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Puente de piedra sobre el río Arlanza. |
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Edificaciones del molino de Escuderos. |
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Aliviadero del cauce junto al puente. |
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Cinco ojos para cuatro piedras de moler. |
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En las entrañas del molino. |
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Compuerta para el rodete que movía la dinamo
productora de luz eléctrica.
Cuadro con voltímetro y amperímetro, más un
interruptor de cuchillas.
Arqueología de la luz. |
vía
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Limpia para separar las impurezas del grano. |
FOTOGRAFÍAS: Granja-molino de Escuderos (Tomadas en mayo de 2013).
También podríamos intitular este
artículo como la Granja de Escuderos, pues de las dos maneras se conocía, y aún
se conoce, al conjunto de edificaciones localizado a orillas del río Arlanza,
al sur de Santa María del Campo, junto al viejo puente de piedra. Os hablo,
queridos amigos y seguidores de este cajón de Sastre, de un antiguo núcleo de
población cuyo término, en la actualidad, está integrado en el de Santa María,
pero que en origen pudo haber tenido su propia autonomía. Aunque no es la
historia de este lugar con resonancias medievales lo que me guía hoy, para lo
que carezco ahora de documentación, sino el molino por el que Escuderos es más
conocido.
Antes de que nos metamos en harina, sin
embargo, me gustaría haceros una confidencia: a lo largo de mis años de
peregrinaje por todo el territorio burgalés, fueron muchas las veces que llegué
a pasar por Escuderos, y siempre con ganas de detenerme, pues tanto me atraía
el lugar. Hacía promesas, sí, un día volveré y me detendré, pero son de esas
promesas que se hacen en los regresos y que van quedando atrapadas por otras
historias. En fin, Escuderos tiene esa imán que te llama, sea por su nombre
sugerente, sea por la magia de su maravilloso puente, o por la aureola de incertidumbres
históricas y arqueológicas que lo envuelven, tal como la necrópolis
antropomorfa que salió a flote hace algunos años cerca de la ermita. A mí me
atraían también la corriente del Arlanza, cargada de leyenda, su molino y un
sorprendente conjunto de palomares en el alto, al que en otra ocasión habré de
referirme.
Así, en junio de este año, tras la
mediación de gente amiga (gracias, Uqui, gracias, Elena), pude por fin,
acompañado de mi esposa, visitar el Molino de Escuderos. Adolfo Calleja Arribas,
uno de los propietarios y una de las memorias de la familia, fue quien nos
acompañó en el recorrido por las instalaciones y quien nos proporcionó jugosos
datos históricos y de funcionamiento. Procede decir cuanto antes que el molino,
cuya maquinaria se conserva como el último día de actividad, hace apenas 30
años, tenía un extenso campo de acción, ya que abarcaba moliendas para un buen
número de pueblos; llevaban sus granos a moler Villangómez, Villafuertes,
Villahoz, Zael, Mahamud, Torrepadre, Quintana del Puente, Villafruela, entre
otros. Se recuerda también a los carreteros de la sierra que, a su paso por
Escuderos, camino de Valladolid y cargados de madera, hacían un alto en el
molino y aprovechaban para moler algún saco de trigo, lo cual hacía más rentable
el largo viaje.
En realidad, más que molino, casi
podría decirse fábrica de harinas, pues eran nada menos que cuatro las piedras
que rendían con la fuerza hidráulica del
Arlanza y sus cuatro rodetes. Digo cuatro rodetes, con sus correspondiente
compuertas, pero aún había un quinto, sin piedra, que era el que daba impulso a
una dinamo generadora de electricidad para el autoabastecimiento del caserío.
Fue en sus orígenes uno más humilde, uno entre los cientos de pequeños molinos
existentes en la provincia de Burgos, de una o dos piedras, y no se encontraba
en el emplazamiento actual, sino pegado al puente. Según refiere Adolfo
Calleja, nuestro guía, a finales del siglo XIX, tras la Desamortización, fue la
familia Calleja, entre cuyos miembros se encuentran personas de gran renombre,
como el editor Saturnino Calleja y el compositor del himno de Burgos, Rafael
Calleja, los que se hicieron con la propiedad y la pusieron en renta. Un
Calleja también, Ángel Calleja, arquitecto que trabajó en el alzado del palacio
de la Diputación de Burgos, fue quien dirigió la construcción del actual
molino, y un nieto de este último, Enrique Calleja, padre de nuestro guía, fue
quien empezó y llevó el peso de la actividad en él. La sombra del apellido
Calleja, pues, parece alargada en este lugar del Arlanza.
Como ya he advertido, también se conoce
al reducido caserío como Granja de Escuderos (aunque “granja, lo que se dice
granja, no es”, según Adolfo Calleja), y hubo un tiempo en el que sus
habitantes trabajaron como renteros. Entonces vivían cinco familias; había
escuela (se recuerdan hasta 16 niños escolarizados), hornera comunal y ermita,
quizá la que pudo hacer de iglesia. Y como sucede en las buenas granjas,
diversificaba su economía, contando para ello, además de las fincas
cerealistas, con amplia bodega y lagar, eso cuando las viñas abundaban en la
vega (“Toda la vega eran majuelos”, según Adolfo); se llegaron a almacenar en
esta bodega, que “tuvo vías y vagonetas para carga y descarga”, hasta 3000
cántaras de vino para la venta; más tarde, al desaparecer la vid, se abrieron
varias piqueras y fue transformada en silo para cereal, llegando a constituirse
en Comarcal.
Contaba también el Molino de Escuderos
con un aserradero, conocido como “Serrería del Molino”, que competía con los de
Torrepadre y Antigüedad, y se
beneficiaba cortando y vendiendo madera propia (vigas, tablas y verjillas) y
dejando que otros cortaran la suya.
No puedo finalizar esta sucinta reseña
molinar sin hacer una nueva llamada a quien corresponda para que molinos tan
bien conservados como el de Escuderos, llámese Pampliega o Sordillos, y otros
que significaron tanto en las economías de amplias zonas de Burgos, de los que
ya hemos hecho referencia en este Cajón de Sastre, sean puestos en valor
y pasen a constituirse en un atractivo patrimonial para el disfrute de todos.