Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

domingo, 27 de febrero de 2011

EL BARCO DE ROZAS NO CORTA EL MAR, SINO VUELA







FOTOGRAFÍAS: Iglesia de Rozas, grafito del barco y escudo de armas de los Velasco. Otro escudo. (Tomadas el 25 del febrero de 2011).

Hace algunos años visité por primera vez la iglesia de Rozas, allá en la Merindad de Valdeporres. Ya entonces, con su impresionante torre forrada de hiedra, estaba en avanzado estado de ruina, no recuerdo si tanto como ahora, seguro que no. De aquella visita guardo en mi memoria la visión de un barco velero dibujado en una de las paredes del templo. Pero, ¿era eso posible? Habían pasado años, y de tanto darle vueltas a aquella nave de las alturas, hasta llegué a creer que en realidad era un sueño lo que me perseguía. Porque, ¿cómo se explica el hecho insólito de un barco dibujado -no sé si con algún carboncillo o con grueso lapicero- a 6 metros de altura? El asunto parecía un claro ejemplo de superposición de lo onírico y la realidad. Tenía que volver para que el sueño del barco dejara de perseguirme. Y he vuelto, hace unos días. Y he comprobado que de efecto onírico, nada, que la nave en verdad existe, algo más desdibujada, quizá, por su exposición a la intemperie. El sorprendente grafito, de unos 60 centímetros de ancho y otros 60 de alto, apareció gracias a que algunas capas de los revocos de la única nave de la iglesia se fueron desprendiendo, en el mismo proceso que da lugar a la aparición de maravillosas pinturas románicas en las iglesias medievales: se desprende el revoco y aparecen las pinturas ocultas.

Las preguntas que se agolpan a raíz del hallazgo son muchas, pero fundamentalmente, ¿por qué a esa gran altura el dibujo?, ¿cuándo fue dibujado?, ¿por qué un barco y por qué a velas? ¿Se trata de un paquebote, una urca, un jabeque, una fragata...? Como respuesta a la primera puede adivinarse que debió ejecutarse con la ayuda de algún tipo de escalera o de andamio en el momento de la culminación del revoco. Tal suposición se explicaría porque tan luminosa debió parecer entonces la iglesia a los autores del mismo, o a quien lo encargó, que decidió o decidieron dibujar el barco allá donde nadie pudiera borrarlo o emborronarlo en el transcurso del tiempo. Y la verdad es que lo consiguió, su barco ha perdurado hasta ahora, seguramente gracias también a haber estado protegido por los posteriores revocos. Para la segunda de las preguntas se nos ocurre que el grafito debe tener una antigüedad considerable, quizá siglos, ya que se encuentra en una capa de enfoscado inferior, quizá en la primera. Pero aquí aparecería entonces una interrogante nueva: ¿cómo es posible que quienes hicieron los revocos nuevos respetaran el barco? Para esta interrogante es lógico pensar que debió haber una orden superior de que se respetase. En este sentido, ¿cabría la posibilidad de que la representación fuera contemporánea del primer Conde de la Revilla, aquel Alonso de Velasco y Salinas natural de Rozas? Las armas del apellido Velasco están presentes en uno de los siete escudos policromados que todavía se conservan en el interior de la iglesia, precisamente sobre el que se encuentra el barco, casi a modo de corona, por eso semejante hipótesis no puede ser considerada como descabellada. ¿Fue quizá por intercesión de este personaje o de alguno de sus familiares (quizá de su mujer y prima Casilda del Campo y Velasco, hija del señor de Trespaderne) por lo que el grafito fue respetado? ¿Tal vez fue dibujado en el momento en el que dicho Alonso de Velasco fue nombrado por Felipe II Capitán General del Mar Océano? Es posible, pero todo queda en el aire, como el barco. Queda en el aire también si la iglesia fue costeada por dicho conde; parecería que sí, por los escudos citados y porque la construcción del templo parece responder a un orden arquitectónico de los tiempos de Felipe II.

Pero, ¿y si todo los conjeturado fuera erróneo? ¿Y si el barco fuera el bergantín de la Canción del Pirata, de Espronceda, que a toda vela, no corta el mar, sino vuela? Habrá que volver para hacer un calco.

Es una gran tragedia y produce gran vergüenza que hayamos dejado arruinar esta iglesia. También que hayamos perdido la estatua del conde, que se encontraba dentro, según se nos ha indicado. La techumbre se vino abajo y ahora debe ocultar en el suelo signos arqueológicos que podrían servirnos de orientación histórica. De lo que queda o pueda quedar, bien merecería hacerse un detallado estudio.

EL CONDE DE LA REVILLA EN LA TRADICIÓN ORAL DE ROZAS
"Señor de horca y cuchillo"

Según la tradición oral, el Conde de La Revilla fue un personaje de infausto recuerdo. Hay quien dice que fue señor de horca y cuchillo, que emparedaba a sus víctimas y las sometía a la horrible tortura del gota a gota; también que ajusticiaba en un lugar cercano a la iglesia que hoy se conoce como El Cadalso, donde llevaba a cabo los ahorcamientos de su jurisdicción. Estaba igualmente entre sus métodos preferidos de tortura el descuartizamiento, es decir, mandaba atar pies y manos de las víctimas a cuatro caballos y hacía que éstos tiraran hasta producir la separación total de los miembros. Todo esto se recoge en la tradición oral, ya digo.

La triste condesa

Igualmente refiere la tradición que su mujer y prima era una persona muy triste, a la que raramente se la veía reír. Tan poco o nada reía que, en cierta ocasión, alguien cercano, apenado por la situación de su condesa, decidió que había que poner remedio a su seriedad. Y así, un día que un cacharrero llegó a Rozas, cuando tenía extendido en el suelo todos sus cacharros, soltaron unos perros para que pasaran por medio de ellos. La condesa, al presenciar el desaguisado que se produjo, dicen que sintió alborozo y que fue ésa la única vez que la vieron reír.



Sepulcro de los Condes de La Revilla en
Barrios de Díaz Ruiz. 


NOTA: En 1958 la iglesia de Rozas estaba completa en su estructura y conservaba todos sus elementos muebles y de culto, incluso la estatua del conde.



sábado, 19 de febrero de 2011

RIOSECO, MÁS ALLÁ DE LAS RUINAS




FOTOGRAFÍAS: Monasterio de Rioseco, puerta del poniente (2009). Pasaje entre arcos 

De Ecos de la lluvia y el aire (2010).

        Nos encontramos de nuevo Lluvia, juntos otra vez de la mano. Los que están ahí abajo y tú encharcas, los que camparon en estas piedras con sus latines y maitines, espíritus vivos de siglos muertos, dicen que es un día de perros. Pero en esta ruina que descarnamos, ni siquiera los canes soportarían la fuerza de nuestro aliento huracanado. Detén tu aguacero por un instante, yo dejaré de ventear por los ojos de las campanas vacías, tal que serpiente alada, así podremos leer de nuevo lo escrito en esa pared que nació con ínfulas de perpetua y ahora se lo piensa.

“Día tremendo llegará a los compradores y vendedores de este santo edificio si antes no hacen penitencia”. 

        Lo escribió aquel enajenado antes de despedirse, ¿recuerdas, Aire? En su desvarío aún vivía en la esperanza cuando preparaba el talego de su marcha, el muy crédulo, el muy orates, él era el último fraile. Sí, Lluvia, recuerdo su figura fantasmal saliendo por la puerta del oeste, recuerdo hasta su nombre: Francisco Enríquez se llamaba, soledad viviente de una comunidad de exclaustrados. Se fue, oí que a Cendrera de Sotopalacios, también a Quinatanajuar, para verificar posesiones de otra época, de cuando las garrapatas del exilio. Los demás se fueron por el camino del destierro, salieron por la puerta de la torre y del Abad. Después ya no fue lo mismo, extraños vinieron y estuvieron un tiempo fugaz; al poco, el silencio, sólo nosotros, fuerza eólica e hidráulica que carcome, y la lechuza, y los saqueadores de la noche. Pero dejemos la pared ilustrada que se resquebraja cada segundo, visitemos una vez más, ahora que la entrada es libre, lo que queda del convento grandioso. Vayamos juntos, Aire, hagamos la ronda siguiendo los restos de las huellas y jirones que los frailes blancos dejaron. Te invito a deslizarte por la puerta del poniente, por el arco donde se cierra la muralla, hoy caduco, donde fuimos testigos de la resistencia armada, la que ofrecieron los monjes al Visitador de la Orden y a sus acompañantes, ¿recuerdas? Garrotas y cuchillos de cocina llegaron a brillar al atardecer de las túnicas en el camino de Argés. ¡Pues no quería el enviado acabar con la paz de sus rentas y cuentas! ¡A mí con controles y exigencias, que soy el abad, el rey de estos dominios! Tú te detendrás, Aire, al pasar bajo el arco que resiste, apaciguarás el pasado, y yo lloveré sobre la pendencia, inundaré los recuerdos y la historia.






jueves, 17 de febrero de 2011

LAS BODEGAS DEL CHACOLÍ





FOTOGRAFÍAS: Bodega en Montejo de San Miguel. Azumbre y jarra. Accesos a bodegas de Cantabrana. (Tomadas en 2011 y 20o7)

Tiene la traza de una bodega medieval, al menos uno se imagina las bodegas medievales con su aspecto y características. Se baja desde el portalón de la casa por unas escaleras de piedra, alumbrados por una luz amarilla, espesa y tenue: dentro, habitan las sombras, es oscura por subterránea, lóbrega por los fríos sillares, bella e histórica por los arcos que afirman la bóveda. Conserva, milagrosamente, el alambique de cobre, las grandes cubas de roble con cinturones de hierro, y en un rincón, el azumbre metálico y otras jarras. ¡Azumbre!, qué entrañable medida de nuestros abuelos, qué bella palabra olvidada, difunta. “¡Posadero, sírvenos otro azumbre de chacolí”. Esta bodega de la que os hablo se encuentra en Montejo de San Miguel y forma parte de un museo etnográfico que recomiendo visitar. Ya digo, descender a este subterráneo es sumergirse en la noche de los tiempos (¿o no tan noche?) de Montejo, de Tobalina, de Las Merindades... Porque, queridos amigos de este Cajón de Sastre, bodegas del chacolí hubo cientos en todo el territorio mencionado y en otros. Yo mismo tengo ubicadas unas cuantas de mis tiempos en los que buscaba y exploraba eremitorios. No me importa confesar que hubo un momento en que tomé por viviendas de eremitas algunas cuevas que en realidad resultaron ser bodegas del chacolí. Recuerdo las muchas que había en Tamayo, que parecía que cada casa tenía la suya (recuerdo una de boca negra con escalera de acceso interminable); me vienen también a la memoria otras que en Cebolleros llamaron Las Cuevas, aquellas sobre las que un soñador, ya fallecido, construyó un castillo de fantasía con cantos de río; las de Cantabrana, que con toda justicia podrían ser declaradas Bien de Interés Cultural, otras en La Bureba.... En fin, las bodegas del chacolí estaban por todas partes y nos trasladan a una época, no muy lejana, en que la vid embellecía campos y laderas de nuestro norte.

lunes, 7 de febrero de 2011

LAS CHOZAS DE ORBANEJA DEL CASTILLO






FOTOGRAFÍAS: Escena del verano en las chozas de Orbaneja del Castillo, circa 1950. Chozas de Orbaneja. Primavera en las chozas. Bóveda de choza. Choza para vecero junto a restos de un corral (2007).

Orbaneja del Castillo es hoy un pueblo dedicado por entero al turismo. No podía ser de otra manera, su belleza y fama han trascendido en el último cuarto de siglo con una fuerza tal que ya nadie ni nada puede parar, salvo cataclismos. Era su destino. Hoy, los turistas escudriñan cada rincón del pueblo, yendo de sorpresa en sorpresa, de admiración en admiración. Autobuses y coches sin cuento aparcan bajo la cascada, un restaurante aquí, otro allá, en cada esquina uno..., todo me resulta nuevo y extraño. Ya no veo vecinos autóctonos en las solanas, mi amiga Lucila murió, y con ella se fue una época que conocí. Apenas quedan testigos de los esforzados que trabajaron el páramo; ayer conocí a los últimos: la señora Rosa y el señor Argimiro, dos entrañables sobrevivientes, dos hitos de un pueblo que ve cómo se ha consumido la primera parte de su historia (la segunda la escribe ahora el turismo) y que recuerdan con espanto el duro trabajo en los páramos. Las fincas en La Descampada, junto a los poblados de chozas, el ganado en los pedregales de Sargentes, a uno y otro lado del Ebro: dos páramos, dos crueldades de roca para sobrevivir que marcaron carácter. Rosa, aunque con dulzura y cierto humor, nos habló de todo eso como un mal sueño que le tocó vivir. Al final de la charla probamos suerte: ¿no tendrá usted, por casualidad, alguna fotografía de cuando se trabajaba en las chozas? “Sí tengo una, nos la enviaron unos que se bajaron del coche para fotografiarnos cuando estábamos trabajando”. Si los milagros existiesen, éste sería uno. La fotografía, enmarcada, muestra una escena de otra época, de cuando el laboreo junto a las chozas. Ella me puso al teclado.

Las fincas

A simple vista, no se ven terrenos de cultivo en Orbaneja, como no sean algunos diminutos huertos en ladera y entre frutales. Eso no quiere decir, sin embargo, que este pueblo no tuviera sus propios de cereal y sus lugares de pasto para el ganado. Tenía de todo ello, como casi todos los pueblos, lo que ocurre es que la mayoría de los terrenos cultivables, al igual que las eras para la trilla, se encontraban en el páramo, por encima del cantil que abriga su caserío, entre los términos de La Serna y Estilla. Semejante circunstancia, mientras el pueblo tuvo vida agropecuaria, significó un esfuerzo sobrehumano para los vecinos. Todavía hoy, gracias al tránsito de los numerosos turistas, se conserva en aceptable estado el camino por el que, con caballerías o andando, los labradores de Orbaneja subían al páramo, al amanecer o al anochecer.

Arriba de Orbaneja, la adusta llanada de La Descampada hace olvidar las maravillas dejadas abajo, en el hondón del Ebro. Allí están las eras de la trilla, las fincas del secano, del trigo, de la cebada, de las arbejas, de los yeros... y de las lentejas, sobre todo de las lentejas, que por algo se llamó “lentejeros” a los de Orbaneja; todas dispuestas de forma paralela, estrechas y apretadas, una junto a otra, sin perder un milímetro en separaciones, con el fin de que cada vecino, en algún tiempo más de cien, llegara a tener su porción de tierra. Y por arrancar la mayoría en elevaciones del terreno, siguiendo una línea descendente, cada finca se dividía en tres partes: la cabecera, que era la parte de suelo malo; la hondonada, que era de terreno regular, y el medianil, que era la joya de la finca.

Las chozas
La actividad agropecuaria que el vecindario de Orbaneja llevó a cabo en el páramo, en lugar tan poco accesible desde el pueblo y tan a merced de las inclemencias del tiempo (no había árboles que dieran sombra), creó la necesidad de construcciones auxiliares, unas para albergar el ganado durante la noche y otras para refugio de personas y para guardar útiles propios de las labores agrícolas. De ese modo nacieron los casares, recintos cuadrados o rectangulares, de piedra y para refugio del ganado, y las chozas, cabañas de piedra construidas sin argamasa alguna y con cubiertas de falsa bóveda, siempre cerca de las fincas y en o arrimadas a las eras de la trilla.

Conformadas en dos barrios, el de Laguna y el de Para, separados el uno del otro por apenas 1 kilómetro, cada uno de ellos cuenta con más de treinta chozas, cuadras o circulares. En el de Laguna hemos contabilizado, incluidas algunas arruinadas, un total de 38, y en el de Para, el más arrimado a la carretera, 31.

Las falsas cúpulas y bóvedas utilizadas en las techumbres de las chozas, con hiladas concéntricas de aproximación que convergen en un punto central, es una técnica constructiva ancestral que no debió estar al alcance de todo el mundo. Por eso es muy probable que las de Orbaneja fueran ejecutadas por personas especializadas y versadas en este tipo de construcciones.

Llama también la atención la disposición de las chozas en el conjunto de Laguna, la mayoría pegadas al camino, sin duda para un mejor acceso. Esta disposición debe recordarnos a los pueblos-camino, donde la mayoría de las casas se alinean en torno a una calle principal.
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Choza para vecero
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Los “veceros”

Como ya se ha apuntado, dada la inexistencia de lugares con sombra, las chozas, de antigüedad indeterminada, se construyeron como refugio para personas, sobre todo para el tiempo de la trilla, para esos 40 días que llevaba hacer el verano, que es cuando más podía apretar el calor; también para guardar los aperos agrícolas, o para mantener el agua y alimentos con cierta frescura, o incluso para comer, pues no hay que olvidar que los vecinos de Orbaneja subían al páramo muy de madrugada y pasaban todo el día en él. En las chozas, igualmente, se refugiaban por la noche los veceros, que eran las personas que hacían guardias nocturnas para cuidar el ganado encerrado en los casares, así como también las parvas y el grano cuando quedaban extendidos en las eras. El vecero era una figura rotatoria, una noche tocaba a un vecino y otra noche a otro, así hasta cumplimentarse la rueda vecinal.

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Las chozas de Orbaneja, en fin, es un patrimonio etnográfico de gran valor, para no perder y para mimar.

Con mi profundo agradecimiento a Rosa Ruiz y a su marido, Argimiro Rodríguez

viernes, 4 de febrero de 2011

ANTES Y DESPUÉS, MUTACIONES



FOTOGRAFÍAS: Hontoria de la Cantera, destacamento, 1992- 2011

Rebuscando en mis archivos me ha salido al paso una vieja fotografía en la cual aparece el destacamento militar que hubo junto a las canteras de Hontoria para custodiar los polvorines que se hallaban en su interior. Me ha llamado la atención la imagen porque en ella se aprecia el buen estado de conservación de las instalaciones. La foto es de 1992, lo que quiere decir que han pasado 17 años desde que la tomé, un tiempo relativamente corto para que no se notaran cambios significativos con respecto a su estado actual. Pero cambios hay, y muchos, como puede comprobarse por otra fotografía que he podido tomar esta misma semana. Ya no hablo de los interiores de las instalaciones, que alguna empresa vandálica se debe haber encargado de reducir a escombros todo lo que brillaba; hablo de los exteriores, donde las transformaciones con respecto a su aspecto original son evidentes. “La insoportable levedad de lo abandonado”, podría titularse algún tratado sobre los rápidos cambios que experimentan los lugares sin protección, tanto por lo que es capaz de hacer la naturaleza si se la deja actuar a su albedrío como por los elementos extraños que contribuyen a desfigurarlos. Observad las dos fotografías en blanco y negro, queridos amigos y seguidores de este Cajón de Sastre, las dos están tomadas desde el mismo punto y sólo 17 años las separan; ved cómo la arboleda crece, los elementos desaparecen y cómo, por no sé qué problemas sicológicos, los que odian lo abandonado contribuyen con particular saña a los cambios. Tomadlo como un juego, amigos, y buscad los siete errores, ¿o más?