Este le regaló un péndulo después de haberle hecho una serie de pruebas sobre su potencialidad energética; y es que “para esto hay que tener una energía positiva; si la persona no la tiene no hay nada que hacer, ni con todos los péndulos del mundo, y yo sí la tengo”, dijo. A continuación, inquieto y ávido de hacerme una demostración, me llevó hasta su coche, del que sacó  un péndulo: “Tengo dos, uno para aguas y otro para enfermedades; este es para buscar agua, pero también para encontrar cosas o personas; por ejemplo: si usted ha dejado el coche en el centro de la ciudad y se lo roban, yo con el péndulo y una fotografía del coche, o un objeto del mismo, le digo exactamente la dirección que ha tomado el coche; el péndulo me va marcando por donde se fue, y si el coche está dentro de la ciudad, no lo encuentro, pero si está fuera, sí”.  

Sabiendo ya con certeza por donde circulan las corrientes de agua bajo su finca, Manuel apoyó el péndulo sobre su dedo índice, el cual permaneció quieto en los primeros pasos, pero al llegar al lugar de aguas comenzó a dar vueltas rápidas, y... ¡oh, prodigio!, ”¡Aquí está la corriente!", exclamó ufano.

El zahorí de Villatoro 

Educado uno en el racionalismo y en el supuesto orden de las cosas, y por ello más proclive a las dudas de Tomás que a la fe ciega, no podía dar crédito a semejante maravilla. Manuel, que seguramente adivinó mis pensamientos, me aligeró de incertidumbres, y mostrándome las manos llenas de llagas por el roce de los péndulos, me advirtió de que es un “zahorí muy conocido en Burgos” y que su fama se debe a sus aciertos: “Todo el mundo me conoce como El zahorí de Villatoro, y de muchos sitios me han llamado para hacer pozos; no hace mucho que saqué agua para el Ayuntamiento de Mozoncillo”. Presume también de haber descubierto venas de agua en los viveros de Burgos y Palencia, en varias fábricas del “Polo” y en una finca de Ciudad Real en la que “concursó” con otros zahoríes y “solo yo encontré el agua”.  


Un arte muy personal

Una extraña pareja nos recibe en el portón de la casa

El taller de los bonsáis 

          Por senderos llenos de fantásticas figuras de piedra, el escultor-zahorí me condujo hasta un invernadero cuya puerta se halla flanqueada por dos guerreros: “Son los guardianes de Herodes”, dijo. En el interior, un calor sofocante alimentaba a un bosque de árboles enanos, árboles y arbustos de todos los gustos. Y entre la espesura del resumido y contrahecho botánico se entremezclaba un sin fin de esculturas de piedra, algunas con nombre propio:  “El Niño Jesús, la Virgen”, gallinas, patos, tortugas, águilas..., algunas salidas de la imaginación y otras inspiradas en estampas parroquiales; todo un conjunto “románico-azteca”, confundido entre hayas, robles, pinos, abedules, romeros, jaras..., sin duda un espectáculo. 

El yerbero en su herbolario


          Al salir del invernadero insistió Manuel en sus poderes como descubridor y sanador de enfermedades, aunque quiso dejar bien claro que sus actuaciones como sanador se limitaban a él mismo y a su mujer. Ya Mercedes me reconoció que desde que su marido se había iniciado en el conocimiento de las propiedades de las plantas ella no había tomado ni una simple aspirina, nada para aliviar la gota que le aquejaba, solo los preparados de Manuel.  

          Entramos en el herbolario, una construcción de piedra repleta de plantas extendidas en el suelo para su secado. Una farmacopea en ciernes para un hombre renacentista con poderes que solo algunos privilegiados llegan a tener. Y como guardianas de las plantas, en un ambiente impregnado de mil olores que hacían uno, numerosas tallas de madera aquí y allá daban al espacio un aspecto extraño, mágico. Era allí, en aquel laboratorio de la salud donde Manuel guardaba su baúl de los recuerdos, su maleta de pino, la que le acompañaba cuando salió de su Granada natal, la que guardaba fotos sepias de su vida inquieta y el diploma por sus méritos forestales.



Manuel señala una escultura que dedicó a
Félix Rodríguez de la Fuente



martes, 20 de octubre de 2015

FELIZ OTOÑO BURGALÉS






FOTOGRAFÍAS: Otoño en Burgos, Paseo de la Isla y Escuela de Arte (Tomadas en 2014-15)


A todos vosotros, compañeros y leales seguidores de este Cajón de Sastre, debo pediros perdón por el abandono al que os estoy sometiendo. Ocupaciones de las que quizá pronto tendréis noticias me han obligado y obligan a dejar en suspenso mis salidas por la provincia. ¡Cuánto las hecho de menos! Y para que veáis que mi pensamiento está con vosotros, os dejo bellas estampas del otoño en la capital burgalesa para que las gocéis como yo las estoy gozando.  Nuestros paseos por la ciudad en esta época se convierten en visitas a galerías de arte sin pinceles, donde se exhiben bellísimas obras que nadie sería capaz de igualar ni mucho menos mejorar. Bien podríamos simular aquí el verso granadino y decir:

Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en la otoñada



domingo, 4 de octubre de 2015

LOS ESGRIMISTAS DE ESCALADA


Esgrimistas en acción

Gran panel 

Un avance del tejado protege la cartela

Bajo el alero, una leyenda con fecha borrada

Frontón pintado sobre los sillares de la ventana


FOTOGRAFÍAS: Pinturas de Escalada (Tomadas en octubre de 2015).


Una pintura en una casa de Escalada guarda la imagen esquemática de dos esgrimistas en acción de lucha. Pintada en rojo, la sorprendente escena forma parte de un panel con distintos motivos situado en el muro de una casa de la pintoresca y monumental población del Ebro. El conjunto pictórico podría parecer anterior a la cartela que, igualmente pintada en rojo, puede verse bajo un alero de piedra, probablemente del siglo XVIII, bajo la protección de un avance del tejado y un balcón de madera característico de la zona. Aunque quizá esta impresión sea totalmente equivocada y la supuesta diferencia esté motivada por el hecho de que unas pinturas tienen la protección de dichos elementos, y por ello menos desgaste, y otras a la intemperie, sobre el revoco de la pared y por ello algo más deslucidas. A falta de una observación más cercana, la escritura de dicha cartela, en efecto, da la impresión de ser más moderna; de trazo más tosco, quizá del siglo XX, puede verse en ella el anagrama de Jesucristo y una fecha lamentablemente ya borrada.
Además de los esgrimistas, destacan en el conjunto pictórico una cruz con gran peana en escalera, dos tableros con cuadrículas rellenas de distintos motivos, dos jarrones, probablemente de lirios, símbolo de la pureza, y en medio de todo una ventana decorada en su contorno y rematada con frontón y una cruz patada dentro de un círculo. Todo lo descrito parece indicar que en su día dicha casa pudo pertenecer a algún eclesiástico, y quién sabe si alguno de los esgrimistas representados, o los dos, pudieran ser de tal condición. ¿Representación simbólica de algún combate dialéctico tal vez? ¿Recreación de algún hecho histórico o legendario habido en Escalada? Fuera como fuere, los dos combatientes parece  que conocían bien el arte del florete. 


jueves, 1 de octubre de 2015

VENTANAS BURGALESAS DE AQUÍ Y DE ALLÁ


En Cidad de Ebro 

En Ahedo de Butrón

En Quintanilla Sobresierra

Tres ventanas con escudos vacíos en Cidad de Ebro

En Lara de los Infantes

En Cidad de Ebro



En Oteo de Losa


Casa solariega en Oteo de Losa

En Urbel del Castillo

En Castil de Peones


FOTOGRAFÍAS: Ventanas de Cidad de Ebro, Ahedo de Butrón, Quintanilla Sobresierra, Lara de los Infantes, Oteo de Losa y Castil de Peones. (Tomadas entre 2013 y 2015).


El rosario de ventanas que guardamos hoy se compone de algunos ejemplares que con el tiempo hemos ido  arrinconando, quizá por pensar que cada uno por sí solo no merecía una dedicación y una entrada exclusiva. Algunos  pertenecen al grupo que en su día bautizamos como “ventanas de hidalgos”, a ese elenco que tiene en común lucir escudos sobre los dinteles y que debieron pertenecer a la “casta” de nobleza pobre o hijodalgo, que tanto proliferó en el territorio burgalés (Cidad de Ebro, Ahedo de Butrón, Quintanilla Sobresierra...). Otros ejemplares presentados debieron pertenecer a casas cuyos propietarios pudieron ostentar alguna dignidad eclesiástica, a juzgar por los emblemas que ostentan igualmente en los dinteles, con las llaves de San Pedro cruzadas, como ocurre en un palacete blasonado de Oteo de Losa. Guardamos también, en el ya rebosante arcón, ejemplares con escudos vacíos, sin armas ni emblema alguno, característica que ya hemos comentado en otras ocasiones y que dio lugar a la formación de un compartimento especial. Sin escudo, pero con gran personalidad, incluimos en el grupo una pequeña y deliciosa ventana de Urbel del Castillo, probablemente del siglo XVI, con nueve rosetas distintas, esculpidas en su contorno, y repisa decorada con bolas. Y finalmente, sumamos al repertorio cuatro elegantes ventanas pertenecientes a la tristemente descuidada torre de Castil de Peones, conocida como “La Casona”; las cuatro, alineadas en dos niveles, son escoltadas por dos escudos situados a distinta altura, y tienen decoración propia del siglo XVI, las dos superiores de trazos sencillos y las de abajo más trabajadas.

NOTA: Más pronto que tarde habrá que poner orden en este cajón de las ventanas.