Elías Rubio Marcos y su "CAJÓN DE SASTRE"

Recopilación de artículos publicados y otros de nueva creación. Blog iniciado en 2009.

martes, 29 de marzo de 2022

RÓTULOS COMERCIALES. EL ESTABLECIMIENTO DE FRANCISCO PEÑA EN LERMA


De cuando se viajaba con manta 


Qué fue de aquellos sastres...

... que eran a la vez comerciantes.

Últimas novedades para señora y caballero
Precios económicos.


FOTOGRAFÍAS: Rótulos en comercio de Lerma, (Tomadas en marzo de 2022)


Los letreros comerciales antiguos, pintados en muros y paredes de edificios, son un patrimonio a mi parecer no suficientemente valorado. Quedan pocos o contadísimos testimonios, ya que la mayoría de ellos desaparecieron, bien por remodelaciones de los edificios o bien porque los mismos comercios igualmente desaparecieron. Los contados que quedan son testimonios históricos no solo de la actividad comercial en las ciudades, grandes y pequeñas, sino también del dinamismo y evolución del arte en lo que se refiere a la cartelería de muros, con sus distintas tipografías, dibujos y adornos. Resulta difícil hoy encontrar algún cartel que tenga más de medio siglo de antigüedad, por eso cuando encontramos uno que pudo ser pintado en los años treinta o cuarenta del pasado siglo, como es el caso del alarde que aquí os dejo hoy, queridos amigos de este Cajón de Sastre, produce ciertamente gran asombro. Se trata de un panel publicitario, seguramente hecho por un experto rotulista, pintado sobre pared blanca y situado en la calle Chica de Lerma, que anuncia toda la gama de actividad y ventas del establecimiento de Francisco Peña. El panel llama la atención porque ocupa una gran superficie en la parte alta del edificio. A pesar de la suciedad del muro, debido a la pátina del tiempo pasado, se aprecia con bastante nitidez todo lo anunciado, que es mucho. Debajo de la marca comercial (FRANCISCO PEÑA), rotulado en grandes letras, pueden verse tres compartimentos escritos con preciosa tipografía de época y cada uno de ellos anunciando las especialidades del comercio. Así, visto de frente, en el panel de la izquierda puede leerse

PAÑERÍA

ÚLTIMAS NOVEDADES

PARA SEÑORA Y CABALLERO

PRECIOS ECONÓMICOS

Por su parte, en el panel del centro, en el espacio libre entre dos balcones y bajo el gran letrero de Francisco Peña, puede leerse  

SASTRE

Y COMERCIANTE

Por último, a la derecha del conjunto se aprecia un espacio más y con otra leyenda, escrita también con artísticas letras de distinta tipografía, propias de los años treinta cuarenta del pasado siglo, en la que puede leerse

CAMISERÍA

MANTAS

DE CAMA Y VIAJE

FAJAS Y BOINAS   

Sin duda podría decirse que el edificio que alberga estas delicias publicitarias de antiguo comercio es una ruina histórica, dada su degradación, pero por todo lo comentado, merecería ser salvado de la piqueta, al menos la cartelería descrita, joya arqueológica de la cartelería comercial en Burgos.


domingo, 6 de marzo de 2022

EN LAS TIERRAS ALTAS DE SEDANO


Una extraña construcción... 


un conjunto singular...

azotado por los vientos del páramo...


con cúpula y una linterna... 


más un refugio con arquitectura cortavientos.


FOTOGRAFÍAS: Aprisco y chozo gigante en las Tierras Altas de Sedano (Tomadas en marzo de 2022).

En las Tierras Altas de Sedano siempre floreció el brezo y hubo pastos, y siempre cantó la alondra, invisible y quieta, al anunciar la entrada de la primavera. En los altos páramos de Sedano, a veces interrumpidos por vallejadas y barrancos perdidos, tal vez nunca hollados por humanos, se alzan hoy, desafiantes como ejército hostil, gigantescos molinos de aspas rugientes que comen, cortan el viento y silencian el canto de los pájaros anunciadores. En las Tierras Altas de Sedano, bellas pero inhóspitas para los que no sueñan, se fundó un pueblo de viento con ráfagas de vida hoy apagadas. Mozuelos lo llamaron, como si hubiera de ser para chicos de prolongadas esperanzas. Hoy ya no queda nadie, aquellos mozuelos, que tan bien conocían las tierras altas, tanto como a sus ovejas, se fueron a ciudades en las que apenas hay lugar para raíces profundas y de calidad. Así, sus apriscos y refugios pastoriles, hechos con piedra desgajada de la madre, quedaron a merced de las estrellas, aquellas con las que tanto convivieron y conversaron.  

En las Tierras Altas de Sedano abundan los chozos pastoriles, la mayor parte arruinados. Alguno de ellos con protección a varios vientos, demostración de inteligencia en el páramo, otros, con el asiento para el mozuelo pastor cuando se recogía hasta que amainaba la tempestad o el hambre. Entre todos, llama la atención uno que no merece ser llamado chozo, sino, más bien, catedral de los chozos. Por su grandeza, en medio de fincas de cereal nunca vistas hasta ahora en las tierras altas, este monumental aprisco tiene una gran cerca de piedra bien asentada, seguramente hecha por algún experto asentador cuyo oficio ya se extinguió, y en uno de sus lados una amplia construcción circular con techado de tierra, donde crece la hierba en libertad. Rematada en cúpula por una linterna que da luz a su interior, habrá quien, sobrado de imaginación, compare esta construcción con las yurtas de los mongoles, y no le faltará razón, al fin y al cabo, unos y otros pastores son, o eran.


Extraños en las Tierras Altas de Sedano.


lunes, 21 de febrero de 2022

EL ARTE DE LAS BOCALLAVES



Pináculos de hierro, orfebrería de hierro 


FOTOGRAFÍAS: Bocallaves burgalesas (Tomadas en febrero de 2022) 

No creáis que me he olvidado de vosotros, queridos amigos de este Cajón de Sastre, qué va. Los que seguís esta bitácora bien sabéis a estas alturas que suelo comportarme como el Guadiana. Lo malo es que aparezco y desaparezco sin avisar y sin cortesía alguna. Pido perdón por ello. Aunque, bueno, ya os imaginaréis que habrá motivos para estas ausencias, los que conocéis mis andanzas seguro que os habréis preguntado: “en qué charcos editoriales andará metido este ahora”, y no os faltará razón. Bueno, charcos, lo que se dice charcos, como que no, ya me gustaría a mí caminar estos días pisando charcos, ello significaría que la lluvia nos habría visitado; y no, desgraciadamente, de nuevo otro largo periodo de pertinaz sequía nos aflige. Esto lo llevo muy mal, amigos míos, de verdad. De los otros “charcos” no os cuento ahora, ya habrá su momento para hacerlo. Hoy, para desempolvar y quitar las telarañas creadas en el blog, os regalo con dos perlas patrimoniales que me fueron mostradas el sábado pasado (No voy a decir el lugar donde se encuentran, fácilmente comprenderéis la razón). Se trata de dos bocallaves burgalesas que, por su original y artística forja, merecerían estar en un museo. Lo digo en serio, el arte de las bocallaves podrá ser considerado por algunos como menor, pero el incuestionable interés artístico de ciertos ejemplares, como el de los que aquí dejo hoy, hace de ellos piezas monumentales y nos habla de la importancia que se daba a estos elementos en épocas pasadas, especialmente en el siglo XIX, tiempo en el que hasta en las cosas más simples llegaba a crearse belleza.

Que las disfrutéis. 


El ojo tiene puerta, abridla para meter la llave 


viernes, 21 de enero de 2022

PETROGLIFOS PODOMORFOS EN EL ALFOZ DE BRICIA

Pies descalzos marcados sobre roca arenisca


FOTOGRAFÍAS: Podomorfos en el Alfoz de Bricia (Tomadas en diciembre de 2021)

Días pasados tuve la fortuna y el privilegio de acompañar a un grupo de la asociación cultural Tribus del Iber, estudiosos que trabajan en Cantabria y en la zona norte de Burgos para la catalogación y posterior divulgación de las manifestaciones prehistóricas en roca, que tanto abundan en este territorio. En un momento dado de la excursión los organizadores tuvieron la gentileza de llevarnos hasta una losa de roca arenisca, por ellos ya conocida y escondida en pleno monte, llena de huellas de pies descalzos de datación muy dudosa. Inevitablemente, estas huellas, guardando las distancias, me recordaron a otras existentes en Ojo Guareña, de las cuales fui codescubridor en 1969, con perdón.  


Todo son dudas, todo son interrogantes 

Si uno se dejara llevar por una primera impresión, podría pensar que las mencionadas huellas de pies descalzos marcadas sobre roca, que aquí os dejo para vuestro asombro y juicio, queridos amigos, fueron hechas hace millones de años, cuando la losa de roca arenisca donde se hallan era todavía una masa blanda, algo así como sucede con las huellas de los dinosaurios que ahora vemos. Pero eso no puede ser, y además es imposible, como bien sabemos todos. Entonces, si no fueron pisadas sobre masa blanda, es que alguien, en algún momento, prehistórico, protohistórico, medieval, o incluso más moderno, se entretuvo en esculpirlas con alguna herramienta, con mucha perfección, a decir verdad. Una cierta antigüedad no parece discutible, si se tiene en cuenta un evidente desgaste por la erosión y los añejos líquenes que están pegados a ellas. No son pisadas de adultos, más bien parecen pertenecientes a niños, o como mucho, adolescentes. Uno contempla esos pies desnudos, hendidos en la roca, y no puede por menos que sorprenderse y enternecerse, pero al mismo tiempo hacerse una y mil preguntas. Primera de todas: ¿cómo fueron hechas con tanta perfección, es que alguien se entretuvo en esculpirlas tratando de darles una forma lo más real posible? Esto parece muy probable. Como es probable también que el autor pudo tener como modelo el pie o los pies de más de una persona del grupo que le acompañaba. Segunda pregunta: ¿Con qué finalidad fueron hechas, acaso esta losa arenisca donde se hallan fue elegida como lugar ritual para llevar a cabo en ella procedimientos iniciáticos, quizá donde adolescentes, quién sabe a través de qué clase de hechizos y conjuros, pasaban a nivel de adultos? Tal vez, quizá, pudiera ser. Lamentablemente, respuestas para esto no se encuentran en los archivos, ni nacionales, ni provinciales, ni municipales. No hay, por otro lado, una secuencia bien definida de pasos que indiquen un camino, una dirección, más bien las huellas están esculpidas sin un orden aparente, la mayoría orientadas hacia donde el "artista" escultor quiso. Podría dar la impresión de que se trató de escenificar una reunión, lo que avalaría, en cierto modo, la hipótesis citada de rito de paso. Tercera y última pregunta que aquí se plantea: ¿Cuándo fueron grabadas, a qué época pertenecen? ¿Se corresponderán acaso con el tiempo de las pinturas rupestres esquemáticas, prehistóricas, halladas también en estos parajes del noroeste de la provincia de Burgos? Tal vez, pudiera ser, quizá nunca lo sepamos.  


La erosión y los líquenes nos hablan de cierta antigüedad

     

martes, 18 de enero de 2022

UNA VENTANA CON CABEZAS EN AHEDO DE BUTRÓN


Cabezas de hombre y mujer bajo el alféizar,
como símbolo de perdurabilidad de quienes
construyeron la casa.


FOTOGRAFÍAS: Ventanas en Ahedo de Butrón (Tomadas el 1 de enero de 2022)

Ahedo de Butrón es uno de esos pueblos encantados que me tienen absorbido, un bellísimo enclave burgalés al que se llega por una carretera que muere en sus mismas puertas; más allá de Ahedo, donde termina el asfalto, todo son valles y desniveles abruptos que se precipitan al Ebro, montañas que se elevan a navas solitarias y caminos que se pierden para encontrar sueños en el pedregal. Pero Ahedo no solo tiene esa magia y encanto especial que despiden los pueblos con carreteras que mueren en ellos, allá donde mire el viajero, y por muchas veces que vuelva, siempre encontrará algún detalle para sorprenderse y para la admiración; aquí, en esta misma bitácora y sin contar la impresionante iglesia románica, hemos dado cuenta de algunas notables originalidades que le caracterizan, como las eras de trilla muradas, sin par monumento etnográfico, sus “medias puertas” generalizadas, característica también sin parangón en Burgos (como no sean las cabañas pasiegas), o las balconadas de madera multicolores, las que lamentablemente ahora se van sustituyendo por otras de forja, rompiéndose así la armonía de la arquitectura tradicional que caracterizaba a este caserío (ojalá se haya puesto la última).  

Cuando ya creía que había visto todo lo que se puede ver en Ahedo, después de tantas excursiones realizadas, una nueva visita, para más señas el pasado día de Año Nuevo, me proporcionó una nueva sorpresa: una pequeña ventana, en un estrecho y escondido callejón, que en su día se me escapó cuando “iba a ventanas”. Se trata de un pequeño y sencillo vano, sin florituras decorativas, al que no hubiera prestado atención si no fuera porque bajo su alféizar, dentro de un rebaje semicircular, muestra dos cabezas, una en cada extremo. Claramente se aprecia que una es de hombre, por sus barbas de traza románica (ojo, que no estoy diciendo que la ventana sea románica), y la otra de mujer, por sus rasgos faciales y ausencia de pilosidad. Estaríamos, pues, ante un nuevo ejemplo de la costumbre ancestral de mostrar en ventanas y aleros las cabezas o caras esculpidas de los que con su esfuerzo hicieron su casa y morada; ejemplos en la provincia de Burgos los tenemos desde el siglo XVI.  

Y ya puestos en ventanas, dejo para vuestro deleite, queridos amigos de este Cajón de Sastre, un ejemplar que descubrí, el mismo día, en una construcción arruinada en un extremo del pueblo. Se trata de una preciosa ventana de arcos geminados, ligeramente apuntados y de apariencia medieval, que por supuesto, dado su indudable mérito, irá también a engrosar el baúl de ventanas ilustres burgalesas.   


Ventana geminada en muro que amenaza ruina.


¿Qué me tendrá reservado Ahedo de Butrón en una nueva visita?  

 

domingo, 2 de enero de 2022

CAÑADAS MURADAS Y CAMPANAS DE BARRO EN MOZUELOS


FOTOGRAFÍAS: Vereda y macetas en Mozuelos de Sedano (Tomadas en diciembre de 2021)

Una de las cuatro cañadas de Mozuelos.
Aunque arruinados, se observan los dos muros
que la demarcan. 


Después del reciente amanecer solsticial en el dolmen de La Cabaña, del que en reciente entrada os hablé, queridos amigos, me acerqué a Mozuelos, uno de los 64 pueblos del silencio que hace más de veinte años me ocuparon y dolieron. El motivo: seguir los anchos callejos murados que entonces llamaron mi atención, seguirlos de principio a fin para intentar comprender la utilidad que tuvieron. Cuando los vi esa primera vez, en gran parte arruinados, supuse que convergiendo en el pueblo y llegados del páramo debieron servir para conducir el ganado de manera ordenada, tanto en los momentos de salida a los apriscos y lugares de pastoreo al amanecer como en los de su recogida en el pueblo al atardecer. Me faltaba, no obstante, la confirmación a mis suposiciones, y esa la obtuve en una charla mantenida con Ángel González, un ex-vecino de Mozuelos que, residente ahora en una ciudad del norte, vuelve siempre que puede a encontrarse con el pueblo silencioso de sus amores. Mi suerte fue encontrarle en aquella tarde invernal, cuando el sol postrero peinaba la nieve de los lejanos Picos de Europa. Me confirmó que dichos callejos fueron lo ya dicho, que recibían el nombre de “veredas”, o "cañadas" que estas eran tres y que a la situada en el centro se la conocía como “la principal”. Me dijo, así mismo, que esta, además de para el tránsito y recogida ordenada del ganado, fue utilizada también como camino por los vecinos de algunos pueblos situados al sur de Mozuelos para acceder a Sedano y sus ferias, Masa y Nidáguila, fundamentalmente.  Los nombres de dichas cañadas eran: Los Olmos, El Pedregal, La Santiruela y El Cotejón. 
        Desconozco, o no recuerdo, otros lugares de Burgos en los que se manifiesten semejantes callejos pecuarios con dicha finalidad, motivo por el que me atrevo a valorarlos y sugerirlos como elementos de incuestionable interés etnográfico.


Dos macetas de barro como campanas de la iglesia

Lo he dicho en este Cajón de Sastre en más de una ocasión: siempre en cada pueblo, en cada uno que visitemos, podemos encontrarnos con algo que puede sorprendernos. En esta visita a Mozuelos mi sorpresa fue encontrarme con algo ciertamente insólito, nada más ni nada menos que dos macetas de barro en el campanario de la iglesia sustituyendo a las campanas de bronce que en su día tuvieron. ¿Unas campanas de barro? Como lo cuento. Al parecer, las originales, tras la despoblación sufrida por Mozuelos, fueron presa de los ladrones de iglesias, quedando desde entonces el campanario desnudo. Pasaron los años, y cuando el pueblo comenzó a recuperarse, tímidamente, de su abandono, a alguien se le ocurrió la brillante idea de instalar dichas macetas de barro, con badajo incluido. Y la cosa debió tener su éxito, pues me cuenta Ángel que el sonido que producen, al ser accionadas con la pertinente cuerda, es perceptible incluso desde el interior de las casas.


Campanario de la iglesia de Mozuelos con campanas de barro

 

Dos macetas haciendo de campanas

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

DE MINAS Y MINEROS BURGALESES (II)


                  ODISEA DEL CARBÓN EN JUARROS

Las minas de Puras de Villafranca habían ahondado en mí la vena de admiración hacia la vieja y desaparecida industria extractiva en Burgos. Decidí por ello continuar con el tema, rastreando a continuación las pistas del hierro, un fascinante mundo de la era preindustrial burgalesa donde se entremezclan, además de las numerosas minas ferruginosas abandonadas, ingredientes como el de la accidentada historia del mítico ferrocarril minero de la compañía inglesa The Sierra Company Limited, o el de los hierros y ferrerías en torno al río Pedroso, cada uno de ellos una aventura distinta y apasionante.

Pronto, sin embargo, pude darme cuenta de que el hierro, siendo un capítulo interesantísimo para el devenir del desarrollo burgalés, requeriría un análisis mucho más profundo de lo que aquí se podría. En todo caso, seguía siendo la figura romántica del obrero subterráneo lo que me llevó al episodio minero que más huella dejó en la provincia: el del carbón.


Grupo de mineros a la entrada de la mina juarreña de El Trampal.
En 1964 todavía no era obligado el uso del casco
y la boina era un buen aliado del minero.



       Resultaría muy difícil, por no decir imposible, seguir la pista humana de la mina Esmeralda, de San Adrián de Juarros, de las de Brieva y de todas las que, demarcadas en 1841, funcionaban ya en 1846. Como lo sería también rastrear la huella de los hombres que trabajaron en las dos “minas de carbón piedra” situadas en el Diccionario de Pascual Madoz en Pineda de la Sierra, o en las de Urrez, Villasur de Herreros, San Adrián, Monterrubio y Barbadillo de Herreros hacia 1862. La documentación de la época, fundamentalmente memorias y estudios mineros, habla de una inusitada efervescencia por esos años en dichas zonas, y en otras de menor desarrollo, como Rupelo, Hortigüela o Salas de los Infantes.

De aquel tiempo glorioso, dominado por empresas extranjeras, quedaron los nombres de las minas, no así el de quienes las excavaron. Las Casualidad, Generosa, Milagrosa, Restaurada, Africana, entre otras, son nombres míticos en la minería burgalesa que, si pudieran hablar, describirían dramática historias escritas en una época en la que las condiciones de extracción a buen seguro llegarían a poner los pelos de punta incluso a los actuales mineros de Guardo, Villablino o Hunosa, tan curtidos ellos, con minas de mayor seguridad pero igualmente siempre cercanos a la tragedia.  

Empresarios y oficios mineros

         Desde aquella mitad del siglo XIX no cesó la vida minera en la llamada Cuenca del Valle del Arlanzón, con periodos de mayor o menor actividad, pero esa es una historia ya escrita, aunque para su elaboración no se contara con el componente humano de boina y casco, que, en definitiva, fue el que la hizo posible.

No resultó difícil encontrar obreros dispuestos a contar parte de aquella negra aventura. En la capital burgalesa arrastran su silicosis y su jubilación precoz, desde finales de los 60, decenas de mineros que trabajaron en la última fase de la extracción del carbón, aquella en la que lo hacían para Ibercominsa. Esta empresa nació como resultado de la compra por parte del leonés Pascual Eguiagaray de las pertenencias de la mítica Ferrocarril y Minas, creada en 1920, en un tiempo en el que brillaba con luz propia el avezado empresario y técnico minero, Pablo Pradera, suegro de Eguiagaray.

Pude encontrar en la taberna de Villasur de Herreros a José Ramón López, de 67 años, chófer e hijo de Simeón López, el que fuera encargado general de las minas de San Adrián y de las dos centrales eléctricas que hubo en Villasur de Herreros (Nueva Eléctrica de Villasur y Electra del Arlanzón). Me habló de cuando la compañía Ferrocarril y Minas tenía las oficinas en el desaparecido Balneario de Arlanzón, así como de cuando en este lugar los ingleses montaron también una serrería de madera accionada con una locomóvil, teniendo además otras tres para v el servicio de las minas. Me habló igualmente de los casi cincuenta mineros que llegaron a trabajar en las minas de Villasur, entre barrenistas, maderistas, vagoneros, rampleros, terreristas o camineros, tuberos y cabestrantes o maquinistas.

Por José Ramón supe también que el carbón se llevaba a Burgos, Miranda de Ebro y Logroño, para tejeras y caleros, y que la galleta y la galletilla para el consumo doméstico se llevaba a Burgos, a Carbones Castellanos, que estaba detrás del Gobierno Militar, mientras que lo más menudo “se llevaba a la fábrica de hacer ovoides de La Ventilla”.

Muerte en la mina Salvadora

         Con especial emoción recuerda José Ramón la tragedia minera ocurrida en la mina Salvadora, de Brieva de Juarros, en 1948. Murieron en ella varios mineros y él mismo estuvo en el equipo de rescate: “El accidente ocurrió al pinchar desde la galería en la que se estaba trabajando otra de una explotación antigua que se encontraba inundada. La primera se inundó también y se ahogaron diez mineros, a los que pudimos rescatar después de ocho días de sacar agua. Con una bomba alimentada con un grupo electrógeno que nos dejaron los militares del Dos de Mayo. Salieron tres hombres con vida, agarrados al cable que subía los baldes con un torno de mano. Los familiares de los accidentados esperaron al pie de la bocamina todos esos días. Por eso, y para evitar las lógicas escena de dolor, los sacamos a las doce de la noche y los llevamos al depósito de cadáveres de Brieva”.

         Dejé a José Ramón con sus recuerdos y busqué a continuación, en el barrio de Gamonal, a Aurelio Simón, un jubilado que fue concesionario de la cantina de San Adrián en la época dorada de la hulla, los años 50 y 60. Era esta cantina, entonces, único lugar de lúdico encuentro para la rudeza minera en este pueblo de Juarros, que contaba con una legendaria ciudad subterránea sin nombre. Una ciudad cuyas galerías se desploman ahora para cerrar capítulo.


José Santamaría en la entrada a la mina La Salvadora.
en Brieva de Juarros 


El baile de los mineros

Aurelio, el cantinero, trabajó intensivamente atendiendo a los tres turnos. Daba de beber y comer, fiaba e incluso pagaba un canon al Ayuntamiento por la organización de un baile con gramola en una de las eras del pueblo. Un baile que le costó Dios y ayuda organizar, porque desde el primer momento tuvo que luchar contra la oposición del cura: “Entonces había muchas mozas en el pueblo, y además venían las de los pueblos de alrededor. El cura advertía a los padres del peligro que suponían los bailes para estas mozas”.

El cantinero me puso también sobre la pista de otros veteranos mineros jubilados y desperdigados por Burgos. Fui a buscarlos y algunos ya habían fallecido.

El polvo de la piedra, la silicosis y el sanatorio de Oviedo 

         Fidel Castañón, otro de los héroes de esta historia, vino a las minas burgalesas de Juarros en 1958. Doce largos y oscuros años los pasó en unas minas que, según su particular relato, “aunque no tienen gas, son peores que las asturianas y las de León. El polvo de la piedra era muy malo, tan malo era  que solo cuatro años barrenando son suficientes para coger silicosis. El barrenista era el que más fácilmente enfermaba, pero no se libraban ni los rampleros. Muchos murieron, yo conocí a más de veinte silicosos, y bien jóvenes. Muchos de aquí tuvieron que pasar por el Sanatorio de Silicosos de Oviedo”.

         Fidel tiene ahora 67 años y lleva jubilado por la enfermedad maldita desde los 43. Recuerda a su padre minero, capitán del bando republicano durante la Guerra Civil, quien después de salir del penal de Burgos fue en busca de trabajo a las minas de León, encontrando allí un ambiente hostil. Por ello, “cuando salieron las contratas de Burgos se vino para las minas de San Adrián. Entonces había que rellenar una ficha en el cuartel de la Guardia Civil y mi padre tuvo que estar durante tres años haciendo acto de presencia una vez al mes en dicho cuartel, que estaba en Arlanzón”.

Pajas de centeno para la dinamita

Las famosas minas Pozo Pablo y El Trampal, esta con más de 800 metros de profundidad, fueron en las que trabajó Fidel varios años asido a una barrena: “En una repisa de una de sus galerías -recuerda-, encontramos las pajas largas de centeno con la que, antiguamente, dicen que cuando los carlistas, se hacían las mechas llenándolas de pólvora”. Este minero confirma así lo que escribió José Luis Reoyo en el libro Explotaciones mineras de la provincia de Burgos: “La Juarreña, las más celebrada de las minas burgalesas, fue la primera mina de España en la que se usó la dinamita”; un hito, histórico, sin duda, que pone de relieve la importancia del foco carbonífero de Juarros a nivel nacional. 

A estas alturas del relato, habiendo conocido abundantes datos e historias sobre las minas, se habían apoderado de mí irrefrenables deseos de ver in situ este fabuloso y excavado mundo. Tras describirme cómo vivían los mineros en San Adrián (“los que éramos casados teníamos casa propia, otros con derecho a cocina, y los solteros dormían en la residencia para mineros que había en el pueblo, o en los pajares”), me puse en contacto con José Santamaría, otro minero con silicosis con quien tuve ocasión de hacer una expedición a las minas.

Una excursión a las minas

         Fue una tarde de mayo. Desde Burgos se veía por la sierra el cielo negro, barruntando el aguacero. Aun así, partimos. Antes de llegar a Brieva, por un camino pizarroso nos internamos en la espesura del robledal. Pronto aparecieron uno y mil caminos entrecruzándose, un laberinto de vías de acceso a las minas por los que sería fácil perderse. Dejamos el coche junto a una cata inundada y seguimos caminando en busca de Salvadora, la traicionera mina que guarda en su memoria los ecos de espanto de los diez ahogados. José nos condujo con paso decidido, conoce bien el dédalo minero de este fantástico paraje, no en balde pasó diez años de su vida bajo sus entrañas, no en vano en ellas contrajo la silicosis que le llevó a una anticipada jubilación. Por fin, llegamos a Salvadora, cuya boca se nos apareció siniestra, inundada y poblada por una nube de mosquitos. “Ya decía don Pascual Eguiagaray que no quería minas con nombre de mujer” escupió el minero hacia la impracticable mina.

A continuación, ascendimos por un vallejo lleno de escombreras grises y negras. Al poco apareció ante nosotros una en la que se abría, descubierto, un profundo e inundado pozo, pensamos que con evidente peligro para andarines despistados y animales. Junto a él pudimos ver la chimenea de ventilación, por donde circulaba “el aire acondicionado” al fondo de la mina, y a su alrededor restos de almacenes, salas de compresores, etc.


Restos de lo que pudo ser el economato de los mineros



A las doce crujían los entibados

En el corazón del bosque, engullidos por la calma chicha y humedad reinante, y bajo el síndrome de lo que fue y ya no es, José tuvo un recuerdo para las maderas de los entibados que, con siniestros quejidos, “se resquebrajaban siempre al mediodía y a las doce de la noche. Era en esos momentos, cuando se las oías crujir, y lo pasabas verdaderamente mal”.

Al coronar el monte, ya en el término de San Adrián y después de haber dejado otros profundos pozos al descubierto, así como algunas casas de mineros arruinadas, llegamos a El Trampal, la mina donde transcurrió la vida hipogea de José. ÉL mismo colaboró en la construcción de los seis pisos que tenía. Pero la boca ya se hundió, y quién sabe los sentimientos que embargaban a nuestro guía en aquel reencuentro, al ver desaparecida la puerta de lo que en vida fue su entierro.

Reivindicaciones laborales. La Guardia Civil vigilaba las minas

Habló José con cierta nostalgia (incluso los trabajos más duros pueden provocarla si estás vivo) de los lavaderos y cintas transportadora, del economato y de las oficinas que estaban un poco más arriba; de los compañeros de fatigas, entre los que abundaban asturianos y andaluces, y de cómo después de haberse cerrado las minas acudió de nuevo a ellas, en solitario y en numerosas ocasiones, a sacar carbón para el consumo de su hogar. Luego nos dirigimos a la galería de acceso del mítico y profundísimo pozo de San Ignacio, aquel en el que “se ahogaron un fraile y un sacristán hará unos treinta años”. Vértigo y miedo da asomarse en su boca y comprobar su inacabable profundidad. Al pie de ella José Santamaría recordó el cierre de las minas juarreñas entre 1970 y 1971; su opinión era que “en cierto grado fueron culpables los sindicatos, que empezaron a moverse por aquí sobre el 68 [1968] y los capataces estaban hasta el gorro de tantos problemas”. Probablemente fuera así, pero antes de que los sindicatos llegaran a las minas los mineros ya reivindicaban mejoras en sus condiciones de trabajo y salarios. Cuando esto ocurría, según José, “la Guardia Civil, por denuncias de los capataces, obligaba a los cabecillas a entrar en la mina y se quedaban en la boca vigilando”.

Asegura también José que “Los primeros trabajadores en Burgos en cobrar el paro fueron los mineros, concretamente los empleados en las minas del empresario Juan González, de Villasur de Herreros, a quien apodaban Pachucho. Después fueron los de San Adrián”. Datos todos que, sin duda, son de gran interés para la historia de la lucha y reivindicaciones obreras en Burgos.


Cargadero de carbón junto al Pozo San Ignacio
en San Adrián de Juarros 


 

jueves, 23 de diciembre de 2021

AMANECER EN EL DOLMEN DE LA CABAÑA



El sol abriéndose paso hacia la cámara mortuoria





Testigos de la luz recortados sobre el túmulo



Sombras sobre el dolmen festejando una luz única 


FOTOGRAFÍAS: Dolmen de La Cabaña, en Sargentes de la Lora (18/12/2021) 

En estos días de solsticio invernal uno puede dejarse llevar por la rutina de siempre, cantar villancicos o buscar emociones fuertes. En mi caso preferí salir, en plena noche, en busca del amanecer para comprobar que, por estas fechas, estando los dólmenes orientados a la salida del sol, los primeros rayos iluminan la embocadura del corredor y avanzan hacia la cámara mortuoria. Y os diré, queridos amigos, que el madrugón mereció la pena. Primero fue un preámbulo en la oscuridad y a contraluz, emoción bajo el cielo estrellado del páramo de La Lora. A continuación, cuando las estrellas se fueron a adormir, apareció el astro rey y se produjo ese momento, fugaz, mágico e indescriptible, en el dolmen de La Cabaña. No estuve solo, por supuesto que no, otros veinte madrugadores esperaron, expectantes y a 7 grados bajo cero, la llegada de una luz única y maravillosa. Una experiencia para no olvidar y que recomiendo especialmente para el próximo solsticio. 

martes, 21 de diciembre de 2021

DE MINAS Y MINEROS BURGALESES (I)


Más de setecientas entradas duermen apretadas en este Cajón de Sastre. Y siendo tantas, me sorprendo al hacer revisión de no haber encontrado ninguna dedicada a la minería burgalesa, ni a los mineros, trabajadores de los infiernos por los que siempre he sentido profunda admiración.  

Hoy, queridos amigos de este Cajón de Sastre, quiero reparar esta ausencia en el blog reproduciendo un artículo que, con el título de El abuelo fue picador, publiqué en 1993 en el extinto Diario 16 Burgos, y después en el libro Burgos en el recuerdo II (1998). El reportaje trata de la minería del manganeso en los Montes de Oca y del carbón en tierras de Juarros, con sus esforzados protagonistas como eje principal. Sirvan las líneas derramadas entonces como homenaje de este blog a todos aquellos que enfermaron, e incluso murieron por el polvo de las minas burgalesas.

 

 

       EL ABUELO FUE PICADOR 

 

El manganeso de Puras de Villafranca

Conforme me iba acercando al gran salto, el estruendo del río precipitándose en las profundidades se hacía más insoportable. ¿Qué era aquello, una mina o en verdad el mismo infierno? ¿Pudo algún ser humano no solo adentrarse, sino también permanecer horas, días, noches, arañando el manganeso en las galerías de aquel averno? Por un momento, al avistar la cascada y la sima con entibados caídos, atravesados y en descomposición, recorrió mi cuerpo un estremecimiento de terror. Todos mis años vividos explorando el subsuelo como espeleólogo de nada me sirvieron para soportar aquello que imaginaba en la negrura del fondo: un dédalo de galerías siniestras, inundadas y concrecionadas por gritos de dolor.

Desde que la mina fue abandonada, el impetuoso discurrir del agua debió ser incesante, erosionando todo lo que encontraba a su paso. Pese a ello, en mi escalofrío, pensaba que no podía haber borrado la huella de las páginas mineras escritas con sudor y barrena, no era posible que lo hubiera borrado todo. De pronto, sentí la imperiosa necesidad de salir cuanto antes del antro, y ya en contacto con la luz exterior, junto a la boca de la mina, prometí seguir los pasos de los hombres que construyeron y sufrieron el angustioso subterráneo que había dejado atrás.

No tuve que esperar mucho. Por un camino paralelo al río, el que de Puras de Villafranca conduce a la mina del término de Los Valladares, observé que se acercaba, con lentitud, un hombre anciano con su cachaba. Lo esperé al pie de la bocamina. Me dijo su nombre, Eulogio Garrido, y sus años, noventa. Él no trabajó en el interior, pero su relación con el manganeso y la minería de Puras estaba perfectamente clara, al haber sido guardián del polvorín de la empresa minera. “Está usted en la mina de Los Valladares, me dijo. En esta es donde más mineral se sacó. Sobre los años veinte fue explotada por un tal Pradera. Esto, entonces, parecía la guerra, todos los días se escuchaban los estampidos de los barrenos. ¿Ve al otro lado del río aquella escombrera, ahora tapada de hierba?, pues allí hay otra mina que se comunica con esta. Al lado estaban las oficinas y el almacén del mineral”. 

Tras estas primeras explicaciones nos dirigimos lentamente hacia el pueblo. Por el camino, Eulogio iba dando rienda suelta a su memoria y a sus recuerdos, y en un momento me hablaba de la precaria luz del candil de petróleo de los mineros (“cuando no había luz eléctrica”), y en otro del vendaval que hubo en Puras en 1940, que llegó a derribar trescientas hayas: “Con el dinero que se sacó de la venta de aquellos árboles pudimos montar una pequeña central eléctrica con la que se abasteció el pueblo”. Me hablaba de un tiempo en el que “el manganeso se sacaba a las vagonetas por medio de tornos de mano”. 


Mina de Los Valladares en Puras de Villafranca


Un pueblo sobre el vacío. No sabían que estaban enfermos. “El agua nos entraba por el cuello y nos salía por las zapatillas”

Llegados a Puras, al pie mismo de la gran grieta-mina que, como una cremallera, desgarra la montaña, me informa Eulogio de que “las galerías pasan por el pueblo” y de que “debajo de él todo está hueco”. Me recomienda, por último, que visite a alguno de los mineros que todavía viven en el pueblo: “Habla con Isaac, ese lo sabe todo”.

Encontré a Isaac en la parte más elevada del pueblo, en la última casa y frente a una surgencia que, impetuosa, brota de la pudinga. Buen conocedor de las entrañas mineras, donde laboró como barrenador y entibador, no tiene reparos en afirmar que “cuando trabajábamos en las minas no se nos hacía reconocimiento médico alguno. Así que, cuando las cerraron, hace 26 años, nadie de los que habíamos trabajado en ella sabíamos que estábamos enfermos  de silicosis. Pero un día llegó al pueblo un coche de reconocimiento y nos auscultaron, y comprobaron que todos teníamos esa enfermedad. El ingeniero nos decía que en estas minas no había silicosis, pero al final fue que sí”.

Uno de los principales obstáculos, sino el mayor, para la explotación de estas minas, fue el agua, contra la cual la lucha era constante. Y es que, según Isaac, “el manganeso de Puras, que salía de las piedras, estaba donde estaba el agua. Por eso, cuando hacíamos u agujero con un barreno solía brotar un chorro a presión que había que taponar con rapidez. Es decir, que teníamos que estar continuamente, incluso los domingos, achicando el agua de las galerías, con dos bombas que había de 15 y 10 caballos. Pero pese a esta humedad, no disponíamos de ropa ni rajes especiales; había veces que el agua nos entraba por el cuello y nos salía por las zapatillas.

Cuando la empresa Cegasa, de Oñate, cerró en 1968 las minas de Puras, donde encontraron ocupación gentes de Belorado, San Miguel de Pedroso y otros pueblos cercanos, este precioso rincón burgalés y sus habitantes pudieron descansar del estruendo de la dinamita, pero la estela dejada por el manganeso en la zona fue únicamente de paro y enfermedad: “Total -cuenta Isaac-, por un sueldo de 85 pesetas el día que más, unas cuatro mil al mes”.

Tras mi primer contacto con los mineros del manganeso, sentí un irrefrenable deseo de saber más sobre los otros cientos de burgaleses, la mayoría de ellos labradores y ganaderos que, convertidos de la mañana a la noche en mineros, sin reciclaje alguno, descendieron osados al fondo de la tierra en busca de una riqueza que tocaron pero que nunca les llegó.



Restos de la explotación del manganeso.
Se observa el desgarro en la montaña.
 
(En la construcción reza este cartel: 

PROHIBIDO TIRAR BASURAS FUERA DEL POZO

MULTA 1000 PESETAS)


Continuará...

lunes, 8 de noviembre de 2021

DE NUEVO CASA LA VEGA, UN DIBUJO APROXIMADO DE CÓMO PUDO SER EN ORIGEN ESTA CASA DE RECREO DE LOS CONDESTABLES DE CASTILLA


Vista aérea de Casa la Vega en tiempos modernos  

Columnas hexagonales y arcos conopiales en
galería de Casa la Vega

Imagen aproximada del Casa la Vega en tiempos de Juana I de Castilla
Interpretación y croquis de José Muñoz Domínguez 


FOTOGRAFÍAS: Aspectos de Casa la Vega (Tomadas en distintas fechas)

 

Lo expuse y propuse en 2002, allí donde creí que debía hacerlo, pero nadie tuvo en cuenta mi humilde opinión. Sugerí que la ya desaparecida Casa la Vega, o algún testimonio de ella, se convirtiera en un hito y referente de la ruta cultural que ahora se está creando en torno al viaje que hizo la reina con el cadáver de su marido Felipe el Hermoso por los campos del Arlanzón y del Cerrato. Pero pudieron más los planes de desarrollo urbanístico que los idealismos históricos, y de Casa la Vega hoy no queda nada, ni rastro, sólo su recuerdo en la memoria de muchos burgaleses y en los archivos.

Casa la Vega fue en tiempos una finca de recreo de los Condestables de Castilla a las afueras de Burgos, junto al río Vena. En una de sus dependencias se alojó la desventurada reina Juana I de Castilla, durante casi dos meses y tras la muerte de Felipe el Hermoso, hasta que partió hacia la Cartuja de Miraflores, el 20 de diciembre de 1506, dispuesta a recuperar el cadáver de su marido y emprender con él el viaje más alucinante que imaginar se pueda (Ver en mi libro “El año de la Gripe” el itinerario completo que hizo la reina).

 

Lo anterior fue escrito en una entrada de este blog del 4 de septiembre de 2019. En ella aportaba sendas cartas al Alcalde de la ciudad y al Delegado Territorial de la Junta, ya ha llovido desde entonces. Mi denuncia pública sobre la triste  desaparición de Casa la Vega motivó que muchos lectores escribieran a Memorias de Burgos ofreciendo sus comentarios, y lo que es más importante, aportando fotografías inéditas y algunos datos sobre Casa la Vega que desconocíamos, todo lo cual fue publicándose en nuevas entradas.

En estos días, desde Segovia me han llegado dos interesantes comentarios y generosas aportaciones de José Muñoz, un antiguo seguidor de esta bitácora que lleva trabajando años en tesis doctoral sobre las Casas de Recreo Hispánicas. Ha de llenarnos de gozo que, como otros seguidores que abrieron sus archivos y nos hicieron partícipes de ellos, haya tenido la generosidad de enviarnos un croquis sobre cómo pudo ser Casa la Vega en tiempos de Juana I de Castilla. Probablemente sea una visión un tanto hipotética, pero no debemos olvidar que José Muñoz ha investigado mucho hasta llegar a su conclusión planimétrica; debemos por ello tomarla como un testimonio de suma importancia, pues quizá constituya la primera imagen veraz de Casa la Vega en su origen.   

Por su interés, reproduzco aquí los dos últimos comentarios que me han llegado de José Muñoz junto con su espléndido y sugerente dibujo. Así mismo, incluyo también otras fotografías que me fueron enviadas en fechas pasadas para contextualizar dichos comentarios.

 

COMENTARIOS AL BLOG DE JOSÉ MUÑOZ

“Buenas tardes. Soy José Muñoz otra vez y espero poder aportar algo más sobre la Casa de la Vega en la parte que dedico en mi tesis doctoral. Como me ocupa de muchos otros ejemplos de casas de recreo hispánicas, la tesis está resultando la historia interminable, pero esta parte burgalesa está casi terminada. Precisamente estaba actualizando algunas referencias sobre la Casa de la Vega cuando me he topado con la aportación que aquí hace Ángel Cossío y me gustaría contactar con él para conocer algún detalle (el plano y descripción de 1909 sería providencial para mi trabajo). Debo decir que en mi texto ya incluía la mayor parte de los datos que él ofrece, aunque no coincido en la valoración: considero de mayor interés este conjunto de recreo, una de las obras clave en nuestra arquitectura de placer, bien diferente de la palaciega”.  festinalente@hotmail.com /5 de noviembre de 2021". 


Casa la Vega antes de su demolición

"Hola, de nuevo , Elías. Como he comentado recientemente en tu estupendo blog estoy actualizando datos sobre diversos casos de estudio de mi tesis doctoral y, en lo que respecta a la Casa de la Vega burgalesa, compruebo con satisfacción que el tema sigue interesando y que se dispone de nuevo material gráfico. Hoy me he topado con la espléndida imagen del pórtico que publicaste en abril de 2020 y veo que coincide con mis datos y con la hipótesis que manejo desde hace años, así que me decido a enviarte un croquis que hice un año antes de que publicases tal fotografía y en el que verás dónde situaba yo ese pórtico y la probable galería superior: al parecer no me equivocaba. No sabía entonces que el cierre de los vanos se realizaba mediante dinteles conopiales y no mediante los arcos escarzanos  que puse entonces, asimilando el diseño del pórtico  y galería de la casa suburbana de los Fernández de Velasco al de sus equivalentes en el palacio urbano del linaje, la fachada de la Casa del Cordón orientada hacia el jardín.  Si te parece de interés, publica el croquis junto con estas observaciones: el jardín o huerta trasera sería algo más extenso por el sur (parte inferior del dibujo); en el recinto delantero sólo habría un palomar (probablemente el situado en el ángulo sur); los ventanales serían mucho más pequeños y discretos. El nuevo material gráfico me permite redibujar esta hipótesis de forma mucho más certera, con lo que podré dar por terminada esta parte de mi tesis. Un abrazo grande desde Segovia. José Muñoz". 


ULTIMO COMENTARIO DE JOSÉ MUÑOZ 

REFIÉRESE AL ASPECTO PRIMIGENIO DE CASA LA VEGA 

"Buenas tardes. El dibujo que publica ahora Elías es de 2019, a quien agradezco su difusión, y recoge lo que entonces sabía sobre este ejemplar tan interesante de casa de recreo o de placer hispánica, pero prometo una versión actualizada dentro de unos días, gracias al nuevo material gráfico también publicado en este blog y otros documentos. Quizá la mayor diferencia entre mi hipótesis gráfica y lo que recuerdan los burgaleses es el cerramiento y recrecido del inmueble por su parte delantera, mucho más reciente. En realidad la Casa de la Vega primigenia, la que fue construida por los condestables en torno a 1484-1492 y conocida por la reina Juana poco después, se encontraba en la parte trasera y se mostraba con el característico esquema en "U" de la casa de placer hispánica, formada por una crujía central con galerías entre cuerpos macizos laterales: así consta en documentos antiguos y, por lo visto en la fotografía de 1924, todavía quedaba algo de ello en las primeras décadas del siglo XX. Saludos. José Muñoz".