Diario 16 Burgos, 20 julio 1992 (Foto: Virgilio Soto)
Entrevista en la Residencia de Ancianos de Fuentes Blancas
A Jesús Vicario Moreno en más de una ocasión se le debieron “cruzar los cables” al observar, primero con asombro y después con desesperación, cómo por la ermita visigótica de Quintanilla de las Viñas pasaban los más ilustres investigadores del mundo, atraídos por la importancia del monumento, y cómo, una tras otra, las uvas pétreas del friso inferior del testero iban desapareciendo invierno tras invierno por la erosión.
Aún hoy, desde su retiro obligado en la Residencia de Ancianos de Fuentes Blancas, el legendario guarda de las Viñas, como lo ha venido haciendo desde hace decenas de años, sigue insistiendo en la denuncia del progresivo deterioro de la maravillosa franja decorativa. Como si de una hija suya se tratara, a Jesús le duelen las mutilaciones que sufre “su ermita”: “Lo he puesto en conocimiento infinidad de veces y a gran número de personas e instituciones, pero hasta el momento no se ha hecho nada, nadie se lo toma en serio”.
Schlunk, Gómez Moreno, Torres Balbás, Camón Aznar, Pujol y una larga lista de renombrados especialistas del arte han desfilado por este monumento, “único”, como le gusta decir al viejo guarda. Llegaron a él, se asombraron con él y lo estudiaron, pero al final, Jesús quedaba solo en estas ásperas tierras de Lara enfrentado a su particular y milenario muro de lamentaciones. El jubilado guardián, desde Fuentes Blancas, persistirá en la denuncia a quien quiera oírle, tantas veces como las fuerzas de su débil pero convencida voz se lo permitan.
La ermita oculta en el bosque
“Cuando yo era un chaval, la ermita estaba oculta por un espeso monte de encina y roble propiedad de los monjes de silos. Los pastores encendían hogueras dentro y los chicos jugábamos en sus ruinas. Cierto día de 1925, el pueblo de Quintanilla compró el monte por 32.000 reales y lo taló para roturar y sembrar. Al quedar el campo despejado, los monjes descubrieron la ermita y la reclamaron a los nuevos dueños, quienes se negaron a devolverla, con gran berrinche de los frailes de Silos”.
Coincidiendo en el tiempo de estos acontecimientos narrados por Vicario, importantes sin duda para el devenir de Santa María de las Viñas, un Comisario de Bellas Artes, José Luis Monteverde, brujuleaba por tierras de Lara intentando adquirir objetos antiguos entre los vecinos de Quintanilla y otros pueblos de la zona. Conoció a Vicario, quien le acompañó de casa en casa en sus pesquisas y también, cómo no, a la ermita. Monteverde, a quien Jesús le atribuye la paternidad del descubrimiento de la joya visigoda, quedó sorprendido y admirado, e impaciente, puso en conocimiento su hallazgo a otros preclaros y sesudos hombres de ciencia burgaleses. Todos juntos trabajaron para que la ermita fuera declarada, en 1927, Monumento nacional.
Jesús se hace guardián
Desde aquel momento, Jesús Vicario, a quien ya resultaban familiares términos como arqueología, fíbulas, castros y villas romanas, entre otros, le cupo el honor y la responsabilidad de ser guardián, durante casi medio siglo, de una de las principalísimas obras del arte hispano-visigodo. Pasó de este modo a formar parte de aquel inolvidable y reducido elenco de míticos guardas que vigilaron con celo las ruinas en las que fraguó nuestra Historia. Unos hombres que, habiendo salido de un ambiente labrador, se encontraron de pronto ejerciendo de eruditos, explicando los conocimientos históricos y artísticos que adquirieron aplicando la oreja cuando los doctos hablaban. Y fue tal el grado de identificación de la figura del guarda con las ruinas vigiladas, que estudiosos y resabidos turistas no dudaban de retratarse junto a ellos; luego, en su casa, dirían a familiares y amigos: “Mira: este es un capitel, este un friso, y este, el de la boina, es el guarda”.
Guarda, conserje, celador, de las tres maneras se le llamó a Jesús una vez que tomó el mando , no sólo de las Viñas, sino también de la ermita románica de San Felices de Hontoria y de la abadía de San Quirce.
San Quirce cerrado al público
Esta última fue para Vicario un continuo dolor: “No hay derecho a que siendo San Quirce monumento del Estado, esté siempre cerrado. Sólo se abre al público un día al mes, el primer martes. Hasta Quintanilla venían a buscarme de toda España y del extranjero, en autocares y coches particulares, para visitar la abadía, y con todo el dolor de mi corazón tenía que decirles que no podía ser. Algunos se llevaban, como es natural, unos enfados tremendos.
Descubridor y rescatador
En ese ir y venir de una ermita a otra, andando o en bicicleta, a través d las soledades dominadas por el Picón de Lara, fue localizando un gran número de yacimientos arqueológicos: “He descubierto –comenta con orgullo- dos dólmenes en Villaespasa, otros dos en Jaramillo Quemado, cuatro castros, diecisiete villa romanas, y compré, con autorización del Director del Museo de Burgos, 189 estela romanas”.
Toda esa experiencia arqueológica acumulada hizo posible que el guarda de Quintanilla de las Viñas fuera, durante muchos años, referencia obligada para todos los arqueólogos que han ido desfilando por Burgos. José Luis Monteverde y Matías Martínez Burgos contaron con su concurso para la excavación de la necrópolis de Miraveche en 1935: “Era la mejor necrópolis de e la Edad de Hierro en España. Allí sacamos muchísimos objetos de los ajuares de las tumbas, de los cuales no hay ni siquiera la mitad en el Museo. Se echo la nieve y tuvimos que abandonar la excavación. Al año siguiente comenzó la guerra y se dejó definitivamente. Y es que –remata-, con la República se excavaba más y se declaraban más monumentos”.
En San Pedro de la Nave
Su otro gran contacto con el arte hispano-visigodo tuvo lugar en la provincia de Zamora: “Estuve con Francisco Iñiguez ocho días levantando, para su traslado, la iglesia de San Pedro de la Nave, que iban a inundar las aguas del pantano del Esla. Este mismo arquitecto fue el que puso el primer tejado en San Quirce.
Por toda una vida dedicada al cuidado del monumento, el Ministerio de Comercio y Turismo le concedió en 1978 la Placa al Mérito Turístico, la cual enseña con merecido orgullo este maestro de guardas.
Todavía, a sus 83 años, cuando desde Fuentes Blancas hace una escapadita a Quintanilla, se acerca a su ermita y charla, nostálgico, con su sucesor, quien le comenta que han desaparecido, en el año que él lleva de guarda, otras tres uvas de un racimo.
Como nieto de Jose de Luis Monteverde, y conocedor de Jesús en su labor,
ResponderEliminarsolamente mostrarle nuestro agradecimiento y reconocimiento.
No hay de qué. Mis recuerdos de Jesús y de su trabajo me hacen ahora rejuvenecer, aunque la nostalgia duela. Un placer.
ResponderEliminarUn cordial saludo
Le admiro tanto que nunca podré explicar lo que significó mi relación con él. Años 71,72,73,y 74. Yo vivía y trabajaba en Burgos y provincia. Ir a Salas, Quintanar, Huerta del Rey o Covarrubias eran recorridos muy frecuentes. Siempre que podía entraba a Santa María. Yo era y soy muy aficionado al románico. Un día en febrero del 71 entre a visitar el monasterio de San Quirce con mi libro del románico de Castilla de Zodiaque en la mano. Y ahí estaba él. Nuestra comunión fue inmediata, claro que con una persona como el no era difícil. Me curioseó el libro que estaba en francés y no conocía. Y me aseteó a preguntas. Luego me habló de Quintanilla, que yo no conocía y quedamos para otro día. A partir de ahí fueron tantas las horas, las anécdotas, los momentos, las conversaciones que necesitaría un libro para contarlas. Esa relación duró los cuatro años que estuve en Burgos. Aprendí del arte Visigótico todo. Estuve con él algunas veces que venían especialistas de visita. Una anécdota, había una gruesas y pesada piedra que tapaba la basa de la columna sobre la que estaba el ara del altar. Él la levantaba para enseñar la basa cada vez que venía alguien que se le veía interesado. Pero una vez no lo hizo y le pregunte. Me dijo "es que se ha roto por la mitad y ya no puedo". Me la metí en el coche, me la lleve al marmolista de Aranda, me la reforzó por dentro y la pegó y la volví a llevar a Quintanilla. Espero que siga ahí. Era único, irrepetible, entregado, amando aquello más que si fuese suyo. Era un amigo, era un maestro. Descanse en paz pero que nadie lo olvide porque Quintanilla es él.
ResponderEliminarGracias por su sentido comentario, ROVIBUN. Jesús Vicario bien se merece su homenaje. Usted y yo tuvimos la suerte de haberle conocido, y haber compartido con él, y ello debe llenarnos de orgullo.
ResponderEliminarUn cordial saludo