FOTOGRAFÍAS: Escena del verano en las chozas de Orbaneja del Castillo, circa 1950. Chozas de Orbaneja. Primavera en las chozas. Bóveda de choza. Choza para vecero junto a restos de un corral (2007).
Orbaneja del Castillo es hoy un pueblo dedicado por entero al turismo. No podía ser de otra manera, su belleza y fama han trascendido en el último cuarto de siglo con una fuerza tal que ya nadie ni nada puede parar, salvo cataclismos. Era su destino. Hoy, los turistas escudriñan cada rincón del pueblo, yendo de sorpresa en sorpresa, de admiración en admiración. Autobuses y coches sin cuento aparcan bajo la cascada, un restaurante aquí, otro allá, en cada esquina uno..., todo me resulta nuevo y extraño. Ya no veo vecinos autóctonos en las solanas, mi amiga Lucila murió, y con ella se fue una época que conocí. Apenas quedan testigos de los esforzados que trabajaron el páramo; ayer conocí a los últimos: la señora Rosa y el señor Argimiro, dos entrañables sobrevivientes, dos hitos de un pueblo que ve cómo se ha consumido la primera parte de su historia (la segunda la escribe ahora el turismo) y que recuerdan con espanto el duro trabajo en los páramos. Las fincas en La Descampada, junto a los poblados de chozas, el ganado en los pedregales de Sargentes, a uno y otro lado del Ebro: dos páramos, dos crueldades de roca para sobrevivir que marcaron carácter. Rosa, aunque con dulzura y cierto humor, nos habló de todo eso como un mal sueño que le tocó vivir. Al final de la charla probamos suerte: ¿no tendrá usted, por casualidad, alguna fotografía de cuando se trabajaba en las chozas? “Sí tengo una, nos la enviaron unos que se bajaron del coche para fotografiarnos cuando estábamos trabajando”. Si los milagros existiesen, éste sería uno. La fotografía, enmarcada, muestra una escena de otra época, de cuando el laboreo junto a las chozas. Ella me puso al teclado.
Las fincas
A simple vista, no se ven terrenos de cultivo en Orbaneja, como no sean algunos diminutos huertos en ladera y entre frutales. Eso no quiere decir, sin embargo, que este pueblo no tuviera sus propios de cereal y sus lugares de pasto para el ganado. Tenía de todo ello, como casi todos los pueblos, lo que ocurre es que la mayoría de los terrenos cultivables, al igual que las eras para la trilla, se encontraban en el páramo, por encima del cantil que abriga su caserío, entre los términos de La Serna y Estilla. Semejante circunstancia, mientras el pueblo tuvo vida agropecuaria, significó un esfuerzo sobrehumano para los vecinos. Todavía hoy, gracias al tránsito de los numerosos turistas, se conserva en aceptable estado el camino por el que, con caballerías o andando, los labradores de Orbaneja subían al páramo, al amanecer o al anochecer.
Arriba de Orbaneja, la adusta llanada de La Descampada hace olvidar las maravillas dejadas abajo, en el hondón del Ebro. Allí están las eras de la trilla, las fincas del secano, del trigo, de la cebada, de las arbejas, de los yeros... y de las lentejas, sobre todo de las lentejas, que por algo se llamó “lentejeros” a los de Orbaneja; todas dispuestas de forma paralela, estrechas y apretadas, una junto a otra, sin perder un milímetro en separaciones, con el fin de que cada vecino, en algún tiempo más de cien, llegara a tener su porción de tierra. Y por arrancar la mayoría en elevaciones del terreno, siguiendo una línea descendente, cada finca se dividía en tres partes: la cabecera, que era la parte de suelo malo; la hondonada, que era de terreno regular, y el medianil, que era la joya de la finca.
Las chozas
La actividad agropecuaria que el vecindario de Orbaneja llevó a cabo en el páramo, en lugar tan poco accesible desde el pueblo y tan a merced de las inclemencias del tiempo (no había árboles que dieran sombra), creó la necesidad de construcciones auxiliares, unas para albergar el ganado durante la noche y otras para refugio de personas y para guardar útiles propios de las labores agrícolas. De ese modo nacieron los casares, recintos cuadrados o rectangulares, de piedra y para refugio del ganado, y las chozas, cabañas de piedra construidas sin argamasa alguna y con cubiertas de falsa bóveda, siempre cerca de las fincas y en o arrimadas a las eras de la trilla.
Conformadas en dos barrios, el de Laguna y el de Para, separados el uno del otro por apenas 1 kilómetro, cada uno de ellos cuenta con más de treinta chozas, cuadras o circulares. En el de Laguna hemos contabilizado, incluidas algunas arruinadas, un total de 38, y en el de Para, el más arrimado a la carretera, 31.
Las falsas cúpulas y bóvedas utilizadas en las techumbres de las chozas, con hiladas concéntricas de aproximación que convergen en un punto central, es una técnica constructiva ancestral que no debió estar al alcance de todo el mundo. Por eso es muy probable que las de Orbaneja fueran ejecutadas por personas especializadas y versadas en este tipo de construcciones.
Llama también la atención la disposición de las chozas en el conjunto de Laguna, la mayoría pegadas al camino, sin duda para un mejor acceso. Esta disposición debe recordarnos a los pueblos-camino, donde la mayoría de las casas se alinean en torno a una calle principal.
Orbaneja del Castillo es hoy un pueblo dedicado por entero al turismo. No podía ser de otra manera, su belleza y fama han trascendido en el último cuarto de siglo con una fuerza tal que ya nadie ni nada puede parar, salvo cataclismos. Era su destino. Hoy, los turistas escudriñan cada rincón del pueblo, yendo de sorpresa en sorpresa, de admiración en admiración. Autobuses y coches sin cuento aparcan bajo la cascada, un restaurante aquí, otro allá, en cada esquina uno..., todo me resulta nuevo y extraño. Ya no veo vecinos autóctonos en las solanas, mi amiga Lucila murió, y con ella se fue una época que conocí. Apenas quedan testigos de los esforzados que trabajaron el páramo; ayer conocí a los últimos: la señora Rosa y el señor Argimiro, dos entrañables sobrevivientes, dos hitos de un pueblo que ve cómo se ha consumido la primera parte de su historia (la segunda la escribe ahora el turismo) y que recuerdan con espanto el duro trabajo en los páramos. Las fincas en La Descampada, junto a los poblados de chozas, el ganado en los pedregales de Sargentes, a uno y otro lado del Ebro: dos páramos, dos crueldades de roca para sobrevivir que marcaron carácter. Rosa, aunque con dulzura y cierto humor, nos habló de todo eso como un mal sueño que le tocó vivir. Al final de la charla probamos suerte: ¿no tendrá usted, por casualidad, alguna fotografía de cuando se trabajaba en las chozas? “Sí tengo una, nos la enviaron unos que se bajaron del coche para fotografiarnos cuando estábamos trabajando”. Si los milagros existiesen, éste sería uno. La fotografía, enmarcada, muestra una escena de otra época, de cuando el laboreo junto a las chozas. Ella me puso al teclado.
Las fincas
A simple vista, no se ven terrenos de cultivo en Orbaneja, como no sean algunos diminutos huertos en ladera y entre frutales. Eso no quiere decir, sin embargo, que este pueblo no tuviera sus propios de cereal y sus lugares de pasto para el ganado. Tenía de todo ello, como casi todos los pueblos, lo que ocurre es que la mayoría de los terrenos cultivables, al igual que las eras para la trilla, se encontraban en el páramo, por encima del cantil que abriga su caserío, entre los términos de La Serna y Estilla. Semejante circunstancia, mientras el pueblo tuvo vida agropecuaria, significó un esfuerzo sobrehumano para los vecinos. Todavía hoy, gracias al tránsito de los numerosos turistas, se conserva en aceptable estado el camino por el que, con caballerías o andando, los labradores de Orbaneja subían al páramo, al amanecer o al anochecer.
Arriba de Orbaneja, la adusta llanada de La Descampada hace olvidar las maravillas dejadas abajo, en el hondón del Ebro. Allí están las eras de la trilla, las fincas del secano, del trigo, de la cebada, de las arbejas, de los yeros... y de las lentejas, sobre todo de las lentejas, que por algo se llamó “lentejeros” a los de Orbaneja; todas dispuestas de forma paralela, estrechas y apretadas, una junto a otra, sin perder un milímetro en separaciones, con el fin de que cada vecino, en algún tiempo más de cien, llegara a tener su porción de tierra. Y por arrancar la mayoría en elevaciones del terreno, siguiendo una línea descendente, cada finca se dividía en tres partes: la cabecera, que era la parte de suelo malo; la hondonada, que era de terreno regular, y el medianil, que era la joya de la finca.
Las chozas
La actividad agropecuaria que el vecindario de Orbaneja llevó a cabo en el páramo, en lugar tan poco accesible desde el pueblo y tan a merced de las inclemencias del tiempo (no había árboles que dieran sombra), creó la necesidad de construcciones auxiliares, unas para albergar el ganado durante la noche y otras para refugio de personas y para guardar útiles propios de las labores agrícolas. De ese modo nacieron los casares, recintos cuadrados o rectangulares, de piedra y para refugio del ganado, y las chozas, cabañas de piedra construidas sin argamasa alguna y con cubiertas de falsa bóveda, siempre cerca de las fincas y en o arrimadas a las eras de la trilla.
Conformadas en dos barrios, el de Laguna y el de Para, separados el uno del otro por apenas 1 kilómetro, cada uno de ellos cuenta con más de treinta chozas, cuadras o circulares. En el de Laguna hemos contabilizado, incluidas algunas arruinadas, un total de 38, y en el de Para, el más arrimado a la carretera, 31.
Las falsas cúpulas y bóvedas utilizadas en las techumbres de las chozas, con hiladas concéntricas de aproximación que convergen en un punto central, es una técnica constructiva ancestral que no debió estar al alcance de todo el mundo. Por eso es muy probable que las de Orbaneja fueran ejecutadas por personas especializadas y versadas en este tipo de construcciones.
Llama también la atención la disposición de las chozas en el conjunto de Laguna, la mayoría pegadas al camino, sin duda para un mejor acceso. Esta disposición debe recordarnos a los pueblos-camino, donde la mayoría de las casas se alinean en torno a una calle principal.
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Choza para vecero
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Los “veceros”
Como ya se ha apuntado, dada la inexistencia de lugares con sombra, las chozas, de antigüedad indeterminada, se construyeron como refugio para personas, sobre todo para el tiempo de la trilla, para esos 40 días que llevaba hacer el verano, que es cuando más podía apretar el calor; también para guardar los aperos agrícolas, o para mantener el agua y alimentos con cierta frescura, o incluso para comer, pues no hay que olvidar que los vecinos de Orbaneja subían al páramo muy de madrugada y pasaban todo el día en él. En las chozas, igualmente, se refugiaban por la noche los veceros, que eran las personas que hacían guardias nocturnas para cuidar el ganado encerrado en los casares, así como también las parvas y el grano cuando quedaban extendidos en las eras. El vecero era una figura rotatoria, una noche tocaba a un vecino y otra noche a otro, así hasta cumplimentarse la rueda vecinal.
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Las chozas de Orbaneja, en fin, es un patrimonio etnográfico de gran valor, para no perder y para mimar.
Con mi profundo agradecimiento a Rosa Ruiz y a su marido, Argimiro Rodríguez
Con mi profundo agradecimiento a Rosa Ruiz y a su marido, Argimiro Rodríguez
Vida muy dura, de las gentes de este pueblo; pero que trabajo realizaron para combatir los calores del altiplano. Mi reconocimiento a aquellas personas, y al gran autor de todos estos reportajes, dignos de resaltar con orgullo. Saludos. Merino
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