FOTOGRAFÍAS: Tomadas el 28 de octubre de 2009
Permitidme hoy, amigos y seguidores de este cajón de sastre, que salga de nuestras fronteras provinciales para contaros y enseñaros un lugar del que no tuve conocimiento hasta el pasado sábado. En una nueva visita a las ruinas del monasterio de Santa María de Rioseco, en compañía de unos amigos, uno de ellos, venido desde Vitoria, maravillado por lo que en Rioseco estaba viendo, se le ocurrió comparar estas ruinas burgalesas con otras que él conocía cerca de la capital alavesa. Me habló del Jardín Botánico de Santa Catalina, con una superficie de 32.000 metros cuadrados, construido entre los restos de un antiguo palacio, luego convertido en convento de agustinos, en la localidad de Trespuentes, del Municipio de Iruña de Oca, a 10 kms. de Vitoria y casi arrimado a las ruinas de la ciudad romana Iruña-Veleia.
Un jardín botánico aprovechando las ruinas de un monasterio medieval ¡Pero si es esto mismo lo que yo siempre pensé para Rioseco!, le dije. Prometí visitarlo en poco tiempo. Y es así como ayer, 28 de octubre, soleado día otoñal, tuve el gran gozo de visitar este Jardín Botánico de Santa Catalina. En síntesis, se trata de eso, de unas ruinas medievales que llevaban muchos años abandonadas, comidas por la hiedra y perdidas dentro de la impresionante espesura de la Sierra de Badaya; unas ruinas que, ya por sí mismas, antes de dicho Jardín, eran un motivo de atracción para excursionista ávidos de emociones. Pero los responsables del citado Ayuntamiento, a lo que se ve una corporación sensibilizada con su patrimonio, y con una visión clara de que aquello podía ser aprovechado como un bien cultural que debía ser conocido por todos, han ido más allá y han querido y sabido crear en torno a ellas un auténtico gozo para los sentidos. Con una perfecta simbiosis entre las ruinas medievales, casi tan importantes como las de Rioseco, y una impresionante muestra botánica, Atlántica y Mediterránea, con plantas de casi todo el mundo, se ha creado, en mi opinión, no solamente un Jardín Botánico, sino todo un parque romántico, en el que uno podría pasarse horas y horas olvidado de la gran ciudad, sobre todo en estos días de otoño, cuando está en su momento álgido la explosión de los colores.
Con un respeto enorme al lugar, con mínimas intervenciones en las ruinas, sólo una escalera de caracol metálica que llega hasta los campanarios, desde donde se domina la llanada de Vitoria, y un laberinto de sendas perfectamente integradas entre la espesura, con pequeños carteles que identifican cada elemento vegetal, se ha conseguido un milagro por el que bien vale un viaje y una detenida visita. Lo recomiendo en estos días de otoño tan extraños, pero tan espectaculares.
PD:
Amigos de Rioseco, amigos de las incomparables ruinas cistercienses de Manzanedo, os hago una confidencia: ayer, en Santa Catalina, sentí una inmensa admiración, pero también una gran envidia por lo que allí vi, contraponiéndolo al abandono de nuestro monasterio.
Permitidme hoy, amigos y seguidores de este cajón de sastre, que salga de nuestras fronteras provinciales para contaros y enseñaros un lugar del que no tuve conocimiento hasta el pasado sábado. En una nueva visita a las ruinas del monasterio de Santa María de Rioseco, en compañía de unos amigos, uno de ellos, venido desde Vitoria, maravillado por lo que en Rioseco estaba viendo, se le ocurrió comparar estas ruinas burgalesas con otras que él conocía cerca de la capital alavesa. Me habló del Jardín Botánico de Santa Catalina, con una superficie de 32.000 metros cuadrados, construido entre los restos de un antiguo palacio, luego convertido en convento de agustinos, en la localidad de Trespuentes, del Municipio de Iruña de Oca, a 10 kms. de Vitoria y casi arrimado a las ruinas de la ciudad romana Iruña-Veleia.
Un jardín botánico aprovechando las ruinas de un monasterio medieval ¡Pero si es esto mismo lo que yo siempre pensé para Rioseco!, le dije. Prometí visitarlo en poco tiempo. Y es así como ayer, 28 de octubre, soleado día otoñal, tuve el gran gozo de visitar este Jardín Botánico de Santa Catalina. En síntesis, se trata de eso, de unas ruinas medievales que llevaban muchos años abandonadas, comidas por la hiedra y perdidas dentro de la impresionante espesura de la Sierra de Badaya; unas ruinas que, ya por sí mismas, antes de dicho Jardín, eran un motivo de atracción para excursionista ávidos de emociones. Pero los responsables del citado Ayuntamiento, a lo que se ve una corporación sensibilizada con su patrimonio, y con una visión clara de que aquello podía ser aprovechado como un bien cultural que debía ser conocido por todos, han ido más allá y han querido y sabido crear en torno a ellas un auténtico gozo para los sentidos. Con una perfecta simbiosis entre las ruinas medievales, casi tan importantes como las de Rioseco, y una impresionante muestra botánica, Atlántica y Mediterránea, con plantas de casi todo el mundo, se ha creado, en mi opinión, no solamente un Jardín Botánico, sino todo un parque romántico, en el que uno podría pasarse horas y horas olvidado de la gran ciudad, sobre todo en estos días de otoño, cuando está en su momento álgido la explosión de los colores.
Con un respeto enorme al lugar, con mínimas intervenciones en las ruinas, sólo una escalera de caracol metálica que llega hasta los campanarios, desde donde se domina la llanada de Vitoria, y un laberinto de sendas perfectamente integradas entre la espesura, con pequeños carteles que identifican cada elemento vegetal, se ha conseguido un milagro por el que bien vale un viaje y una detenida visita. Lo recomiendo en estos días de otoño tan extraños, pero tan espectaculares.
PD:
Amigos de Rioseco, amigos de las incomparables ruinas cistercienses de Manzanedo, os hago una confidencia: ayer, en Santa Catalina, sentí una inmensa admiración, pero también una gran envidia por lo que allí vi, contraponiéndolo al abandono de nuestro monasterio.
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