FOTOGRAFÍA: Mi inolvidable amigo Teodoro (Tomada en 2003).
Abrumado por tantos caminos recorridos, por tantas
soledades y ruinas, por tantas personas que tuve la dicha de conocer y entrevistar, y que no
volveré a ver. Todo dejó su huella, y con su pesada carga intento a duras penas
seguir abriendo nuevas sendas, repetir otras, sabiendo que ya poco voy a
encontrar en la mortedumbre de un mundo caducado. Mis recuerdos se amontonan y
confunden con los de aquellos que se fueron. Mujeres y hombres sabios que
conocí, fantasmas de un mundo mejor que me persiguen, de historias perdidas de boina y pañolón, de pueblos muertos en paisajes
desiertos, máquinas inteligentes de tecnología pobre, luces y vapores
olvidados, comercios de mucho andar. Repleta talega que me abruma y sumerge en
simas de recuerdos. ¿Son ellos o soy yo? Estoy confuso. Alguna página dejé
escrita en el polvo del camino, porque alguien tenía que afirmar que
existieron, y porque la saturación doblega la memoria. Repaso estos días lo
grabado en minúsculas cintas de casete, porque alguien ha pensado que sería
bueno guardarlo en un archivo de memoria general a través de la voz, y me
encuentro con ecos que me resultan familiares, voces que tanto me emocionaron ayer y que tanto me estremecen ahora. El casete y las microcintas me atrapan.
Rebobino lo grabado y oigo pasar, con la misma sorpresa de la primera
vez, relatos llenos de seducción, cuentos mágicos que hicieron soñar y me
conmovieron, romances, canciones, supersticiones... Voces todas amigas y
generosas, salidas en las glorietas, en los portalones, en los huertos, en las solanas... Me dejé influir por ellas, en un contagio
interesado y buscado, para poder sentir y comprender. Como resultado, junto a
mi ordenador tengo una cartilla que me protege contra las brujas y otros
maleficios, la compré a las monjas de Villamayor, y debería creer que han
sido estos talismanes los que hasta ahora me han protegido contra los virus
informáticos, las brujas de hoy; los que han hecho posible también que las
voces capturadas sigan intactas, con el mismo aliento, después de la muerte, de
las muertes. Debería creerlo. Me espera una ardua tarea, pero también un gozoso revivir. Escucho en estos momentos a Teodoro, de Urrez, que nos dejó en 2008,
y le veo en la majada, aterrorizado, intentando espantar al lobo que mataba a sus ovejas, y
al pie de la mina Salvadora (¡qué nombre tan engañoso!), en Brieva de Juarros, cuando el ahogamiento
colectivo de los mineros. Qué emoción al escucharle, capturado en la minúscula
cinta de casete.