Niños manipulando imprenta. Así debieron aprender los alumnos de Antonio Benaiges en Bañuelos de Bureba. (Fotografía de Sergi Bernal) |
FOTOGRAFÍAS: Caja de tipos (Tomada en enero 2015). Resto, gentileza de Asociación Escuela Benaiges.
El relato de
Jesús Viadas, alcalde Bañuelos y Presidente de la Asociación creada para la
recuperación de la escuela en la que ejerció el maestro Antonio Benaiges es tan interesante que no me resisto a
transcribirlo literalmente, al menos alguna de las partes.
“Pues esta
escuela tiene su historia. El maestro que hubo aquí en el 36 (1936), Antonio
Benaiges, utilizó un método de enseñanza diferente y novedosa para aquellos
años, que se la llamaba la técnica Freinet, que era francesa, y que utilizaba
la imprenta para enseñar a los niños. Compró una imprenta chiquitina, parecía
un ordenador de ahora, y con ella hacían cuadernos. Y estos cuadernos que
hacían los intercambiaban, manteniendo correspondencia con toda España y
también con el extranjero. Incluso tenía también sus suscriptores, a los que
enviaba los cuadernos”.
“[...]
La primera noticia que tuve yo de todo
esto fue a través de una fotografía con niños de la escuela. Un tío abuelo mío
que vive en Bilbao, bastante mayor, un día me dijo: “Pues tengo una fotografía
que te voy a enseñar”. Y uno de los días que vino al pueblo (ahora ya no viene
porque está muy mayor), me enseñó la fotografía y me dijo: “es una fotografía
de cuando yo iba a la escuela aquí en Bañuelos”. Me dijo que la fotografía la
hicieron cuando él era niño con un maestro. Pero no me habló del maestro ni
nada. Y como no tenía seguridad del lugar donde fue hecha, entonces cogí la
fotografía y la traje aquí, a la escuela, para ver si coincidían las piedras...
Y coincidían. [luego la foto era de
niños en la escuela]. Y a raíz de eso, mi tío contó toda la historia”.
Escolares y el maestro Antonio Benaiges con fondo de la escuela (1936) |
LOS NIÑOS IMPRESORES
“[...]
El maestro les decía: “Escribir sobre un tema, por ejemplo sobre Briviesca, y
cada niño escribía lo que le parecía sobre Briviesca. Y elegían un texto [para
editarlo], no importaba que fuera el mejor, daba igual, a veces incluso se
elegía el peor. Lo corregían un poco y ese era para hacer el cuaderno. Había
temas [textos] de todos los niños, incluso de los que escribían muy mal”.
Caja de tipos. Es lo único que se conserva de la imprenta en la vieja escuela |
“[...]
La imprenta es más o menos como este libro de pequeña, y tiene unos huecos onde iban colocadas las letras. Se
colocaban las letras y se pasaban unos rodillos con tinta, luego ponían la hoja
de papel y ponían la plancha encima”.
En este
punto del relato, Jesús Viadas me mostró fotocopias de todos los cuadernos
editados, un total de catorce, algunos de los cuales tienen alto valor etnográfico. Entre ellos hay uno que se titula EL MAR. VISIÓN
DE UNOS NIÑOS QUE NO LO HAN VISTO NUNCA”, y otro titulado EL RETRATISTA. Los
dos son verdaderamente conmovedores. El primero inspiró el título del magnífico
libro (Antonio Benaiges, el maestro que prometió el mar), y recoge la
visión de cada niño sobre un mar que nunca habían visto. He aquí lo que pensaba
y escribió Severino, uno de los niños:
“En el mar habrá más agua que toda la tierra que yo he visto. El
agua estará muy caliente. En las orillas debe ser piedra, porque si no se lo
tenía que llevar”.
Y lo que
escribió Lucía Carranza:
“El mar será muy grande, muy ancho y muy hondo.
La gente va allí a bañarse. Yo no he visto nunca el mar. El maestro nos dice
que iremos a bañarnos. Yo digo que no voy a ir, porque tengo miedo que me voy a
ahogar”.
En cuanto a
EL RETRATISTA, creo oportuno reproducirlo también, pues aunque más extenso, tiene
que ver con el origen de toda la historia y además es el título de un
maravilloso video-documental sobre la misma.
“Un día
vino un retratista a la escuela. El maestro le preguntó:
-¿Quién es usted?
-Soy de
Briviesca y vengo a ver si quería sacar una fotografía de los niños de la
escuela.
-Sí, sí; ya tenía ganas de tener una fotografía de los niños.
El maestros nos dijo que fuésemos a lavarnos y arreglarnos.
Cuando
vinimos bajamos los dos bancos a la calle y el retratista nos puso bien y nos
retrató.
Nos
extrañó mucho como sacaba las fotografías. Primero salíamos muy negros, pero
después salimos bien.
El
retratista decía
-Mira,
mirar aquí... Ya está.
Salimos
bien. El maestro se reía y dijo que sólo había salido uno con cara de bobo.
Por dos
retratos llevaba seis reales y los nuestros uno una peseta.
Después
empezó a venir gente y muchos se retrataron.
Tomás
venía de la tierra y se retrató con el azadón y el hacha y con el Ruso.
La madre
de la Felisa decía:
-No es
por nada, pero mi hija es la que mejor ha salido.
El
retratista vino con Rabacholo, el dulcero de la Fiesta. Traían un burro. En un
seno de las alforjas ponían la máquina y en el otro las cosas que vendía
Rabacholo: arroz, pimiento molido, almendras, chocolate y jabón.
El maestro, aunque pocas perras tenía, nos compró un paquete de
almendras y nos las repartimos”.
Continuará
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