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Sobre la nave desaparecida, la niña de hierro salta a la comba. |
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Torre Caída. |
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Ruinas de Santa María. La iglesia caída. Las esculturas. |
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La colina del arte. |
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La columna blanca. |
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Ventana y relieves. |
FOTOGRAFÍAS: Torre Caída, en Padilla de Arriba. (Tomadas el 2 de octubre de 2012).
Pasado este tórrido verano, que parecía no tener
fin, he vuelto a mis pueblos, a mis carreteras solitarias de los páramos
resecos. He vuelto al partido de Villadiego, por donde disfruto perdiéndome. Como
casi siempre, voy sin brújula y sin rumbo, y allá donde se distingue un
campanario, allá que me voy pues debe haber un pueblo. No llevo noticias de
nada, quiero explorar y sentir, sin influencias externas. Y así, llegué ayer a
los Padilla, al de arriba y al de bajo. Y en verdad que la visita fue de los
más enriquecedora. Dejaré para otra ocasión Padilla de Abajo, donde solo
encontré en movimiento la camioneta del carnicero ambulante, que hacía sonar su
bocina para despertar los letargos de una mañana calmada por el sol de otoño.
Asomados en su hornacina, San Juan Verde y San Juan Seco atisban el invierno
que está próximo y sienten la tristeza de lo cerrado y de lo que se
cerrará. Conocía desde hace muchos años
este pueblo, pero no su vecino de arriba. Y aquí, queridos amigos de este ya
repleto baúl, saltó la sorpresa: en el barrio de abajo, siguiendo la calle El Claustro, hallé las ruinas
románicas de una iglesia para mí totalmente desconocida. (Siempre la provincia,
su tierra, su paisaje y sus pueblos guardan algo por descubrir). ¿Era un
desastre del patrimonio más, de los
muchos que llevamos vistos? Quizás. Pero en su descargo he de decir que el
monumento dio en ruina en una época en la que las sensibilidades y los
guardianes del patrimonio estaban bajo mínimos. Corría 1921 cuando se vino
abajo definitivamente. Después fue la parábola del árbol caído y las astillas.
Hoy se llama a estas ruinas Torre Caída, como si en lugar de una iglesia
hubiera sido un castillo; ayer, se llamaba Santa María. Pudo ser un monasterio,
pudo ser simplemente una iglesia o una ermita, documentos tiene que haber que
descubran su partida de nacimiento. No queda mucho en pie, parte del campanario
y parte de la cabecea, y algún resto claramente románico, como la ventana del
oriente, a cuyo lado se ve una hilada de sillares labrados que, aunque
bellísimos, son de dudosa filiación, ¿prerrománicos?
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La segadora y la espiga. |
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El gallo de hierro anuncia la primera luz. |
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Los viejos de roca y las espigas. |
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Niña saltando a la comba en el vacío. |
OBSESIÓN POR
LA ESPIGA
Sería prolijo,
queridos amigos, hacer aquí relación de los artistas que, con el paso de los años, he ido
encontrando a lo largo y ancho de la provincia. Podría hablaros, una vez más, de
mi amiga Pilar, de Lorilla, que hizo la maqueta de su pueblo muerto y esculpió
románico con tanto arte como los grandes maestros de Silos; o de las casas
pintadas de Quintana y Rezmondo; o del constructor en miniatura de cosechadoras y toda suerte de aperos en Mambrillas de Lara; o de todos
aquellos que levantaron castillos en el siglo XX; o de Casilda, de Brazacorta,
que construye belenes con piedras parameras figuradamente animadas. Podría hablaros de
otras personas que sintieron la llamada del arte de los sueños, de aquellas que
sin pasar por academias sacaron arte de lo más profundo de sus raíces, gente
del pueblo y de pueblo, a mucha honra. Y así, hoy quiero traeros la obra de un
escultor, Emilio Torres, cuyas obsesiones tienen forma de espiga. Ya a la entrada de Padilla de
Arriba, se puede ver una gran espiga de hierro sujetada por las manos de
alguien enterrado que ve crecer el pan, homenaje a lo que dio sentido a los
pueblos. Después, el mismo artista ha sembrado de esculturas el entorno de Torre
Caída. Allí, crecen y envejecen esculturas de metal y piedra con las
espigas como protagonistas (me quedo con la muchacha espigadora); crecen y
envejecen más dos abuelos de roca sentados, recuerdan cuando Santa María estaba
en pie. Canta un gallo de hierro el amanecer, canta la luz del oriente que ha
de entrar por el ventanuco del ábside románico; y al mismo tiempo, una niña de
metal salta a la comba en el vacío de la nave caída. Ya digo, obsesiones y
pasiones de un artista del pueblo y para el pueblo.
Habrá quien
pueda opinar que este pequeño parque escultórico resulta anacrónico junto a las
ruinas románicas. Pero, bien mirado, quizá sea una manera de dar vida a lo que
nos dejamos morir. Al fin y al cabo, las representaciones alusivas al campo y a
los pueblos no están reñidas con el arte ni con las iglesias o monasterios.
Quizá sea un exceso, eso sí, la gran columna blanca que soporta a la Virgen,
quizá. De todos modos, todo luciría más si se ajardinara y adecentara la loma
donde se levantan las ruinas.
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Juntos siempre, hasta hacerse de roca. |