Solitaria y en plano inclinado, la sabina
emerge en el pedregal
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Debió nacer con el viento |
Retorcido de dolor, próximo a su final, al viejo nogal apenas si le quedan fuerzas para una rama |
Sobrevivió al monasterio de Arlanza |
FOTOGRAFÍAS: Tomadas en septiembre de 2015
Resulta
difícil no asociar estos árboles a la vieja historia de Lara. Por su aparente
antigüedad (sus grandes troncos, resquebrajados y dolientes los delatan),
debieron ser testigos de lo que ocurrió en el medioevo y otros siglos por
aquellas tierras. Uno puede imaginar muy bien a los frailes de San Pedro de
Arlanza, entre alabanza y alabanza, haciendo acopio de nueces en el anciano nogal
que hoy aquí guardamos; y por qué no, al conde Fernán González haciendo lo
mismo en su aventurera niñez. Nada de ello sería descabellado. Como tampoco lo
sería ver sentados a los fundadores de Santa María de las Viñas a la sombra de
la gran sabina que crece en el pedregal, paralela su copa al plano inclinado, en las cercanías
de Quintanilla. Ellos, los árboles, no hablan (que sepamos), ellos no han
dejado escritos pergaminos que se puedan guardar en archivos, pero su vejez nos
comunica hechos, romances, castillos y batallas de un tiempo de arte y almenas,
de rezos, cantos y magias monacales en Lara. Los dos árboles, sabina y nogal,
se convierten en sueños de la historia a poco que nuestras sombras se confundan
con la suya cansada.