FOTOGRAFÍA: Tomada en invierno de 2010.
Parece que se retuerce de dolor la
sabina. Es tan vieja que debe tener retortijones en el intestino de los
recuerdos. Sufre de ancianidad, sí, pero su memoria no le ha abandonado,
recuerda bien los viejos tiempos en los que el conde Fernán González se sentaba
a sus pies cansado de perseguir jabalís. ¡Cuánto ha llovido desde entonces en
el sabinar de San Pedro de Arlanza! El retorcido árbol, desde lo más
intricado del bosque, llegó a conocer
la vida del monasterio benito, distinguía bien cada toque de campanas, cada
oración y cada libación de los monjes, al arrullo del río Arlanza. La vieja
sabina ha sobrevivido a todo, al canto y al encanto del románico, también del
gótico; el monasterio murió, con sus eremitas, pero ella sigue ahí, en medio
del sabinar, con sus siglos de soledad y leyenda a cuestas. Sufrimiento vegetal hecho arte.
Precioso árbol singular. Habrá que darse un paseo para verlo de cerca.
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