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El lugar de San Pedro de Arlanza sería otra cosa sin San Pelayo |
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Extraño ábside de San Pelayo |
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Ábside ¿prerrománico? |
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Bóveda del ábside
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El escudo desaparecido (Fotografía de 1984) |
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En el parteluz se aprecia el hueco originado por el desgarro del escudo
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Un sencillo tronco para sustentar la portada
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Apoyado en una teja
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Un verso suelto junto a marcas de cantero |
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Una inscripción todavía por descifrar |
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Muros de distintas épocas |
FOTOGRAFÍAS: Ermita de San Pelayo, Hortigüela (Tomadas en octubre de 2016)
San Pedro de Arlanza, con su ermita de San Pelayo,
es un lugar donde la historia, el arte y la leyenda conviven en perfecto
desorden.
Componer el puzzle histórico y arquitectónico en la
ermita de San Pelayo (también San Pedro el Viejo), junto a San Pedro de Arlanza, no es tarea fácil. Por los
restos de las ruinas resulta evidente que coexisten en ellas varias épocas, lo
que hace que tengamos que fijarnos bien en cada detalle, más que nada para
comprender los siglos que allí se encierran. Nos fijaremos en primer lugar, por
lo que tiene de antecesor, en la cueva que se abre debajo de la ermita, con un
asentamiento musteriense que nos lleva a 40.000 años atrás. Pondremos después
atención en algunas piedras camufladas entre sillares, al modo de versos
sueltos, que parecen de época romana o visigoda, como lo parecen también los
enormes sillares que se pueden ver en el basamento del conjunto, lo que vendría a demostrar que antes de que
Fernán González supuestamente cazara en estos montes esta atalaya rocosa sobre
el río Arlanza ya estaba habitada. A continuación daremos un pequeño salto
hasta llegar a la alta Edad Media, tiempo en el que florecen las
manifestaciones eremíticas. Haremos entonces caso de poemas y romances, también
de la historia confusa, y nos encontraremos con los anacoretas Arsenio, Silvano
y Pelayo, que al parecer allí vivieron, con el conde y su jabalí y otras
leyendas generadas por los monjes de San Pedro de Arlanza. Observaremos después
el originalísimo y diminuto ábside cuadrado, quizá de época condal, seguramente
prerrománico, cuyos magníficos sillares, de bello tono rojizo, nos invitan a
pensar que fueron aprovechados de alguna construcción preexistente. Luego
escrutaremos las paredes, interiores y exteriores, y las veremos llenas de
marcas de cantero, lo que nos trasladará a los siglos XII o XIII, netamente
románicos, como lo parece también el ¿campanario? geminado a los pies de la
ermita, en cuyo parteluz existió un escudo que en fecha no muy lejana fue
arrancado y llevado quién sabe dónde. Menor importancia tiene la parte añadida
a la románica, en el lado que mira al río, que parece del siglo XVIII y es de
construcción mucho más pobre.
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Remedio casero para un gran monumento |
Las piedras
de San Pelayo son, pues, un libro en el que mirar la historia de uno de los
lugares más emblemáticos de Castilla y uno de los más bellos. Parece mentira
que sabiéndose todo esto nadie haga nada por consolidar las ruinas. Uno siente
vergüenza ajena al ver los remedios para sustentar sillares a punto de
desprenderse, como pueden apreciarse en las fotografías que aquí se adjuntan.
La desaparición de lo que queda de San Pelayo sería una tragedia, para la
historia, para el arte y para el paisaje.