La Rad |
Jesús Corral, el último constructor de chozos de pastor, junto a uno de sus casitos |
En un territorio de piedra, el casito parece una roca más |
Un casito de corral. Antes que Jesús hubo otros pastores y otras maneras de pastoreo en el páramo de La Rad. A veces las ovejas hacían noche en corrales y el pastor dormía junto a ellas en chozas. |
Una técnica del Neolítico pero efectiva |
FOTOGRAFÍAS: Casitos pastoriles en el páramo de La Rad (Tomadas en junio de 2016)
Como
os prometí, queridos amigos de este Cajón de Sastre, he vuelto a los páramos
del Tozo, concretamente a los que se despliegan entre Moradillo, La Rad y Santa Cruz del
Tozo. Ya antes de mi reciente viaje a México había caminado por ellos y había
localizado una serie de chozos pastoriles que llamaron mi atención por la
manera en que estaban construidos. Aquel día prometí volver, pues tuve la
suerte y el gozo de haberme encontrado en La Rad con la persona que los construyó,
algo ciertamente insólito. Aquel encuentro significaba mucho para mí, pues
estando acostumbrado a ver chozos de toda índole y por toda la provincia, jamás
pensé que habría de encontrarme algún día con alguien vivo que se dedicó a
hacerlos.
Las historias de Jesús
En
La Rad vive desde hace 74 años Jesús Corral Arroyo, un súper-hombre que lo
único que debe echar en falta en la vida es tiempo, horas para el trabajo. Es
uno de esos colosos de la otra vida, infatigable, que no sólo se dedica a no
estarse quieto sino que conoce como nadie la historia de su pueblo, y de los
más cercanos, y la transmite con generosidad. Conoce, porque lo vivió, el paso
por su pueblo de los muleros con sus reatas cuando iban a la feria de
Villadiego, y de ello me contó pelos y señales. Me habló de cuando, desde un
alto de su pueblo, vio salir una gran columna de humo negro del lugar del
Molino Rasgabragas, sí, de aquel mítico molino de Isaac Arce en el hondón del
Rudrón que tenía juego de bolos y convocaba los domingos a las gentes de los
pueblos cercanos, de Ceniceros, Moradillo, San Andrés, Santa Cruz, La Rad...
Vio, digo, la gran columna de humo cuando un aciago día de 1972 la aceña se
quemó. Sobre el suceso, Jesús recuerda cómo su hermano bajó de inmediato con su
coche para ver lo que ocurría y al llegar encontró que el fuego en la aceña era
ya intratable y el tejado en aquel momento se estaba derrumbando.
Cuando
ascendíamos al páramo en busca de sus chozos, Jesús fue señalando viejos
caminos que en su día fueron muy frecuentados pero que hoy ya pertenecen al
olvido, todos con sus dificultades e historias de paso. Uno de estos caminos
fue el que las gentes del otro lado del Rudrón utilizaron, según mi
acompañante, hasta tiempo no muy lejano para ir a coger el coche de línea a la
carretera de Aguilar. ¿Tan largo y montaraz camino para coger el autobús a
Burgos?, me resultaba difícil de creer. “Sí, sí, yo los veía ir y volver al
pasar por La Rad. Es que por la carretera [a Tubilla] era el doble de
kilómetros que por aquí. Solían traer un borriquillo, y a veces iban dos, y a
lo mejor salían a esperarles en un burro, otras veces no...”. Aquel relato
despertó en mi nuevas inquietudes y me prometí escribir un capítulo sobre estos
caminos del Rudrón, podría ser ocasión para abrir la abandonada carpeta de
“Pasos de Montaña en Burgos” que aquí llevamos guardada.
Más
historias salieron entre chozo y chozos visitados (Jesús es una fuente
inagotable), como la del campanero de Santa Cruz del Tozo, que también
merecería un capítulo aparte. “Me acuerdo que tenía un camión que ponía:
JULIO PÉREZ BALLESTEROS
FUNDICIÓN DE
CAMPANAS
Santa Cruz del Tozo
Aquí [a La
Rad] venían los campaneros [de Santa Cruz] a por ceniza de encina.
Cogían [maderos] de casas y tejaos que llevaran años caídos,
porque la encina es buena, muy buena [para eso], pero tenía que estar
seca, muy seca. Y lo tenían guardado seco hasta otra fundición; lo que más
querían era eso. Es que esas vigas eran casi todas de encina”.
Campaneros y campanas en la fábrica de Santa Cruz |
Pero
era ya tiempo de conducir a Jesús por el asunto que nos llevaba, sus
casitos pastoriles, esos refugios de piedra que salpican el páramo, entre el
pinar comido por la procesionaria, el lapiaz y los brezales: “Ahora los
llaman chozos, pero aquí siempre se han llamado casitos”.
Historia viva de La Rad |
Esperando que amaine la lluvia, o que las ovejas despierten de su siesta de cuatro horas cuando aprieta el sol |
Comprueba el estado de los travesaños |
De pastores, ovejas y chozos
Antes
de nada conviene recordar que en tiempos de plena población en La Rad cada
vecino tenía su propio rebaño de ovejas, más o menos nutrido, y que todas
pastaban juntas en el mismo páramo cuidadas por una pastor contratado por el
pueblo. Mas llegó el tiempo de la despoblación, los vecinos y los rebaños
fueron desapareciendo, hasta el punto de que llegó el momento en que solo quedó
el de Jesús Corral, bien es verdad que muy numeroso, de casi mil cabezas. Fue
entonces cuando Jesús tuvo que ejercer de pastor, subir al monte con su rebaño
y experimentar en carne propia los problemas que el pastoreo acarreaba. No solo
eran las inclemencias del tiempo lo que tenía que solventar, viento, lluvia,
nieve, soles justicieros, sino el control y continuo trasiego de las ovejas
hacia zonas nuevas de pasto. Y esto con ser muy importante no lo era tanto como
tener que atender, en los días paritorios de las ovejas, que los corderos
fueran atendidos por las madres, pues a veces solía ocurrir que las primerizas,
las de primer parto, perdían el olfato y rechazaban su cría, o que “igual se
ponían a parir y se quedaban atrás [los corderos] y ya no se
encontraban”. Así, se le ocurrió que metiendo la oveja con su cordero en un
casito y tapando la entrada con espinos y aulagas, para que ninguno de los dos
pudiera salir, no les quedaba otro remedio a madre e hijo(a) que conocerse y
aceptarse mutuamente. Para todas las contingencias citadas Jesús, en un
principio, reparó algunos casitos antiguos que encontró en estado de ruina, pero
una vez se hizo experto en reparaciones, construyó otros enteramente nuevos,
hasta un total de 24, distribuyéndolos estratégicamente en distintas partes del
monte.
Construidos
en los años sesenta, en los ratos libres que le dejaba el rebaño, que era cuidado
por cuatro mastines, los casitos de Jesús llaman la atención por su cubierta de
tierra donde crece la hierba salvaje. Sobre una capa de plástico negro, “de
esos de forrar fardos”, y soportada por gruesos travesaños de pino o roble,
cada cubierta alcanza un grosor ciertamente considerable. Y es que, ya que no
dominaba la técnica y el arte de la falsa bóveda de piedra, como lo dominaban los
constructores de las chozas de Orbaneja del Castillo, recurrió a este práctico
y laborioso sistema de cubrición.
Con el paso
del tiempo, sin embargo, la humedad va aceptando a los travesaños, por lo que
Jesús lleva a cabo ahora labores de mantenimiento, sustituyendo alguno cuando
es necesario. Es un esfuerzo y una voluntad que hoy parece tener poco sentido,
pues hace años que se desprendió del rebaño, pero él sigue en su empeño
conservacionista. Cuando Jesús falte, ya no habrá nadie que se ocupe de su
obra.