Portamapas decimonónico. |
Lucas Aguirre. |
Aula decimonónica perfectamente conservada. |
FOTOS: Lucas Aguirre, fundador de las Escuelas Aguirre. Aula escolar de Siones. Portamapas decimonónico.
Publicado en Diario de Burgos, 28 diciembre 2003
Siones, pintoresco pueblo del valle de Mena, situado a los pies del impresionante farallón de los Montes de la Peña, tiene dos tesoros. Uno es su original y bien conocida iglesia románica, Monumento Nacional desde 1933, y otro, totalmente ignorado, su escuela de finales del siglo XIX, a la que por expreso deseo de su fundador en su día acudieron alumnos de Vallejo, Cadagua, El Vigo, Villasuso, Sopeñano y Siones. En esta escuela, una de las varias que hubo en el valle de Mena de fundación particular, y cuyo noble edificio se destaca sobre el resto del caserío, se conserva increiblemente, milagrosamente, un aula decimonónica con todo el menaje para la enseñanza propio de la época.
Amplias y con grandes ventanales que miran al valle, las paredes de este aula, deliciosamente decoradas con ribetes policromados y modernistas, guardan preciosos pupitres y bancos anclados al suelo, modernistas también y los primeros con ranura para encajar costureros; mesas para maestras y maestros con cajonería de estilo; mueble portamapas de rodillo, bien torneado y con sus correspondientes mapas abatibles de los cinco continentes, también decimonónicos; así como varias pizarrras de obra. Y todo ello presidido por un gran retrato de su fundador, el filántropo Lucas Aguirre y Juárez. Se trata, pues, de un extraordinario conjunto que posiblemente no tenga parangón, de un auténtico monumento a la enseñanza de finales del siglo XIX y principios del XX, de una reliquia de la docencia que nadie hubiera sospechado podría esconderse en una aldea tan diminuta como la de Siones.
Esta localidad burgalesa, consciente del valor patrimonial de su escuela, pretende ahora dar un uso a la misma, preferentemente como casa de turismo rural. Su alcalde, Vicente Ventades, es un enamorado de ella, y consciente también de que solo dando una utilidad al edificio y a su sorprendente aula pueden llegar a conservarse, lo ofrece a empresas o particulares que quieran establecer su negocio: “Lo que se quiere es ceder el edficio para casa de turismo rural, porque eso puede dar vida al pueblo. Sería una concesión por tiempo indefinido, y dependiendo de lo que se fuera a invertir serían más o menos años de concesión”. Ventades tiene claro también que quien llegara a quedarse con la escuela podría hacer las necesarias reformas en ella e incluso disfrutar del aula “para reuniones, charlas, proyecciones, etc.”, pero no podrá intervenir u obrar en ésta sin una decisión y una supervisión de las autoridades competentes en Patrimonio, porque entiende que se trata de un “monumento” poco común: “La casa de turismo rural es una cosa y el aula es punto y aparte. Mientras yo esté [de alcalde] en ella no se toca nada” sin esa premisa, asegura tajante.
LUCAS AGUIRRE, LIBERAL Y PROGRESISTA
El fundador de las escuelas de Siones fue D. Lucas Aguirre y Juárez, conquense, hombre profundamente religioso, liberal y progresista, comprometido con causas tan nobles como la enseñanza popular; su padre, Andrés Aguirre, nació en este pueblo menés y ello explica en parte la existencia en él de las escuelas de su nombre.
Andrés Aguirre fue un hombre emprendedor, de progreso y con decidida vocación para los negocios. Como tanta gente del valle de Mena y de las Merindades en sus inicios trajinaba con mercaderías fuera de su tierra, y en uno de sus viajes recaló en Cuenca. En esta ciudad debió enamorarse de las casas colgadas y de las hoces que la rodean, pero aún más de una señorita llamada Inés Juárez, con la que contrajo matrimonio y con la que tuvo cinco hijos, el último de ellos Lucas Aguirre, nacido el 18 de octubre de 1800. Establecido en Cuenca, creó un negocio de ferretería, seguramente debido a su buen conocimiento del laboreo del hierro gracias a las numerosas ferrerías que había por aquel tiempo en su querido valle de Mena. En el negocio participaba toda la famila y fue muy floreciente, lo que les llevó muy pronto a poder adquirir posesiones, terrenos e inmuebles aquí y allá, algunos procedentes de la Desamortización, e incluso a hacerse cargo del servicio de diligencias y correos entre Cuenca y Madrid. No tardando mucho los Aguirre y Juárez pasaron a formar parte de la alta burguesía de la ciudad, no de la reacionaria y ultramontana, sino de la ilustrada, liberal y progresista. Ello debió llevar a Lucas Aguirre a participar activamente, entre otras causas y actividades de tipo político, en la Guerra Civil, al menos asi parece desprenderse de una de las voluntades de su Testamento: “Que el sable de infantería y el de caballería que usó durante la Guerra Civil, las cuatro cruces y la placa con que fue condecorado, aunque nunca las ha usado, y las chatarreras, se conservarán en el Ayuntamiento de la ciudad de Cuenca para testimonio de que siempre defendió con entusiasmo los derechos de hombre”.
Pasado un tiempo la desgracia se cebó en la familia de Lucas Aguirre de manera brutal. Según cuenta Teresa Marín Eced en su ameno e interesantísimo libro “Lucas Aguirre. Un mecenas de la educación popular”, además de sufrir más de un disgusto por sus ideas progresistas en una ciudad tan cerrada como Cuenca, y en un siglo tan convulso como el que le tocó vivir, (Lucas Aguirre llegó incluso a sufrir cárcel), uno tras otro y por distintas causas, incluso de “sufrimiento moral”, los miembros de la familia fueron muriendo, hasta que en 1859 quedó solo el hijo menor. En su soledad, soltero y con los tristes recuerdos que cada rincón de su ciudad natal le traían, Lucas Aguirre decidió cambiar de aires y marchar a Madrid. En la capital de España pasó sus trece últimos años de vida (murió en 1873), desarrollando durante todo ese tiempo una intensa militancia ideológica, defendiendo las libertades, colaborando con lo más granado de la cultura y de la política liberal y progresista del momento, y comprometiéndose con la educación de los sectores populares menos favorecidos. Amigo del círculo de los krausistas, y particularmente de Fernando de Castro, Rector de la Universidad Central de Madrid, y del alcalde de esta ciudad, Manuel Mª José de Galdo (ambos nombrados, entre otros, albaceas testamentarios), participó en diversas organizaciones culturales, entre ellas la “Asociación para la enseñanza popular” y la “Asociación para la enseñanza de la mujer”. Marín Eced dice en su libro que además de con el citado Rector, Lucas Aguirre debió tratar con otras figuras prominentes del pensamiento español, como Ruiz de Quevedo, o como “probablemente Concepción Arenal, Gumersindo Azcárate y Giner de los Ríos”. Así mismo, de su dinero y voluntad salieron los premios que para escritores pobres y sus familias concedía anualmente el Ayuntamiento de Madrid.
De Lucas Aguirre y Juárez el insigne catedrático Elías Díaz escribe al prologar el mencionado libro: “A partir de su pertenencia al grupo krausista -aunque no en calidad de intelectual sino de financiero y defensor de las libertades en España-, del análisis de su obra cultural, de los pocos documentos gráficos que de él se conservan y de la tradición oral, puede perfilarse el carácter de Lucas Aguirre como hombre de espíritu reflexivo y abierto, mezcla de franqueza y de circunspección, amante de la cultura, laico y religioso al mismo tiempo, de una austeridad rayana en la tacañería –se dice que casi no comía para poder dejar más bienes a los pobres-, respetuoso, tolerante, amante de la libertad, varonil y dulce, antidogmático y cristiano, poseedor de un alto sentido moral, luchador infatigable por conservar su fe sin renunciar a su razón”.
LAS ESCUELAS DE AGUIRRE
Su compromiso con la educación popular llevó a Lucas Aguirre a fundar tres escuelas. La primera de ellas, única que constituyó en vida, fue la “vieja” de Siones, creada en 1868, y más tarde, cumpliéndose la voluntad de su Testamento, las de Cuenca y Madrid; poco después vendría la “nueva” del pueblo natal de su padre, fundada por la testamentaría en 1902. Todas ellas para pobres y con el deseo bien señalado de premiar los lugares que más significaron en su vida. Las de Siones “para perpetuar la memoria de su señor padre”, como reza en el Testamento, la de Cuenca como homenaje a su ciudad natal y a los felices años con su familia, y la de Madrid como agradecimiento al lugar donde pudo desarrollar plenamente sus inquietudes liberales y progresistas. De todas ellas se conservan los edificios, todos de factura noble, y uno de ellos, el de la capital de España, bello testimonio del neomudéjar madrileño y que embellece la calle de Alcalá.
Dado las ideas pedagógico-progresistas del fundador, claramente renovadoras, el carácter de las Escuelas Aguirre no podía ser otro que el de populares y para clases menos favorecidas, tolerantes, democráticas y de especial dedicación a la mujer. Por esto último cuando el mecenas fundó la de Siones en 1868, quiso que ésta fuera para “niñas y adultas pobres”. Y abundando sobre dicho carácter, Teresa Marín Eced nos dice en su libro que “la educación popular como factor de igualación social, la educación de la mujer, la liberación de los pueblos por la instrucción, la enseñanza pragmática y utilitaria frente al intelectualismo y formulismo clásico”, entre otros aspectos, fueron norte y guía de Aguirre en su inquietud por la enseñanza. Ese pragmatismo al que se refiere Marín Eced se observa nitidamente en uno de los párrafos del Testamento del filántropo: “[...] Que saber remendar es muy importante a todas las mujeres, pero más a las pobres, por cuya razón [parece necesario] lleven a la escuela las prendas que necesiten estas composturas, y así aprovechan el tiempo que perderían aprendiendo en un pedazo de lienzo. También es muy interesante que sepan hilar y hacer media, pues algunos de Siones han manifestado tenían lana, y por no conocer estas labores tanto ellos como su familia, no llevaban medias”.
Durante muchos años y bajo la tutela del Patronato que se creó, con sus correspondientes Juntas de Vigilancia (la de Siones formada por los alcaldes del Ayuntamiento del valle y de los cinco pueblos nombrados), las Escuelas Aguirre funcionaron, bien es verdad que con una intrahistoria llena de dificultades, debido a la desidia de muchos y a las irregularidades en el manejo de los fondos de la herencia que se atribuyeron al último testamentario que sobrevivió, José Ondovilla, natural de Villasuso y amigo personal de Aguirre. La historia del manejo de estos fondos, o “Historia de un fraude”, como lo llama la autora del libro citado, terminó con un auto de procesamiento a este albacea después de muchos años de que nadie se tomara en serio el problema, y después de que, según se denunciara en algunos periódicos, algunos se enriquecieran con la Fundación de D. Lucas Aguirre. Pero el tema nunca llegó a aclararse lo suficiente. A favor del Sr. Ondovilla hay que decir que a él parece que hay que agradecer que se fundara la segunda escuela de Siones (la que contiene el aula que ha dado pie a este artículo), que en principio fue para párvulos, después para niñas y más tarde mixta, y que fue construída con los fondos del legado de Lucas Aguirre; de hecho, fue dicho testamentario quien la inauguró.
Los problemas, como es natural, fueron también vividos por las escuelas de Siones, tal vez con mayor virulencia que las otras debido a su lejanía de los centros de poder. Ello queda bien reflejado en el libro de A. Nuño García “El Valle de Mena y sus pueblos” (1925): “el patronato de estas escuelas no ha pagado a las maestras su dotación desde 1º de enero de 1908, y, sin embargo, la maestra de niñas estuvo dando clases hasta finalizar el curso de 1918, y la maestra de párvulos hasta finalizar el 1921, en cuya fecha quedaron cerrados los dos magníficos colegios”. Bien es verdad que dos años más tarde la maestra de niñas reanudó las clases, aunque sin cobrar sueldo alguno, solo a cambio de beneficiarse de la vivienda y de las huertas de la escuela, así como de “una pequeña retribución de las alumnas”. Por entonces las Escuelas Aguirre, que hasta 1912 fueron de Beneficiencia, pertenecían ya al Ministerio de Instrucción Pública.
LAS ESCUELAS AGUIRRE DE SIONES EN LA TRADICIÓN ORAL
A partir de 1921 la Escuela Vieja ya no debió abrir más sus puertas para la enseñanza (ahora son viviendas de particulares), no así la Escuela Nueva, de la que hay constancia cierta, por tradición oral, de que por el año 1935 se hallaba en funcionamiento. Por esta época, sin embargo, sufrió un cierre obligado debido a la Guerra Civil. Estando el frente de guerra bien dibujado, los nacionales arriba de la peña y los republicanos abajo, en el valle de Mena, el pueblo de Siones era un lugar estratégico para controlar las posibles entradas del enemigo por el Portillo de La Magdalena y la Escuela Nueva fue transformada en cuartel por los milicianos que vigilaban este paso. Fue en aquellos días del Frente cuando el retablo de la iglesia, con toda su imaginería, y los libros de la escuela de Aguirre, fueron pasto de las llamas en una vergonzosa pira. El actual secretario de Siones, Ángel Vivanco, de 76 años, tenía apenas diez años cuando sucedió aquélla barbarie cultural y lo recuerda de esta manera: “Esa escuela tenía una huerta grande, y en ella había un lavadero para la maestra, que entraba el agua por arriba y salía por abajo; pues [los militares] llenaron el lavadero con los libros y los quemaron todos. Yo cogí una Historia Universal y me la llevé a casa, y luego la devolví cuando fui otra vez al colegio”.
De su paso por la escuela de Siones, Teresa Gil, de 86 años y vecina de Villasuso, recuerda que “La escuela era preciosa, tenía un salón hermoso; estaba una señora de maestra, doña Teresa Novales, de Siones. Nos enseñaban a coser, a bordar, a repasar, a hacer punto de cruz... Por las mañanas nos daban lecciones y por la tarde cosíamos. El [colegio] pequeño parece ser que le dejaron para párvulos y el otro para corte”.
Miguel Monasterio, de 67 años, vecino de Siones y guardián de la iglesia de este pueblo, asistió también a la Escuela Nueva, desde los cuatro hasta los nueve años, y conoce bien su penúltima época. Cuenta que hacia 1940 concurrían a ella sobre 35 alumnos, y que durante los casi dos años que duraron las obras de restauración en dicha iglesia, hace cincuenta años, “las misas y las bodas se celebraron en el aula de la escuela”. Es, sin embargo, María del Carmen Serrano de Miguel, última maestra habida en Siones, quien mejor conoce los últimos días de la escuela. Describe la docente que cuando tomó posesión de su cargo había solo tres niños matriculados y dos sin matricular, y que, entre admirada y sorprendida al ver la grandiosidad del aula, comprendió que este espacio era demasiado grande para tan pocos alumnos y tomó una pragmática y drástica resolución: “Cogí cuatro pupitres y me llevé a los niños a la cocina, y allí estuve durante un año con ellos. Al principio los niños venían a clase provistos de leña y carbón, porque así era costumbre con los anteriores maestros, pero después nos lo traían de Villasana”.
Con tan poco alumnado la situación de la escuela que fundara la testamentaría de Aguirre parecía insostenible. Fue entonces cuando “Un día vino a visitarla un inspector, y al ver que solo había tres niños decidió que así no podía continuar y que había que cerrarla. Eso fue en 1968”, afirma la maestra.
En su Testamento, otorgado en Madrid en 1871, el filántropo Lucas Aguirre y Juárez dejó establecidos también los premios que llevaban su nombre, que eran anuales y dados a los alumnos de cada escuela que más hubieran destacado en el año según el juicio de los patronos. El de Siones estaba cuantificado en 125 pesetas.
Siones, pintoresco pueblo del valle de Mena, situado a los pies del impresionante farallón de los Montes de la Peña, tiene dos tesoros. Uno es su original y bien conocida iglesia románica, Monumento Nacional desde 1933, y otro, totalmente ignorado, su escuela de finales del siglo XIX, a la que por expreso deseo de su fundador en su día acudieron alumnos de Vallejo, Cadagua, El Vigo, Villasuso, Sopeñano y Siones. En esta escuela, una de las varias que hubo en el valle de Mena de fundación particular, y cuyo noble edificio se destaca sobre el resto del caserío, se conserva increiblemente, milagrosamente, un aula decimonónica con todo el menaje para la enseñanza propio de la época.
Amplias y con grandes ventanales que miran al valle, las paredes de este aula, deliciosamente decoradas con ribetes policromados y modernistas, guardan preciosos pupitres y bancos anclados al suelo, modernistas también y los primeros con ranura para encajar costureros; mesas para maestras y maestros con cajonería de estilo; mueble portamapas de rodillo, bien torneado y con sus correspondientes mapas abatibles de los cinco continentes, también decimonónicos; así como varias pizarrras de obra. Y todo ello presidido por un gran retrato de su fundador, el filántropo Lucas Aguirre y Juárez. Se trata, pues, de un extraordinario conjunto que posiblemente no tenga parangón, de un auténtico monumento a la enseñanza de finales del siglo XIX y principios del XX, de una reliquia de la docencia que nadie hubiera sospechado podría esconderse en una aldea tan diminuta como la de Siones.
Esta localidad burgalesa, consciente del valor patrimonial de su escuela, pretende ahora dar un uso a la misma, preferentemente como casa de turismo rural. Su alcalde, Vicente Ventades, es un enamorado de ella, y consciente también de que solo dando una utilidad al edificio y a su sorprendente aula pueden llegar a conservarse, lo ofrece a empresas o particulares que quieran establecer su negocio: “Lo que se quiere es ceder el edficio para casa de turismo rural, porque eso puede dar vida al pueblo. Sería una concesión por tiempo indefinido, y dependiendo de lo que se fuera a invertir serían más o menos años de concesión”. Ventades tiene claro también que quien llegara a quedarse con la escuela podría hacer las necesarias reformas en ella e incluso disfrutar del aula “para reuniones, charlas, proyecciones, etc.”, pero no podrá intervenir u obrar en ésta sin una decisión y una supervisión de las autoridades competentes en Patrimonio, porque entiende que se trata de un “monumento” poco común: “La casa de turismo rural es una cosa y el aula es punto y aparte. Mientras yo esté [de alcalde] en ella no se toca nada” sin esa premisa, asegura tajante.
LUCAS AGUIRRE, LIBERAL Y PROGRESISTA
El fundador de las escuelas de Siones fue D. Lucas Aguirre y Juárez, conquense, hombre profundamente religioso, liberal y progresista, comprometido con causas tan nobles como la enseñanza popular; su padre, Andrés Aguirre, nació en este pueblo menés y ello explica en parte la existencia en él de las escuelas de su nombre.
Andrés Aguirre fue un hombre emprendedor, de progreso y con decidida vocación para los negocios. Como tanta gente del valle de Mena y de las Merindades en sus inicios trajinaba con mercaderías fuera de su tierra, y en uno de sus viajes recaló en Cuenca. En esta ciudad debió enamorarse de las casas colgadas y de las hoces que la rodean, pero aún más de una señorita llamada Inés Juárez, con la que contrajo matrimonio y con la que tuvo cinco hijos, el último de ellos Lucas Aguirre, nacido el 18 de octubre de 1800. Establecido en Cuenca, creó un negocio de ferretería, seguramente debido a su buen conocimiento del laboreo del hierro gracias a las numerosas ferrerías que había por aquel tiempo en su querido valle de Mena. En el negocio participaba toda la famila y fue muy floreciente, lo que les llevó muy pronto a poder adquirir posesiones, terrenos e inmuebles aquí y allá, algunos procedentes de la Desamortización, e incluso a hacerse cargo del servicio de diligencias y correos entre Cuenca y Madrid. No tardando mucho los Aguirre y Juárez pasaron a formar parte de la alta burguesía de la ciudad, no de la reacionaria y ultramontana, sino de la ilustrada, liberal y progresista. Ello debió llevar a Lucas Aguirre a participar activamente, entre otras causas y actividades de tipo político, en la Guerra Civil, al menos asi parece desprenderse de una de las voluntades de su Testamento: “Que el sable de infantería y el de caballería que usó durante la Guerra Civil, las cuatro cruces y la placa con que fue condecorado, aunque nunca las ha usado, y las chatarreras, se conservarán en el Ayuntamiento de la ciudad de Cuenca para testimonio de que siempre defendió con entusiasmo los derechos de hombre”.
Pasado un tiempo la desgracia se cebó en la familia de Lucas Aguirre de manera brutal. Según cuenta Teresa Marín Eced en su ameno e interesantísimo libro “Lucas Aguirre. Un mecenas de la educación popular”, además de sufrir más de un disgusto por sus ideas progresistas en una ciudad tan cerrada como Cuenca, y en un siglo tan convulso como el que le tocó vivir, (Lucas Aguirre llegó incluso a sufrir cárcel), uno tras otro y por distintas causas, incluso de “sufrimiento moral”, los miembros de la familia fueron muriendo, hasta que en 1859 quedó solo el hijo menor. En su soledad, soltero y con los tristes recuerdos que cada rincón de su ciudad natal le traían, Lucas Aguirre decidió cambiar de aires y marchar a Madrid. En la capital de España pasó sus trece últimos años de vida (murió en 1873), desarrollando durante todo ese tiempo una intensa militancia ideológica, defendiendo las libertades, colaborando con lo más granado de la cultura y de la política liberal y progresista del momento, y comprometiéndose con la educación de los sectores populares menos favorecidos. Amigo del círculo de los krausistas, y particularmente de Fernando de Castro, Rector de la Universidad Central de Madrid, y del alcalde de esta ciudad, Manuel Mª José de Galdo (ambos nombrados, entre otros, albaceas testamentarios), participó en diversas organizaciones culturales, entre ellas la “Asociación para la enseñanza popular” y la “Asociación para la enseñanza de la mujer”. Marín Eced dice en su libro que además de con el citado Rector, Lucas Aguirre debió tratar con otras figuras prominentes del pensamiento español, como Ruiz de Quevedo, o como “probablemente Concepción Arenal, Gumersindo Azcárate y Giner de los Ríos”. Así mismo, de su dinero y voluntad salieron los premios que para escritores pobres y sus familias concedía anualmente el Ayuntamiento de Madrid.
De Lucas Aguirre y Juárez el insigne catedrático Elías Díaz escribe al prologar el mencionado libro: “A partir de su pertenencia al grupo krausista -aunque no en calidad de intelectual sino de financiero y defensor de las libertades en España-, del análisis de su obra cultural, de los pocos documentos gráficos que de él se conservan y de la tradición oral, puede perfilarse el carácter de Lucas Aguirre como hombre de espíritu reflexivo y abierto, mezcla de franqueza y de circunspección, amante de la cultura, laico y religioso al mismo tiempo, de una austeridad rayana en la tacañería –se dice que casi no comía para poder dejar más bienes a los pobres-, respetuoso, tolerante, amante de la libertad, varonil y dulce, antidogmático y cristiano, poseedor de un alto sentido moral, luchador infatigable por conservar su fe sin renunciar a su razón”.
LAS ESCUELAS DE AGUIRRE
Su compromiso con la educación popular llevó a Lucas Aguirre a fundar tres escuelas. La primera de ellas, única que constituyó en vida, fue la “vieja” de Siones, creada en 1868, y más tarde, cumpliéndose la voluntad de su Testamento, las de Cuenca y Madrid; poco después vendría la “nueva” del pueblo natal de su padre, fundada por la testamentaría en 1902. Todas ellas para pobres y con el deseo bien señalado de premiar los lugares que más significaron en su vida. Las de Siones “para perpetuar la memoria de su señor padre”, como reza en el Testamento, la de Cuenca como homenaje a su ciudad natal y a los felices años con su familia, y la de Madrid como agradecimiento al lugar donde pudo desarrollar plenamente sus inquietudes liberales y progresistas. De todas ellas se conservan los edificios, todos de factura noble, y uno de ellos, el de la capital de España, bello testimonio del neomudéjar madrileño y que embellece la calle de Alcalá.
Dado las ideas pedagógico-progresistas del fundador, claramente renovadoras, el carácter de las Escuelas Aguirre no podía ser otro que el de populares y para clases menos favorecidas, tolerantes, democráticas y de especial dedicación a la mujer. Por esto último cuando el mecenas fundó la de Siones en 1868, quiso que ésta fuera para “niñas y adultas pobres”. Y abundando sobre dicho carácter, Teresa Marín Eced nos dice en su libro que “la educación popular como factor de igualación social, la educación de la mujer, la liberación de los pueblos por la instrucción, la enseñanza pragmática y utilitaria frente al intelectualismo y formulismo clásico”, entre otros aspectos, fueron norte y guía de Aguirre en su inquietud por la enseñanza. Ese pragmatismo al que se refiere Marín Eced se observa nitidamente en uno de los párrafos del Testamento del filántropo: “[...] Que saber remendar es muy importante a todas las mujeres, pero más a las pobres, por cuya razón [parece necesario] lleven a la escuela las prendas que necesiten estas composturas, y así aprovechan el tiempo que perderían aprendiendo en un pedazo de lienzo. También es muy interesante que sepan hilar y hacer media, pues algunos de Siones han manifestado tenían lana, y por no conocer estas labores tanto ellos como su familia, no llevaban medias”.
Durante muchos años y bajo la tutela del Patronato que se creó, con sus correspondientes Juntas de Vigilancia (la de Siones formada por los alcaldes del Ayuntamiento del valle y de los cinco pueblos nombrados), las Escuelas Aguirre funcionaron, bien es verdad que con una intrahistoria llena de dificultades, debido a la desidia de muchos y a las irregularidades en el manejo de los fondos de la herencia que se atribuyeron al último testamentario que sobrevivió, José Ondovilla, natural de Villasuso y amigo personal de Aguirre. La historia del manejo de estos fondos, o “Historia de un fraude”, como lo llama la autora del libro citado, terminó con un auto de procesamiento a este albacea después de muchos años de que nadie se tomara en serio el problema, y después de que, según se denunciara en algunos periódicos, algunos se enriquecieran con la Fundación de D. Lucas Aguirre. Pero el tema nunca llegó a aclararse lo suficiente. A favor del Sr. Ondovilla hay que decir que a él parece que hay que agradecer que se fundara la segunda escuela de Siones (la que contiene el aula que ha dado pie a este artículo), que en principio fue para párvulos, después para niñas y más tarde mixta, y que fue construída con los fondos del legado de Lucas Aguirre; de hecho, fue dicho testamentario quien la inauguró.
Los problemas, como es natural, fueron también vividos por las escuelas de Siones, tal vez con mayor virulencia que las otras debido a su lejanía de los centros de poder. Ello queda bien reflejado en el libro de A. Nuño García “El Valle de Mena y sus pueblos” (1925): “el patronato de estas escuelas no ha pagado a las maestras su dotación desde 1º de enero de 1908, y, sin embargo, la maestra de niñas estuvo dando clases hasta finalizar el curso de 1918, y la maestra de párvulos hasta finalizar el 1921, en cuya fecha quedaron cerrados los dos magníficos colegios”. Bien es verdad que dos años más tarde la maestra de niñas reanudó las clases, aunque sin cobrar sueldo alguno, solo a cambio de beneficiarse de la vivienda y de las huertas de la escuela, así como de “una pequeña retribución de las alumnas”. Por entonces las Escuelas Aguirre, que hasta 1912 fueron de Beneficiencia, pertenecían ya al Ministerio de Instrucción Pública.
LAS ESCUELAS AGUIRRE DE SIONES EN LA TRADICIÓN ORAL
A partir de 1921 la Escuela Vieja ya no debió abrir más sus puertas para la enseñanza (ahora son viviendas de particulares), no así la Escuela Nueva, de la que hay constancia cierta, por tradición oral, de que por el año 1935 se hallaba en funcionamiento. Por esta época, sin embargo, sufrió un cierre obligado debido a la Guerra Civil. Estando el frente de guerra bien dibujado, los nacionales arriba de la peña y los republicanos abajo, en el valle de Mena, el pueblo de Siones era un lugar estratégico para controlar las posibles entradas del enemigo por el Portillo de La Magdalena y la Escuela Nueva fue transformada en cuartel por los milicianos que vigilaban este paso. Fue en aquellos días del Frente cuando el retablo de la iglesia, con toda su imaginería, y los libros de la escuela de Aguirre, fueron pasto de las llamas en una vergonzosa pira. El actual secretario de Siones, Ángel Vivanco, de 76 años, tenía apenas diez años cuando sucedió aquélla barbarie cultural y lo recuerda de esta manera: “Esa escuela tenía una huerta grande, y en ella había un lavadero para la maestra, que entraba el agua por arriba y salía por abajo; pues [los militares] llenaron el lavadero con los libros y los quemaron todos. Yo cogí una Historia Universal y me la llevé a casa, y luego la devolví cuando fui otra vez al colegio”.
De su paso por la escuela de Siones, Teresa Gil, de 86 años y vecina de Villasuso, recuerda que “La escuela era preciosa, tenía un salón hermoso; estaba una señora de maestra, doña Teresa Novales, de Siones. Nos enseñaban a coser, a bordar, a repasar, a hacer punto de cruz... Por las mañanas nos daban lecciones y por la tarde cosíamos. El [colegio] pequeño parece ser que le dejaron para párvulos y el otro para corte”.
Miguel Monasterio, de 67 años, vecino de Siones y guardián de la iglesia de este pueblo, asistió también a la Escuela Nueva, desde los cuatro hasta los nueve años, y conoce bien su penúltima época. Cuenta que hacia 1940 concurrían a ella sobre 35 alumnos, y que durante los casi dos años que duraron las obras de restauración en dicha iglesia, hace cincuenta años, “las misas y las bodas se celebraron en el aula de la escuela”. Es, sin embargo, María del Carmen Serrano de Miguel, última maestra habida en Siones, quien mejor conoce los últimos días de la escuela. Describe la docente que cuando tomó posesión de su cargo había solo tres niños matriculados y dos sin matricular, y que, entre admirada y sorprendida al ver la grandiosidad del aula, comprendió que este espacio era demasiado grande para tan pocos alumnos y tomó una pragmática y drástica resolución: “Cogí cuatro pupitres y me llevé a los niños a la cocina, y allí estuve durante un año con ellos. Al principio los niños venían a clase provistos de leña y carbón, porque así era costumbre con los anteriores maestros, pero después nos lo traían de Villasana”.
Con tan poco alumnado la situación de la escuela que fundara la testamentaría de Aguirre parecía insostenible. Fue entonces cuando “Un día vino a visitarla un inspector, y al ver que solo había tres niños decidió que así no podía continuar y que había que cerrarla. Eso fue en 1968”, afirma la maestra.
En su Testamento, otorgado en Madrid en 1871, el filántropo Lucas Aguirre y Juárez dejó establecidos también los premios que llevaban su nombre, que eran anuales y dados a los alumnos de cada escuela que más hubieran destacado en el año según el juicio de los patronos. El de Siones estaba cuantificado en 125 pesetas.
Estariamos interesados en publicar este estupendo artículo en nuestro blog, nombrando esta pagina por supuesto, pero no encuentro una direccion de correo donde dirigirme a uds.
ResponderEliminarNo hay problema. Soy de la opinión de que cuando uno mete algo en Internet pasa a ser patrimonio de todos. Naturalmente, eso sí, deben guardarse las cortesías debidas, es decir, citar visiblemente la autoría y el lugar de donde ha sido tomado el trabajo, en este caso el artículo.
ResponderEliminarSaludos
Elías Rubio