En estas noches de canícula, contemplando las estrellas
en el mismo lugar de todos los veranos, bajo el mismo coro de grillos de todos
los años, uno siente la tentación de pensar que son las estrellas las que
cantan y los grillos los que brillan. Las dos magias se confunden y se me
antojan posibles en este pedazo de cielo que me tocó en suerte, en buena suerte.
Poco antes de que salieran las estrellas de sus
escondrijos y antes también de que los grillos se aunaran en coral, un amigo
peñato me había pedido una fotografía, una de tantos cientos como guardo de mi elegido
y querido lugar en el mundo, de mi pueblo adoptivo. Y aquí, queridos amigos, en
ese embrujo de la noche, se desató tal tempestad de recuerdos que no he podido resistirme a reproducir el introito-confesión que un lejano día
escribí en un pequeño libro para dar salida a aquello que necesitaba salir.
"Un agujero en la roca, desaparecido
por culpa de las vías de un tren que también han desaparecido. Un desfiladero
entre calizas que costó millones de años en horadar, callejón de sombras con
riachuelo y un viejo camino que lo atraviesa. Un menhir prehistórico, de roca
madre engendradora de hermanas de piedra y leyenda. Dos manantiales, uno de
salud y otro de vida. Mézclese todo y se obtendrá la razón de ser de
Peñahorada. Todo lo demás son voces del cielo y la tierra, susurro de pasos
perdidos, de recuerdos.
Dicho lo anterior, permitidme, queridos vecinos de
Peñahorada, los que ya fallecisteis y os llevasteis vivencias y recuerdos
imposibles de recuperar, los que os marchasteis a la ciudad porque creísteis
que en ella seríais más felices, y los que de manera heroica aún permanecéis en
el pueblo, saboreando el cielo que os vio nacer, llorando las puertas cerradas,
permitidme, digo, que os tutee. Dejadme
también tener la osadía de hilvanar algunos retazos de la historia de vuestro
pueblo, que es también el mío, el de mi esposa y el de mis hijas, aunque sólo
lo sea como consecuencia de una larga y cálida adopción.
Antes de ahondar en esa historia, sin embargo, os pido
lugar para una confesión. Seguramente, muchos de vosotros, sabios del sol y la
luna, los que un día me acompañasteis en el huerto y en los paseos campestres,
y los que aún lo hacéis, los que compartisteis conmigo indescriptibles, felices
reboradas al alcance de la mano, allá por donde asoman las tierras de Ubierna,
los que escuchasteis conmigo el silbato del tren cuando se acercaba a La
Peñuela, seguramente, digo, os habréis preguntado alguna vez el porqué de mi
llegada a vuestro pueblo hace ya cuatro décadas. Cuál o cuáles fueron los
motivos que nos llevaron a mí y a mi familia a recalar en vuestra aldea entre
montañas y a convertirnos en peñatos. Os cuento.
Siendo yo niño, lo cual viene a coincidir con una Era
de necesidades, eran muchas las distracciones que los chicos de Burgos
teníamos, y todas en la calle, porque entonces no existía la locura colectiva
de los autos, y además había muchos espacios libres de casas, que es como decir
mucho campo. Una de las distracciones era la de alquilar bicicletas por un
determinado tiempo, generalmente una o dos horas, en talleres que en distintos
puntos de la capital había al efecto. Ahora me viene a la memoria uno de estos
establecimientos bicicleteros, el que había a mediados de los cincuenta junto
al Banco de España, lo que ahora es la Subdelegación del Gobierno, y que es al
que yo solía acudir para mis alquileres. Las bicis... ¡vaya bicis!, todas de
deshecho, la mayoría sin frenos, sin guardabarros, con cubiertas desgastadas y
tubulares con infinitos parches. ¡Parecían esqueletos rodantes! Con decir que
casi siempre las devolvíamos con las ruedas sin aire, y a veces (creédmelo)
hechas un ocho... Pero bueno, con aquellos artefactos aprendimos los chicos de
mi generación a rodar en bici, eso sí, a fuerza de recibir un sinfín de
trompazos, por aquello de la falta de frenos.
El precio del alquiler no era excesivo. Por un duro, a
la sazón cinco pesetas de las de Franco, podías pedalear durante un par de
horas por donde más te apeteciera. Lo más normal era ir hasta Fuentes Blancas,
o más allá, pero había quien gustaba de desplazarse a los pueblos cercanos. Con
dos horas, y a pesar de la cochambre de bicis que te dejaban, podías incluso
llegar hasta Peñahorada, beber en su fuente y regresar sin más al punto de
partida. Que fue así cómo, queridos convecinos y amigos peñatos, en una
de estas expediciones heroicas llegué a sentir fascinación por vuestro pueblo,
que es ya el mío. Repetí el viaje en varias ocasiones y después dejé de ser
chico para hacerme mayor, pero la imagen de Peñahorada entre montañas ya no se
alejaría nunca de mí, y andando el tiempo tuve la feliz oportunidad de poder acompañaros
en vuestras alegrías y penas. Hice casa, y mis hijas dicen ahora: “mi pueblo”,
porque en él crecieron.
El librito que aquí os presento es de consumo interno,
es solo para vosotros y para aquellos por los que doblaron ya las campanas,
porque es vuestra voz y vuestros recuerdos los que le han hecho posible. No
esperéis otra cosa: es vuestra voz".
Peñahorada, un pueblo-camino bajo Peña Monte |
Me pregunto siempre que veo imágenes de antaño qué fue de esas gentes sorprendidas ante el fotógrafo, qué fue de sus vidas, alguna de ellas te cedió esa instantánea que ahora planea sobre Peñahorada gracias a tus palabras?? Un saludo
ResponderEliminarEs el encanto de la foto antigua, Rosa. Los vecinos de Peñahorada, gente anónima y esforzada, fueron muy generosos y desprendidos al proporcionarme tantos tesoros fotográficos. La gran mayoría de ellos ya no están.
EliminarUn abrazo
Hola Elias. Buscando retazos de una infancia con veranos en Peñahorada encuentro tu blog. Me imagino que serás el inquilino del mesón, en tal caso para mí era la casa de la piscina. Pero seas o no seas desde luego que mi amor por Peñahorada perdura....no creo que pueda haber veranos como aquellos, y al final basados en la sencillez y para nada de resorts de 5 estrellas. Me has alegrado mucho, ver que alguna persona escribe y publica fotos con las que me estoy deleitando y traen grandes recuerdos. Esperando volver a visitarlo en breve. Recibe un cordial saludo.
ResponderEliminarSoy ese inquilino que dices, efectivamente, desde hace casi medio siglo. Permíteme que sienta curiosidad por saber quien eres, quizá nos conozcamos. En cualquier caso, muchas gracias por tu sentido comentario.
ResponderEliminarUn cordial saludo