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Un cielo negro y amenazador se aproximaba a Villaveta. |
FOTOGRAFÍAS: Bodegas en Villasandino y Villaveta. Iglesia de Villaveta. (Tomadas el 31 de agosto de 2024).
Hay
excursiones que por uno u otro motivo se hacen inolvidables. De la que os voy a
hablar, queridos amigos de este Cajón de Sastre, es una de las que permanecerán
para siempre en el recuerdo de este cronista. Fue el 31 de agosto (del presente
año, por supuesto), día en que las compuertas del cielo se abrieron sobre las
16 horas y las trompetas del apocalipsis sonaron en Villaveta con descomunal
fuerza. Y diréis: ¿y qué hacías tú, y quienes te acompañaban en ese
desguarnecido pueblo, cuando la oscuridad que se acercaba por Castrillo era tan
negra y amenazadoramente premonitora? Vayamos por partes.
VISITA A LAS BODEGAS DE
VILLASANDINO
Siguiendo con el tema de las bodegas, mi compromiso aquel
día era visitar nuevos conjuntos, especialmente los de Villasandino, los de
Arriba (“El Tablar”) y los de Abajo (“Bodegas del Viento”), que ya conocía de
cuando contacté por primera vez con la Cofradía de los Chisteras, de eso hace
la friolera de 30 años. Me guiaba la intención de ver en qué había quedado la
costumbre de socializar en las bodegas de los vecinos de este pueblo, y de
otros de su entorno. Me interesaba esto. Ya vimos en entradas anteriores cómo,
en algunos pueblos, por diversos motivos esa socialización prácticamente se ha
perdido; los conjuntos bodegueros se han convertido en “despoblados”, donde solo
algunos recalcitrantes entrados en muchos años las visitan y disfrutan con
cierta asiduidad. La juventud, dicen estos resistentes, ya no quieren saber
nada, ni de hacer vino ni de las bodegas, prefieren otras actividades y diversiones.
Sin embargo, en la visita a Villasandino pude comprobar que esto no es del todo
así. Era sábado por la mañana, era agosto, y había cierto movimiento en los
barrios del vino. En las bodegas de Abajo vi que había algunas con la puerta
abierta, personas haciendo reparos, dentro y fuera de ellas, y bicicletas
aparcadas junto a sus entradas, lo que me llevó a pensar que el abandono no era
del todo total. Mayor actividad social pudimos encontrar en las bodegas de
Arriba, a una de las cuales, la que me pareció más antigua y de cierta nobleza,
su dueño, el señor Anselmo, nos invitó a entrar y a compartir un vinito churrillo,
con otros vecinos que le acompañaban, en el lugar entablado donde un día se
pisó la uva. Fue así cómo pudimos disfrutar de las entrañas de una bodega que,
según supe más tarde, era conocida como “El Senado”, en contraposición a otra que
visitamos más arriba, conocida como “La Moncloa”, donde se arremolinaba en la “hora
del vermú” un buen número de Villasandineses de todas las edades, con muy buen
humor, todo sea dicho. La socialización en las bodegas, pues, no se ha perdido
del todo, pensé.
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A la bodega de Anselmo se la conoce como "El Senado". |
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Las bicicletas son para las bodegas. |
VILLAVETA, DONDE EL
CIELO SE DESPLOMÓ
Siguiendo
nuestro periplo bodeguero recalamos en Villaveta, un pueblecito en el que,
creo, no había estado nunca, pero vaya usted a saber, después de tantas vueltas.
También este lugar tiene dos barrios de bodegas, aunque solo nos dio tiempo a visitar
uno de ellos, que por cierto parece un poblado de esos que salen en las películas
“del oeste” (quizá algún ojeador de
lugares para cintas de esta naturaleza algún día se percate del interés
paisajístico y urbano que ofrecen estos barrios bodegueros con sus merenderos y
lo ofrezca a algún productor cinematográfico para el rodaje de alguna película,
sería una oportunidad para mitigar la despoblación, solo haría falta para
completar el cuadro poner un par de cardos voladores y un saloon con
puertas abatibles de doble hoja).
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Bodegas de Villaveta (Barrio de Arriba). Para una película "del oeste". |
Y en esas estábamos, curioseando y
fotografiando bodegas del barrio de arriba, cuando vimos que del sur se iba
aproximando un inmenso y amenazador nubarrón, negro como pocas veces habíamos
visto. ¡Uy, uy, uy!, “esto se pone feo”, dijimos, y acordamos que era momento
de salir pitando, de ponerse a resguardo. Que fue así cómo llegamos a Villaveta.
Fue a la entrada del pueblo cuando se desató el diluvio. Pero aun y con eso, fugazmente
nos dio tiempo a contemplar de frente un mural del artista urbano Christian Sasa,
creo que copia de un Velázquez, pero esto no es seguro, porque los goterones en
las lunetas nos impedían ver con claridad. En un primer instante quisimos
aparcar el coche frente a la iglesia, pero la tormenta se manifestaba ya tan
colosal, con vientos tan salvajes que parecían salidos de otro planeta, que decidimos buscar otro aparcamiento más seguro, no fuera ser que
alguna teja o algún pináculo se desprendiera del templo y cayera sobre nosotros.
Así, sin apenas visión por la lluvia encabritada, que con inusitada fuerza atacaba
por todos los lados, aparcamos en una callejuela, sin saber si en ella
estábamos más seguros. Y aquí, queridos amigos, fue donde pensamos que nuestras vidas no estaban seguras, que, de un momento a otro, como sucede en los tornados, nuestro
coche y nosotros dentro íbamos a ser succionados y salir volando hacia un
destino incierto. Aún con el motor en marcha, el pobre Peugeot se movía en
bandazos por el empuje de un viento endiablado que presionaba por todos los flancos,
era una máquina indefensa que nada podía hacer para defenderse de una tormenta nunca
vista ni sufrida. No podíamos escapar, salir, imposible abrir las puertas, y aunque hubiéramos podido, cómo y donde refugiarnos? Las
calles hechas ríos, los canalones de las casas impotentes para recoger tantísima
lluvia, remolinos de agua y viento enloquecidos formaban una estampa que nunca habremos
de olvidar.
Fue
media hora de gran tensión. Pero todo lo que empieza tiene su fin, poco a poco la
tormenta perfecta se fue marchando hacia el norte, seguramente para asustar a nuevos
y desvalidos pueblecitos. La bestia se había civilizado y convertido en plácida
lluvia, quizá en algún lugar cercano a nosotros alguien apagó la vela a Santa Bárbara.
CRUCERÍAS DE ENSUEÑO
La puerta de la iglesia, que a nuestra llegada estaba
cerrada (mal cerrada, a lo que se ve), el viento la había abierto y el agua se
había metido dentro del templo formando charcos. De los dos árboles que se alzan a
uno y otro lado de la portada, uno había perdido una gruesa rama, la que hubiera
caído sobre nosotros si allí hubiéramos aparcado el coche como fue nuestra primera
intención. Con el portón abierto pudimos entrar en la iglesia. Y esa fue la
parte buena de todo, pues de esa manera pudimos disfrutar de las bóvedas de
crucería rurales más bellas que jamás habíamos visto. Su contemplación vino a
apaciguar la zozobra vivida, que aquí sí cabe aquello de que no hay mal que por
bien no venga.
FINAL DE LA EXCURSIÓN EN CASTRILLO MOTA DE LOS JUDÍOS
La relativa calma había llegado también a Castrillo, probablemente el ojo del huracán. Un hombre de 91 años que encontramos, asustado todavía por lo que habían vivido, nos dijo que nunca había conocido una tormenta semejante y lloraba sus frutales tronzados. "No vayan por ahí, que la carretera es un río", nos dijo a modo de despedida..
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Iglesia de Villaveta. Bóvedas dignas de una catedral
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Crucerías salidas de un sueño. |