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Conjunto de zarceras en La Horra, hace 37 años. |
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El conjunto se oculta ahora detrás de los pinos. |
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¡Qué maravilla! |
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Las chimeneas resisten ... |
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...el paso del tiempo y las transformaciones. |
FOTOGRAFÍAS: Zarceras en La Horra. Blanco y negro, 1976. En color, 2-2-2013.
Cruzábamos en la
anterior entrada la frontera entre el norte y el sur burgalés para situarnos en Aranda de Duero y su
magnífico Museo del Tren. El sur, salvadas un par de ocasiones, era, y es, una
asignatura pendiente en este Cajón de Sastre. De modo que vamos a intentar
remediar este abandono, en lo que nos sea posible y a partir de ahora. Hoy,
queridos amigos, os propongo la meditación a través de una fotografía que tomé
en La Horra hace la friolera de 37 años, naturalmente en blanco y negro. Es una
imagen que, a pesar del tiempo
transcurrido y de las miles de fotos hechas después, siempre he tenido in
mente, de tanto como me sorprendió. Ese conjunto de zarceras, ese paisaje extraño de conos creciendo sobre los subterráneos del vino, emergiendo
sobre lomas verdes, y que, salvadas las distancias, tanto pueden recordarnos a
las chimeneas de las hadas (¡uf, qué nombrecito!) de Capadocia, es tan
pintoresco y representativo del sur, de su paisaje genuino lleno de viñedos,
que me impactó sobremanera. Por eso, desde hace tiempo tenía deseos de volver a
visitarlo, y no solo por disfrutar con la visión, sino para comprobar que
seguía allí y que no había sido objeto de transformaciones, a las que tanto he
aprendido a temer. Pues bien, en días pasados volví a las zarceras de La Horra,
con dos buenos amigos. Llevaba la fotografía, para que nos sirviera de guía. Y
así, buscamos el punto en que fue tomada, y en apariencia nada se parecía a la
imagen de 37 años atrás. Dimos una y treinta vueltas, miramos hacia el este, hacia
el oeste, a uno y otro lado, el horizonte estaba demasiado gris, y nada me
recordaba al paisaje de aquel tiempo, por ningún lado veíamos conjuntos de
chimeneas que se parecieran, ¿lo habría soñado? ¡Si tiene que ser aquí!,
insistía yo machaconamente. Hasta que, por fin, dimos con el punto mágico. En
efecto, todo había cambiado, delante del observatorio teníamos una pared de
pinos que ocultaban el conjunto, y había también un tapial de piedra que
ayudaba en el camuflaje. Detrás de ello, ya nada me recordaba a la imagen en
blanco y negro. Y con la transformación, se me fue el mito guardado.
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